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Reportaje:

El milagro del Cúcuta

El equipo colombiano, emblema de un pueblo marcado por la pobreza y la lucha paramilitar, acaricia la final de la Copa Libertadores tras ganar a Boca Juniors

En Cúcuta, ciudad colombiana a pocos kilómetros de la frontera con Venezuela, el desempleo ronda el 17% y el subempleo el 38%. Cúcuta, capital del departamento Norte de Santander, era en 2006 la tercera urbe colombiana en porcentaje de habitantes por debajo del umbral de la pobreza. En Cúcuta, las temperaturas no bajan de los 36 grados durante todo el año y se unen dos ríos, el Pamplonita y el Táchira, que este fin de semana se tiñeron de negro al estallar un oleoducto que atraviesa las afueras de la ciudad y derramar el equivalente a 20.000 barriles de petróleo.

Y, sin embargo, estos días nada borra las sonrisas de sus habitantes (1.200.000). Todo gracias a un grupo de futbolistas que viste una camiseta rossonera idéntica a la del Milan y que sueña con enfrentarse al campeón de la Champions dentro de algunos meses, en el Mundialito de Japón. Porque, contra todo pronóstico, el Cúcuta Deportivo, en su debú en la Copa Libertadores de América, está a un paso de la final. Este jueves, en La Bombonera del Boca Juniors, argentino, defenderá el 3-1 logrado en la ida para que su entrenador, Jorge Luis Bernal, siga dedicando los triunfos "a los humildes del fútbol". Como él mismo.

Bernal nació en un barrio pobre de la cercana Ibagué, sede del Tolima, el rival del Cúcuta en el clásico del noreste del país. Igual de humilde es el club, que soportó siete años en Segunda hasta ascender en 2005, que estuvo a punto de desaparecer por quiebra en 2003 y que sorprendió a todo Colombia ganando el Torneo Clausura de 2006. La precariedad alcanza a Ramiro Suárez Corzo, que fue tornero, mecánico, fontanero y taxista antes de convertirse en alcalde en 2003, ponerse al frente de un grupo de inversores y comprar las acciones del club para iniciar su resurrección un año más tarde.

Bernal, Suárez, el clima y un grupo de buenos jugadores explican el milagro del Cúcuta. El entrenador, porque supo manejar con éxito el legado que le dejó Jorge Luis Pinto, actual seleccionador colombiano, sin alterar su perfil bajo. Su imagen devuelve la figura de los técnicos de antaño, aquéllos que sabían de fútbol sin necesidad de ordenadores ni vídeos. Sus gestos sociales, como la fundación de una escuela de fútbol y un comedor comunitario para niños en un barrio marginal de Ibagué, lo rodean de una aureola de modestia y bondad. Su vocación ofensiva se refleja en el equipo, que ataca mejor que se defiende.

Suárez, el alcalde, porque resucitó el club, aunque con otro estilo. Su gestión ha estado salpicada por denuncias. Se le vincula con Salvatore Mancuso, jefe paramilitar del Bloque Catatumbo, que dominaba las zonas populares de donde sa-lieron los votos para llevarle al Ayuntamiento. Se le relaciona con asesinatos de opositores y estuvo ocho meses en prisión, en 2004, hasta que recuperó la libertad por falta de pruebas. Se denuncia que nada está claro en las cuentas de un club que no paga los impuestos municipales y cuyo presupuesto está por encima de sus posibilidades.

El clima pone su parte. Si bien Cúcuta está en el llano, la temperatura asfixiante y una hierba siempre regada ahoga a los rivales, desfallecidos en la última media hora.

Y, sobre todo, están los buenos jugadores. Como Macnelly Torres, mediapunta de mucha técnica; Rubén Darío Bustos, lateral derecho con excelente pegada, y Blas Pérez, panameño, goleador que jugará en el Hércules de Alicante la próxima temporada, aunque no este jueves en Boca por una cita con Panamá.

El Cúcuta notará su ausencia el día que aspira a seguir haciendo milagros para que su gente olvide por unas horas la pobreza, el desempleo, los paramilitares y los vertidos de petróleo.

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