Carta a Cindy Sheehan
Querida Cindy: tu vida sufrió un vuelco el día que el cartero llamó a tu puerta. Te entregó un sobre del Departamento de la Guerra, cuyo contenido intuías pero que nunca pensabas ni querías que llegase. Tu hijo Casey había muerto heroicamente, según la terminología oficial y burocrática, en las calles de Bagdad, ese lugar lejano y de fantasía que los que mandan en tu país habían decidido sumir en el sufrimiento a costa de vuestra dignidad y con grave peligro para las vidas de los soldados invasores.
Esa noche tuviste un sueño. Te veías de la mano de Martin Luther King encabezando una masa de ciudadanos negros, judíos, blancos y de muchas etnias que llenaba la grandiosa Avenida de Washington que conduce a las escaleras donde se erige el memorial a Abraham Lincoln, clamando, una vez más, por los derechos civiles y por la paz. Nada había cambiado demasiado desde 1963. Los gritos ilusionados de aquella histórica marcha habían surtido un efecto momentáneo, pero los fríos e impasibles personajes que dirigen los destinos del país que se presenta como la mayor democracia del mundo, aguardaban la oportunidad para repetir sus estrategias. No les importó demasiado la sangre de sus servidores armados y el sufrimiento de las personas que tenían sus hijos en el puesto de combate. La desastrosa experiencia de Corea y Vietnam no fue suficiente para disuadirles de su nueva y arriesgada aventura en Irak. Ni siquiera el rechazo internacional consiguió pararles.
El sueño te movió a iniciar una campaña tan importante como significativa. Llegaste a plantar, ante la Casa Blanca, tantas cruces del mismo color como soldados muertos. Ahora serían insuficientes.
Confiabas en los sectores más racionales, democráticos y críticos de tu país que no dudaron en utilizarte como arma ideológica y ejemplo de los valores que ellos querían llevar a la práctica cuando diesen un vuelco a las instituciones y pusiesen en marcha sus promesas de paz y moderación. No conozco suficientemente los entresijos de la política y, sobre todo, de la economía norteamericana, como para entender las claves que han llevado a los representantes demócratas a mantener un discurso reconfortante en las tribunas y una política vergonzante en los pasillos de las Cámaras.
Has sacrificado tu vida por un objetivo que, a pesar de los pesares, sigue mereciendo la pena. Has sido insultada y amenazada por la más rancia derecha de tu país, al que tanto amas a pesar de tu desilusión. Los padres de la patria americana, los luchadores por los derechos civiles, los que se sacrifican por los más débiles y los defienden frente a la injusticia siguen viviendo a tu alrededor. Ésos y no los poderosos constituyen la esencia del país que siempre amaste y que tarde o temprano recriminará la despreciable conducta que han tenido frente a tu ejemplar entrega. Esa parte del alma de tu pueblo con la que soñaste y debes seguir soñando, es también mi patria.
Estoy seguro de que muchos de tus compatriotas sienten en estos momentos un nudo en el alma difícil de deshacer hasta que recibas el reconocimiento de los que te han vilipendiado públicamente y los que han maniobrado en las oscuras alcantarillas del poder para romper tu vida y helarte el corazón.
Los huracanes pasan y la calma parece más intensa cuando se alejan. Has tenido el privilegio de ser incluida en la lista interminable de los radicales, según los conceptos que vomitan las bocas de los tibios y conformistas que se hacen pasar por hombres de concordia, moderación y sentido común.
No soy capaz de encontrar otro comportamiento más digno, más sensato y más lleno de amor por tu hijo, por tus conciudadanos y por la humanidad. Has ido a la raíz de las cosas, has tratado, con tu pacífica palabra y tu sacrificio personal, de llegar a todos los confines de la tierra. Hoy eres noticia en todos los medios de comunicación del mundo. Los que conozcan tu calvario no podrán quedarse indiferentes. Algunos se alegrarán de tu caída y pensarán que la tienes merecida, otros pensamos que mantienes abiertas las avenidas de la libertad y la dignidad.
Nos has llegado al centro neurálgico de nuestros sentimientos. Seguirás teniendo multitud de amigos y el amor de todos los que como tú figuramos en la lista de los radicales, en el buen sentido de la palabra radical.
Querida Cindy, en el retiro que hayas escogido, piensa en nosotros. No te podemos exigir ni reprocharte nada, has llegado a beber hasta las heces el vaso de la amargura. Gracias por tu ejemplo. Te expreso el ferviente deseo de que el cartero no vuelva a llamar a las puertas de las madres que tú has puesto en pie de paz.
José Antonio Martín Pallín es magistrado emérito del Tribunal Supremo.
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