Universidad, burocracia y apertura
Hace unos meses, el afamado Times de Londres publicó la prestigiosa lista de las 200 mejores universidades del mundo. La Universidad de Barcelona era la única institución española que cumplía los requisitos para figurar en esa lista, un hecho que debería regocijar a los catalanes. Pero más allá de las controversias por rivalidades regionales o incluso nacionales, la lista revela un hecho sencillo: las mejores universidades están estimuladas por la investigación y hacen gala de facultades y cuerpos estudiantiles internacionales. Atraen a los mejores cerebros -estudiantes, profesores e investigadores- ofreciendo salarios jugosos, ayudas, becas de investigación y muchos incentivos más.
"Un análisis de la demografía revela que sólo un número insignificante de estudiantes extranjeros en Barcelona proceden de India"
"El mayor obstáculo para captar estudiantes no es ni el dinero ni las notas, sino obtener visados para España"
"Un estudiante estaba frustrado con los profesores, que daban clases en catalán, pese a que la mayoría de alumnos no eran catalanes"
Por tanto, no es de extrañar que la única universidad de España incluida en la lista esté situada en la parte del país que atrae al mayor número de alumnos extranjeros. Los estudiantes de Erasmus procedentes de otros países se sienten atraídos por las instituciones educativas de la ciudad así como por la proximidad al mar y el estilo de vida mediterráneo, y a menudo consideran el tiempo que pasan en la ciudad como una aventura social prolongada; este fenómeno lo exploraba muy competentemente la película francesa Casa de locos. Como explican los informes de los medios, los estudiantes de todo el mundo se ven seducidos no sólo por la Universidad de Barcelona; también por las otras instituciones de categoría mundial de la ciudad, sobre todo las escuelas de administración.
Sin embargo, un análisis más a fondo de la demografía revela que sólo un número insignificante de los estudiantes extranjeros en Barcelona -o de hecho, en España- proceden de India. En realidad, apenas dos docenas de estudiantes indios -que por lo general, cursan estudios de grado superior, de doctorado y de máster- viven en Cataluña, y su número en toda España ni siquiera llega a los 200.
Comparemos esta situación con la de países como Reino Unido, donde 175.000 estudiantes extranjeros pagan más de 1.461 millones de euros en matrículas y aportan unos 11.690 millones de libras a la economía británica. De esta cifra, cerca de 20.000 estudiantes son indios. De hecho, las contribuciones de los estudiantes indios a la economía educativa del país son tan necesarias que la Universidad de Oxford emprende giras por India para captar estudiantes. No hace mucho, cinco de las mejores universidades de Reino Unido accedieron a participar en un reality show de la televisión india, ofreciendo más de 80.000 libras en becas para los ganadores. El programa -llamado Caza de alumnos- utiliza el formato de la telerrealidad para seleccionar a cinco ganadores y concederles becas para cursar estudios de grado superior en Reino Unido. De forma similar, los estudiantes indios aportan anualmente unos 848 millones de dólares a la economía estadounidense.
Entonces, ¿por qué no vienen más estudiantes indios a España? Las razones más sencillas serían el idioma y las barreras culturales. Aun así, los estudiantes indios en otros países europeos aprenden fácilmente el idioma y se adaptan a la cultura de sus anfitriones. La respuesta es más bien la compleja trama de ignorancia e ineptitud gubernamentales.
En 2004, organicé un simposio sobre vínculos educativos entre Cataluña e India como parte del Diwali Mela de Masala. El simposio reunió en Barcelona a captadores de alumnos y administradores de algunas de las más prestigiosas escuelas de estudios empresariales. Durante la discusión salió a relucir un hecho curioso. Mientras la mayoría de los institutos de Barcelona se dedican activamente a captar alumnos en India, organizando seminarios y hablando con estudiantes en potencia, lo cierto es que pocos de estos estudiantes llegan a venir. El mayor obstáculo, confiesan los captadores, no era ni el dinero ni las notas, sino obtener visados para España. Al parecer, las autoridades de inmigración españolas están completamente convencidas de que un estudiante dispuesto a pagar 25.000 euros anuales por un título de tercer grado es el candidato ideal para convertirse en un inmigrante ilegal. Los costes de tamaña estrechez de miras burocrática no son sólo inmediatos y económicos, sino que también tienen efectos a largo plazo para la investigación y la innovación en el país.
La situación no mejora una vez que los estudiantes llegan a España. La interminable burocracia de las universidades españolas es un elemento de disuasión añadido. La legalización y convalidación de títulos extranjeros implica un proceso tan complicado que parece estar guiado por una urgencia proteccionista mal enfocada más que por cualquier razonamiento lógico. Por ejemplo, un título en literatura inglesa de Harvard u Oxford suele convalidarse en España con unos resultados ridículos. Es muy probable que a alguien cuya lengua nativa sea el inglés, y tenga un título de una de las mejores universidades de Estados Unidos o Gran Bretaña, le digan que complete un curso universitario de primer año sobre Introducción a la literatura inglesa. En un caso memorable, a un estudiante de doctorado con un master de la Universidad de Yale en psicología se le comunicó que necesitaba completar un curso de primer ciclo sobre principios de psicología. Teniendo en cuenta el proteccionismo que existe frente a las universidades occidentales, la actitud hacia los títulos indios es, cómo no, mucho peor.
Lógicamente, en Cataluña las complicaciones del idioma son una barrera añadida. Un estudiante de ingeniería en una universidad pública estaba cada vez más frustrado con los profesores que insistían en dar clases en catalán, a pesar de que la mayoría de los estudiantes del curso no eran catalanes. "¿Para qué me he molestado en aprender español durante tres años?", se quejó durante meses antes de marcharse a Estados Unidos.
En el lado positivo, el Gobierno español sigue favoreciendo una política de intercambios internacionales y concede becas a estudiantes extranjeros para que estudien en España y a españoles para que completen su educación en el extranjero. Gracias a esta política, cada año se conceden subvenciones económicas a media docena de becarios indios para que vengan a estudiar a España. Desgraciadamente, en el caso de países en los que no se habla español, como en India, el programa tiende a privilegiar a los estudiantes de literatura e idiomas, lo cual no se traduce automáticamente en unos lazos profesionales y comerciales más estrechos, y ni siquiera en ventajas para la investigación científica.
Las instituciones educativas tienen que ser competitivas a escala internacional. La tradición y el prestigio ya no son suficientes para permitir que las universidades sigan conquistando los recursos necesarios, ya sean humanos o materiales, ni de hecho para mantener una reputación de excelencia académica. Y lo que es más importante, como demuestra la lista de las 200 mejores universidades, los países y las instituciones universitarias con visiones y políticas restrictivas y localistas probablemente saldrán perdiendo. Por tanto, la elección para Barcelona -y de hecho, para toda España- es clara: abrir las fronteras académicas para un intercambio liberal de intelectos o quedarse aún más rezagada en la carrera de las economías del conocimiento. Pero con todas sus ventajas inherentes -situación geográfica, historia académica, tradiciones culturales- Barcelona está bien situada para convertirse en un centro de excelencia educativa internacional. Por consiguiente, la pregunta es: ¿permitirá la política local y chovinista -española y catalana- lograr este triunfo?
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