El monstruo de dos cabezas
Todo lo que procede del subsuelo (trátese de hombrecillos verdes o materiales psíquicos) suele ocasionar graves disturbios en la vida de los individuos y los pueblos. No hay teoría filosófica ni construcción racional que se mantenga en pie frente a determinadas embestidas telúricas. Tampoco los edificios de viviendas, que se vienen abajo con la biografía de sus habitantes dentro. Tal ocurrió en un barrio de Barcelona, El Carmel, el 27 de enero de 2005. Ese día surgió de las entrañas de la tierra un monstruo de dos cabezas (una encargada de cobrar comisiones y la otra de realizar subcontratas), que provocó un socavón de 35 metros de profundidad y 30 de diámetro, tragándose prácticamente un edificio y afectando a otros 80, parte de los cuales hubieron de ser derruidos posteriormente. Más de 1.000 personas fueron desalojadas de sus casas para evitar desgracias mayores mientras los representantes de las instituciones se arrojaban violentamente el muerto unos a otros.
Poco después, en un pleno extraordinario que acabaría adquiriendo los tonos de una terapia de grupo, el entonces presidente Maragall aseguró que el problema de CiU, adjudicataria de las obras del metro que habían provocado la catástrofe, era el 3%. Sin ser psicoanalistas, todos interpretamos que el cobro de comisiones había sido una práctica habitual y que su pago obligaba a abaratar costes, reduciendo la calidad de la obra. Artur Mas, líder de la formación aludida, desenvainó la espada con unos reflejos increíbles y cortó una de las cabezas del monstruo (la encargada de cobrar comisiones) amenazando a Maragall con enviar la legislatura a "hacer puñetas" si no retiraba sus palabras. El Honorable las retiró y el animal de dos cabezas se quedó con una y un muñón. Nadie se atrevió a negar la existencia de las subcontratas porque había papeles por un tubo.
Y mientras los líderes políticos continuaban sus terapias de grupo, los vecinos desalojados deambulaban por los pasillos de los hoteles en los que habían ido a caer como almas fuera del cuerpo. Las mujeres de la foto vienen de recoger parte de sus enseres (curiosa palabra, enseres) de la que hasta entonces había sido su vivienda, en la calle Sigüenza. No tenemos ni idea de lo que llevan dentro de las bolsas de plástico, pero una de las enseñanzas del desastre de El Carmel fue que la gente prefiere rescatar antes la foto de la boda que el collar de perlas. De hecho, cuando se autorizó a los vecinos a regresar donde habían estado sus casas para hurgar entre los escombros, uno de los tesoros más preciados resultó ser el álbum familiar, cuando no la modesta colección de sellos ordenada a lo largo de las infinitas tardes de los domingos. El pájaro de la señora de la derecha es el alma de la jaula como usted y yo somos el alma de nuestra casa, de ahí que las mujeres parezcan, las pobres, dos almas en pena.
La catástrofe, en términos políticos, se saldó con dos dimisiones menores, una apertura de diligencias y la creación de una comisión de investigación. En el imaginario colectivo, el monstruo de dos cabezas, que surgió aquel 27 de enero del subsuelo, se nos aparece con la cabeza de las subcontratas y un muñón. La cabeza fantasma ocupa, curiosamente, más lugar que la real y se ha quedado con el nombre del 3%.
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