_
_
_
_
DIETARIO VOLUBLE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ceremonias de iniciación

Enrique Vila-Matas

1 No pego ojo porque ciertas palabras insisten desesperadamente en mostrarse cómo el comienzo de una futura novela: "Cuánta ruina en cada cosa y qué exceso de retórica en la última hormiga" estoy seguro de que no es un buen inicio de libro. Pero las palabras vuelven a mí e insisten y me impiden dormir. Maldita última hormiga. Abro la luz y ahí sigue, al lado de la lámpara, L'angoisse de la première phrase del joven escritor francés Bernard Quiriny. Ese libro, o mejor dicho, ese título, es probablemente el culpable de mi agobiante insomnio.

Me levanto, me visto, salgo del cuarto de hotel y enfilo, casi a oscuras, un largo corredor que me lleva hasta la escalera secundaria por la que desciendo lentamente hacia el bar, sorprendentemente abierto todavía: una vacilante claridad primero, y luego una explosión de luz que llega acompañada de la música indie rock de CocoRosie. Si antes estaba muy desvelado, ahora mucho más. La historia musical de Bianca y Sierra Casady, las dos voces de CocoRosie, me atrae misteriosamente desde hace unas semanas, pero lo último que esperaba era encontrarme con su música a estas horas y en el bar de este perdido hotel de la plaza de Célestins, en la ciudad de Lyón. De golpe, la noche se perfila infinita. Y regresa, obsesiva, la retórica de la última hormiga. Me siento extraño aunque perfecto escuchando las voces rasgadas y la música hipnótica de CocoRosie, atrapado por su mezcla de folk y sus guiños a lo Billie Holiday y su pulcro empleo de medios de grabación de baja fidelidad, el llamado espíritu lo-fi.

Vine a Lyón porque me dijeron que aquí me esperaba un trabajo, y yo ya hice ese trabajo, y no sé qué pasa, pero me estoy quedando. Me inquieta todo eso, pero no me asusto y, en fin, me concentro en la música de las hermanas Casady y dejo que me atrape mentalmente, de forma obsesiva, la primera (según el tablero alternativo) frase de Rayuela, de Julio Cortázar, hasta el punto de parecerme que suena como música indie y encaja bien con la hipnótica estética de CocoRosie y, además, podría ser el mejor comienzo de novela que ha existido nunca: "Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rúe de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos".

Hasta ahora el comienzo que más me había impresionado -lo leí con candidez en los días de mi extrema juventud- era el de El extranjero: "Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé". No se me escapa que ese inicio está considerado uno de los mejores de la novela contemporánea. Me viene a la memoria otro, de lectura más reciente: "He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así" (Roberto Bolaño, Los detectives salvajes). Es un comienzo magnífico, precisamente porque carece de ceremonia de iniciación alguna.

En el bar se escuchan ahora las combinaciones musicales diabólicas que crean las hermanas Casady cuando mezclan, por ejemplo, la explosión de una bolsa de palomitas de maíz con el constante martilleo de una máquina de escribir: mezclas que acaban convirtiendo mi mente en una inesperada y obsesiva cafetera de vapor. Todo está a punto de estallar, cuando me salvo al imaginarme al comienzo de una novela de Cabrera Infante: "Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes. Good evening, ladies & gentlemen. Tropicana, el cabaret MÁS fabuloso del mundo...". Después, sustituyo el showtime por el recuerdo de la más celebre ceremonia de iniciación que encontramos en el comienzo de una novela, la que se describe en las primeras líneas de Ulises de Joyce, en el que, solemne, el gordo Back Mulligan, nos introduce en el altar de la literatura misma cuando eleva en el aire un cuenco y entona: "Introibo ad altare Dei".

Es posible que viva obsesionado por la primera frase de mi próximo libro, no hay otra explicación para tanta inquietud por inicios de novelas. Me estoy diciendo todo eso cuando veo entrar a un detective privado con la clásica gabardina Burberry, estilo Mitchum. Llamo al camarero mientras apunto en la servilleta el incierto comienzo de novela que ahora escribiría: "Había una vez una gabardina de algodón que Thomas Burberry vendía a los deportistas en una pequeña tienda que había abierto en Hampshire".

2"Descendiente de escoceses e indios pies negros por línea paterna, y de noruegos por la materna, quedó pronto huérfano de padre y su madre volvió a casarse". Creo que podría escribir una biografía de Robert Mitchum que empezaría así y que iría precedida de una cita de Martín Scorsese, de una frase que no acabo de entender: "Me olvidé de las mujeres, sólo recuerdo las gabardinas". Pronto se cumplirán 10 años de la muerte de Mitchum. Se ha hablado tanto estos días del centenario de John Wayne y de la retirada de Paul Newman que seguramente no se hablará mucho de Mitchum. No me gustan los números redondos, pero puedo hacer una excepción con el mejor detective privado de la historia del cine. Vine a la vetusta Lyón -ahora lo comprendo- a escribir la primera frase de la biografía de Robert Mitchum. Desde que llegué, la heroica ciudad duerme la siesta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_