Tesoros en el Atlántico
Es una historia a medio camino entre la novela de intriga y la de ciencia-ficción. Una empresa estadounidense, Odyssey Marine Exploration, con tecnología avanzada para la investigación submarina, anuncia que ha descubierto un tesoro submarino en un barco hundido en el Atlántico, al que llama El cisne negro, de proporciones fabulosas: 17 millones de toneladas en monedas de oro y plata. Algo así como 370 millones de euros. Ese tesoro submarino ya ha sido enviado, en todo o en parte, a Estados Unidos. Las autoridades españolas, la ministra Carmen Calvo en particular, sospechan que ese tesoro es propiedad de España, algo que sería legalmente cierto si el tesoro reposara en aguas territoriales españolas; y lo sospechan porque Odyssey solicitó a la Junta de Andalucía un permiso de exploración en el estrecho de Gibraltar. Las autoridades británicas también sospechan que el buque encontrado sea el HMS Sussex.
La intriga y la hipótesis del expolio surgen naturalmente de que Odyssey no ha facilitado las coordenadas del hallazgo. Aseguran, eso sí, que el pecio no estaba en aguas españolas. Entonces, ¿dónde estaba? Parecería lógico suponer que los buscadores de tesoros de Odyssey, que disponen de aparatos capaces de emular la tecnología de la NASA, son capaces de situar su descubrimiento con total exactitud. No debería existir problema para que hagan pública la situación; ni para que se compruebe que dicen la verdad.
El asunto es enrevesado por la discusión legal que existe sobre la territorialidad. Según el derecho internacional, es una franja de 24 millas naúticas; según las normas del patrimonio histórico español, cubren 200 millas. Pero para Odyssey la obligación primordial era informar; los litigios, si hay que tenerlos, vendrán después.
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