Curas, traidores y traductores
Es probable que Justo Navarro acometa en Finalmusik, su nueva novela, un propósito similar al que lo orientó cuando escribió La casa del padre. Enfrentarse al presente desde el pasado. No digo que esta novela tenga la hechura de la que publicó en 1994, que se desplegaba hasta nuestros días desde los remotos y tenebrosos tiempos del franquismo. Digo que en Finalmusik el presente sólo puede ser el que es si acertamos reunir las piezas dispersas de un pasado que se va configurando a partir del azar y algún que otro "accidente íntimo", propio o ajeno. El sistema de representación que utiliza Justo Navarro (poeta y traductor, también) es el de crear atmósferas, perfiles humanos desenvolviéndose como si lo hicieran detrás de una pantalla opaca. En esta opacidad ganan las criaturas de ficción de Justo Navarro una irónica transparencia, una especie de desconcertante claridad objetual y psicológica. Las historias que acompañan a los personajes de Navarro en todas sus novelas están marcadas por traumas familiares, antiguos y oscuros accidentes biográficos que ejercen sobre sus protagonistas o narradores una suerte de atracción enfermiza. Los narradores de Navarro, los narradores en primera persona como sucede en esta novela y en las dos anteriores (La casa del padre y El alma del controlador aéreo), indagan con la conciencia de que nada de lo que averigüen será ajeno a sus propias vidas. El vínculo entre lo individual y lo histórico, como sucedía en esas dos novelas que he citado, Justo Navarro lo convierte en la materia misma de su narración. En la materia literaria y en la humana. El vínculo (o la cadena) es esa tierra de nadie de su narrativa, su suelo ambiguo o irreal. Su mayor logro y lo que nos suele atraer y fascinar de sus novelas.
FINALMUSIK
JUSTO NAVARRO
ANAGRAMA.
BARCELONA 2007
251 PÁGINAS. 17 EUROS
Finalmusik transcurre en Roma. Es la historia de los últimos ocho días de su narrador, un traductor que está acometiendo la traducción de una larga novela criminal, en la capital antes de regresar a su ciudad natal, Granada. Narrada en primera persona, el protagonista vive en unas dependencias eclesiásticas. La novela está contada en trece capítulos. Su engañosa dispersión estructural nunca impide esa eficacia narrativa sólo concebible en los textos sólidamente unitarios. Cada uno de esos capítulos relata una experiencia que nunca sabremos con exactitud qué tiene de real o ficticia. El traductor (una figura que ya encontramos en Accidentes íntimos) tiene relación con una limpiadora de la casa en la que se aloja, conoce a una profesora de semiótica que a su vez está atormentada porque su marido, un economista conocido, tiene relaciones con una jovencita, etcétera. Pero la relación que más frutos narrativos y morales (sin ser moralista) genera esta historia es la del traductor con Carlo Trenti, el escritor que traduce. Su novela, la de Trenti, nos relata un crimen en la Italia de Mussolini (otra figura que aparece tangencialmente en El alma del controlador aéreo). Esta historia unida a una efeméride de reminiscencias augustas, la fiesta del "ferragosto", a la que acude el narrador hacia el final de la novela, dibuja una poderosa metáfora de decadencia felliniana (en la medida en que Fellini dibujaba inclementes metáforas de la Italia contemporánea) de mayúscula solvencia prosística. El narrador debe, al terminar su estancia en Roma, regresar a Granada, esta vez a la casa materna donde el padre espera. Como si hubiera vivido una novela de espías, traidores o de culpables impunes, o de terroristas, una novela de corruptelas políticas y vaticanas, como si la hubiera vivido, protagonizado o leído, que nunca lo sabremos, el alma del traductor va en pos de su libertad final.
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