El zapato hecho arte
Es difícil olvidar el contoneo de Marilyn Monroe mientras pasea por el andén de una estación de tren en Con faldas y a lo loco, un caminar lleno de sensualidad y erotismo, contundente movimiento de caderas acompañado de unas bellas piernas que culminan en unos zapatos con un tacón de aguja de once centímetros. Y qué decir de la elegancia y la sencillez de Audrey Hepburn con sus zapatillas planas en Vacaciones en Roma. Salvatore Ferragamo creó para ellas pequeñas joyas que en sus pies resaltaban aún más su feminidad. Suaves tafiletes combinados con rafia o bellos cristales entremezclados con ricas telas le permitieron al zapatero napolitano crear un universo de belleza que ha culminado en un museo en el Palazzo Spini Feroni, ubicado en la calle Tornabuoni de Florencia, y en una gran empresa dedicada a productos de lujo gestionada por la familia Ferragamo. En el museo se exhiben actualmente dos centenares de modelos de zapatos que muestran el abanico cromático y la pasión mezclada con la calidad artesanal que utilizó Ferragamo durante casi 50 años y que se esconden tras las paredes del castillo medieval que alberga la exposición Creatividad en colores. Resaltar un modelo entre todos los que se exhiben resulta una tarea difícil, pero quizá uno de los más hermosos sea el par de sandalias de oro de 18 quilates con el tacón labrado con figuras de animales, encargado por el esposo de una clienta australiana en 1955. Wanda Miletti, viuda de Salvatore Ferragamo, asegura que el museo se creó por "la necesidad de reforzar el diálogo del creador con el arte, el diseño y la cultura".
El patriarca de la familia Ferragamo, un hombre sin estudios, pero con un gran sentido artístico y empresarial, emigró en los primeros años del siglo XX a América, donde logró establecerse al abrir un pequeño comercio de reparación de zapatos en Santa Bárbara (California), y entre remiendo y remiendo, Salvatore comenzó a diseñar zapatos para su clientela. Su fama le llevó a introducirse en el mundo del cine, donde creó botas de cowboys para los westerns y sandalias romanas y egipcias para toda clase de películas históricas. Su bonanza americana acabó con la crisis de 1929 y decidió retornar a su país con su familia.
En 1936 alquiló dos talleres y una tienda en el Palazzo Spini Feroni, el mismo en que hoy está el museo, desde donde reemprendió su actividad creativa hacia el mercado americano y europeo. El zapatero convirtió las salas del palacio en un laboratorio para estudiar formas, materiales y colores en el que inventó nuevas soluciones técnicas como el enfranque de acero que daba soporte al arco del pie, los sistemas de costura invisible de las suelas, los métodos para cortar palas a partir de una sola pieza de piel y para decorar ésta mediante la abrasión en la primera capa. Ferragamo alcanzó un éxito rotundo al producir una de sus más populares creaciones: el tacón de cuña de corcho, patentado en 1937. Corcho, hilos metálicos, rafia, fieltro y resinas sintéticas que recordaban al cristal fueron algunos de los materiales que utilizó como alternativa al cuero. El artesano sostenía que "el lujo no reside en la opulencia de los materiales utilizados, sino en el concepto y en la calidad del trabajo artesanal". Después de la II Guerra Mundial, los zapatos de Ferragamo se convirtieron en símbolo de la Italia renacentista. Fueron los años de sus grandes inventos, como el tacón con refuerzo de metal, que se hizo famoso en las sandalias doradas que solía llevar Marilyn Monroe, así como la sandalia invisible hecha con hilo de nailon. El palacio de Via Tornabuoni fue lugar de peregrinaje de grandes personalidades de las finanzas y estrellas del celuloide como Greta Garbo, Sofia Loren, Anna Magnani o Audrey Hepburn.
"Siempre me han emocionado estos zapatos, son demasiado bellos. Las creaciones de Ferragamo son obras de arte, y su trabajo artesanal tiene estrecha relación con la arquitectura, el diseño y el arte", confiesa una emocionada Stefania Ricci, directora del museo, que alberga alrededor de 10.000 piezas creadas por el zapatero napolitano. En la exposición se pueden contemplar las hormas que realizó Ferragamo para sus clientes, facturas emitidas a las grandes estrellas del celuloide y, finalmente, el calzado. En la muestra emerge el color, los materiales y, sobre todo, sorprende su modernidad. Tal es así que algunos modelos creados a mediados del siglo XX están siendo reproducidos hoy día y se venden en las tiendas que Ferragamo tiene repartidas por el mundo.
La serie que se muestra está especialmente dedicada al color, y con ella se quiere reflejar la imaginación y creatividad de un hombre que jugó con los colores, que dio luz a los pies. Aunque cuando alguien ve los zapatos de Ferragamo, lo que impacta ante todo es el material. "Muchos tipos de materiales se conjugan en cada pequeña pieza construida por el artista. No sólo piel, también plástico, celofán, paja, papel… Una ingente cantidad de materiales nobles y otros que no lo son tanto, pero que le sirvieron para trasladar al calzado lo que imaginó en su mente", señala Ricci. "En los años veinte y treinta del siglo pasado, los zapatos solían ser negros, marrones o blancos. El azul era ya una anomalía. El hecho de que los pensara amarillos o verde esmeralda significa que él quería que impactasen ante todo. Además, cada modelo es muy diferente de otro", reflexiona Ricci. Los fondos que posee el museo los ha adquirido la familia a través de donaciones y subastas. "Había modelos muy exclusivos. Dependiendo de la época, podía modificar los tonos, pero siempre son extraordinarios. Son únicos, y cada uno de ellos es una pequeña obra de arte. Es la obra de un artista, y no la de un simple zapatero", señala la directora y comisaria de la exposición.
En la página 'web' www.ferragamo.com puede realizarse una visita virtual al Museo Ferragamo.
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