Ni un lugar donde morir
Una familia palestina que ha escapado de los combates en Trípoli vive en campos de refugiados desde 1948, cuando nació Israel
Said Said siente que ya no puede huir más. Le han destruido su casa en el campo palestino de Naher el Bared y ahora, con 87 años a cuestas, pasa todo el día sentado en un colchón en una húmeda y oscura aula de una escuela en el asentamiento de Baddawi. En este campo del norte de Líbano, vecino del que fuera el hogar de Said, aguanta como puede la gente que ha logrado escapar de la violencia. Los milicianos integristas suníes de Fatah al Islam llevan ya ocho días combatiendo contra el Ejército libanés y se calcula que han muerto más de un centenar de personas, entre civiles, militares y terroristas.
"Venimos, mi mujer y yo, huyendo desde 1948 [desde la creación del Estado de Israel]... Qué vamos a hacer ahora, dónde vamos a ir. Me lo han quitado todo, ni siquiera tengo un lugar donde morir", se lamenta Said. Él, su esposa Amina y cuatro hijos escaparon de su aldea natal cercana a la ciudad palestina de Safad hacia territorio libanés. Se instalaron primero unos pocos años en el campo de refugiados de Ein el Hilweh, en Sidón, el más poblado de Líbano, y finalmente llegaron a Naher el Bared, cerca de Trípoli. Tuvieron seis hijos, de los cuales sólo dos viven. El problema es que ambos están dentro del campo sitiado.
Algunos refugiados siguen en Naher el Bared para proteger lo que les queda
"Mi padre, Mahmud, se ha quedado allí para intentar proteger lo poco que nos puede quedar, pero no sabemos nada de él, no sabemos qué nos queda", explica Fadi, de 40 años y nieto de Said. La Cruz Roja ha informado de que han conseguido huir muy pocos civiles tras la tregua del miércoles que permitió el éxodo de al menos 20.000 personas, dos tercios de la población del campo. Los francotiradores hacen imposible la salida masiva de refugiados. Los que llegan a Baddawi muestran fotos y vídeos. Además de muertos y casas destruidas, se ven imágenes de decenas de civiles, principalmente mujeres y niños, apiñados en sótanos. Los Said han visto muchas fotos, pero en ninguna está Mahmud.
Alrededor de Fadi revolotean algunos de sus siete hijos, los bisnietos de Said. El mayor tiene poco más de 12 años. "¿Qué futuro pueden tener mis hijos? La vida ya era lo bastante difícil antes de que pasara esto. Me gustaría que los milicianos de Fatah al Islam se fuesen de nuestro campo, que las cosas volviesen a ser como antes, pero no creo que sea posible". Los palestinos, por ley, no pueden ejercer más de 70 profesiones en Líbano. No pueden trabajar en ninguna profesión liberal. No pueden comprar casas fuera de los campos, ni tienen derecho a la sanidad pública o a un pasaporte.
Said ha trabajado buena parte de su vida en la construcción de carreteras, su hijo Mahmud se ha buscado la vida como pudo, haciendo de todo, y su nieto Fadi es electricista y trabaja en una fábrica surcoreana cerca de Trípoli. "Las empresas extranjeras nos dan trabajo, pero las libanesas jamás", cuenta Fadi. "En Líbano nos tratan bien, pero estamos mucho peor que los palestinos refugiados en Jordania y Siria. Los que viven en Jordania prácticamente están en pie de igualdad con los nacionales". El conflicto de Naher el Bared les ha recordado a los palestinos que son parias en una sociedad en la que no son queridos.
"He visto muchas cosas", relata Said, "he vivido la invasión israelí, la guerra civil libanesa
, he visto a palestinos ser masacrados delante de mí. Aunque estaban muertos les seguían disparando en el suelo. Hasta ahora pensé que aquello era lo peor que había visto... Pero no, ahora es peor, cuando comenzó nuestro éxodo había un único enemigo: Israel. Ahora son más, EE UU, el Reino Unido y hasta entre nosotros, entre hermanos musulmanes, nos matamos. Mi familia está condenada a huir de todo y de todos".
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