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Etílico y salvaje

Los expertos en el asunto se quejan de que en el sistema institucional español no exista cargo alguno post mortem presidencial que contribuya a aliviar la jubilación de nuestros primeros ministros, aprovechando además para que a nosotros nos ilustren y reeduquen sus enseñanzas o sapiencias. Así van, los pobres, presidiendo fundaciones y dando conferencias, e incluso aceptando –alguno– probar ricos caldos y realizar insanos brindis saltando de esquina del rencor a chaflán del resquemor.

Pero la situación no es desesperada. Si lo meditan con detenimiento, comprenderán que era inevitable el clamoroso encuentro de don José María Aznar con las Uvas, amén de conveniente para todos. He ahí una parcela en la que sin duda se siente cómodo: y no aludo a su proverbial mala uva, ni siquiera a las uvas de la ira que contribuyó a derramar en territorio iraquí. Por el contrario, yo creo que el señor Aznar está muy mejorado desde que entró en el Planeta Bótox, dicen que de la mano de su amigo Berlusconi, y que, pese al ruido que hacen sus palmeros y a los halagos que regurgitan sus secuaces, se ha convertido en un cincuentón previsible, uno de esos ejemplares tan comunes en la clase medio pelo pija que se deja los pelos largos en su intento de proporcionarle una segunda oportunidad a su más o menos indiscutible incapacidad de seducción. Su aspecto es dicharachero y, en cierto modo, sereno: me recuerda a los serenos de mi infancia, que golpeaban los adoquines con un hierro para que el mundo siguiera en orden alrededor; lástima de profesión perdida, ahora hay demasiados espontáneos. Su aspecto es ideal para hacer publicidad a los productores de vinos. Y digo vinos por simplificar, pues se me ocurre que cualquier celebración en torno a cualquier destinado etílico –hasta el vinagre; muy adecuado en este caso, por cierto: quizá una temporada en Módena perfeccionara su transformación– encontraría en la presencia del señor Aznar un seguro reclamo, al tiempo que a él le proporcionaría ocasión de desgranar esas cuchufletas o chanzas o guasas o decires con que, a la manera de epigramas, jalona ejemplarmente su deriva por las afueras e incluso los descampados del poder ejecutivo. Porque, encanto, tendremos una lengua más o menos agreste, pero mandar, lo que se dice mandar, me parece que ya no mandamos.

Sus comentarios resultan más adecuados cuando tienen lugar en el marco de un evento alcohólico, más simpáticos, más propios de él, que cuando se nos pone docto en conferencias con birrete o en pesadísimos artículos publicados en, pongamos, The Wall Street Journal. Creo que la sobriedad de la letra impresa no le hace justicia, se pone mucho más saleroso cuando le encargan defender libaciones. Al contrario que su amigo el presidente Bush, al señor Aznar estas catas le arrebolan los instintos. Todo hombre que ha sido rey necesita seguir siendo algo, aunque sea Reina de la Vendimia.

Esta España nuestra produce cada día mejores añadas, de norte a sur y de este a oeste. Se me dirá, bueno, pero cuando se acabe el verano y septiembre dé a su fin, ¿qué? Al margen de que también podría aventurarse por Francia –ahora que su amigo Sarkozy se ha instalado sin complejos en el Elíseo–, pródiga durante el verano en festejos relacionados con la mamancia –sobre todo en la Catalunya Nord, tan lepenista ella–, no podemos olvidar que, allá en el Cono Sur, en Chile y en Argentina, también pueden ofrecerle una gira de promoción mientras aquí dure la temporada invernal. O sea, le tenemos colocado.

Mi sueño, que apenas me atrevo a esbozar, es que le nombren Caballero de la Orden del Pinot Noir y que le dejen hablar. Semejante honor –que una vez recayó en mí, mientras yo recaía y recaía sin parar– tiene lugar en la región de Cognac, en un magno castillo que daría a nuestro héroe la oportunidad de vestirse de Rodrigo Díaz de Vivar.

Y entre noviembre y diciembre podrá asomarse a las pantallas para anunciar que "le Beaujolais nouveaux est arrivé", y que a él nadie tiene por qué decirle cuántas botellas tiene que beberse.

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