"No entender la lógica de los 'best sellers' nos mueve a decir que son mala literatura"
Narrador, poeta, traductor y crítico literario, el escritor granadino, premio de la Crítica por su libro de poemas Un aviador prevé su muerte, publica Finalmusik. Una novela que parte de su propia experiencia en la Roma actual, y en la que con sentido del humor y su aguda visión crítica subraya algunas de las grandes paradojas de nuestro tiempo.
"La literatura de entretenimiento ha decidido que la crítica es democrática y la deciden los ejemplares vendidos"
Justo Navarro (Granada, 1953) es un hombre serio, sobrio y poco hablador. Sólo sus ojos delatan a la persona jovial y humorística que en realidad es. Con sus libros ocurre algo parecido. Tanto en sus novelas como en su poesía, una prosa contenida, limpia y precisa se pone al servicio de una ironía subterránea y sin concesiones. Crítico de novela negra y de literatura de best sellers, el personaje central de Finalmusik, su última novela, es traductor de este tipo de literatura. El escritor granadino cuenta una experiencia romana que parte de la suya propia, al tiempo que reúne en estas páginas todas las señales de la literatura de masas. Desde esos clichés, tanto lingüísticos como temáticos, hace su propia lectura. Una lectura a la inversa que demuestra que con los mismos elementos de evasión y divertimento que requiere el género puede elaborarse otro discurso literario y, lo más importe, una nueva propuesta moral.
PREGUNTA. Su novela tiene una apariencia fantasiosa y resulta ser una novela real.
RESPUESTA. Los grandes acontecimientos que se cuentan son reales. Entre el 8 y 15 de agosto de 2004, en Roma hubo un ultimátum de las brigadas islámicas para deponer al primer ministro bajo amenaza de incendiar Italia. Al mismo tiempo se dio otro episodio real, el de una señora que identificó cerca del Circo Máximo al criminal más buscado de Italia. Esa trama de acontecimientos se fundió con notas de mis diarios personales y con la historia sentimental de la novela. Eso es lo que la ficción añade a la realidad, la posibilidad de entrar en la intimidad de otras personas y ponerlas a hablar.
P. Escribir es eso, ¿no?
R. Exactamente. Se trata de ver cómo el gran tiempo histórico está en nuestro tiempo íntimo. Ese fenómeno siempre trata de escindirse y cada línea temporal va por su lado, pero en realidad lo vivimos fundido.
P. Utiliza muchos elementos de los best sellers.
¿Qué es para usted esa literatura?
R. La distinguen los lectores que prefieren una u otra. En realidad, la novela es una celebración de la literatura de best sellers que, entre otras cosas, nos recuerda la gran importancia que tiene la literatura en la industria de la cultura y el entretenimiento. Esas grandes novelas populares influyen en el cine, en la moda, en el turismo, llegan a los videojuegos, la juguetería, la joyería. La gran literatura popular se está convirtiendo en un almacén de clichés morales y sentimentales terribles, muy previsibles. Lo peor de los best sellers no son los clichés lingüísticos que a algunos les molestan, lo peor son sus clichés morales.
P. ¿Cree que hay una intoxicación de todo tipo de valores gracias a la novela de best sellers?
R. La literatura de entretenimiento desagrada porque rompe el panorama literario tradicional que se basaba en el canon establecido por personas de gusto distinguido. Esta literatura, que mueve cantidades inmensas de dinero, ha decidido que la voz crítica es democrática, que la decide el número de ejemplares vendidos de una novela. ¿Para qué sirve el aparato institucional que decide el canon literario sino para alimentar su propio gusto? La literatura popular sigue otra lógica que todavía no acabamos de entender. Esa incapacidad para entender su lógica nos mueve a liquidar la discusión diciendo que es mala literatura. El lector de best seller considera que lo más interesante de la novela es llegar a la solución de los enigmas, pero en mi novela, donde hay bastantes enigmas, no se resuelve ninguno porque lo que interesa es contar la historia. Con los elementos del best seller he intentado elaborar un discurso literario y moral distinto.
P. Sorprende su afición por las iglesias y la Roma religiosa.
R. Es un ambiente imaginario, salvo el gran culto a la moda de los sacerdotes y de las monjas. Soy de formación católica y creía profundamente las cosas que nos enseñaban. El narrador de la novela se admira ante el carácter de soberbia que tienen muchos de los príncipes de la Iglesia que imagino compartirán con todos los príncipes del mundo. Tiene una mirada de muchacho católico y vive la sensibilidad que yo todavía tengo hacia el catolicismo. Estuve tentado de titular la novela con el estribillo de una canción que dice: "Soy un chico católico educado para el dolor, no para la alegría", pero me di cuenta de que el chico de la novela es bastante más alegre.
P. ¿Qué le pesa de su educación religiosa?
R. No me pesa mi educación religiosa, estoy contento de haber recibido esa educación. No soy católico en este momento, pero esa educación me dio capacidad de reírme de muchas cosas de las que parece imposible reírse. Después de haber sido católico, todos los discursos sobre los dioses y los dogmas se reciben con una gran y alegre distancia. Yo disfruto de mi formación católica. Lo que echo de menos es que era una religión sin libros. Odiaban los libros, pensaban que podían ser motivo de perdición.
P. "Se acaba otra vida mía, mi vida romana". ¿Qué quiere decir?
R. Eso es lo que para mí es la literatura. Paul Valéry decía que escribimos para buscar nuestras palabras. Creo que uno escribe precisamente encontrando las palabras porque siempre damos sólo una posibilidad de nosotros mismos. Termina un libro y termina una vida mía y ahora empiezo a buscarme otra vez porque no he terminado de encontrarme. Para mí, la literatura tiene que descubrir algo nuevo porque si no escribir sería un latazo, es una forma de seguir nombrando el mundo para conocerlo mejor.
P. Entre libro y libro se toma bastante tiempo. ¿Cómo escribe?
R. Estoy en permanente atención, voy escribiendo sin parar y llega un momento en el que me doy cuenta de que la historia que me estaba inventando no me vale. Entonces la abandono. En otro momento se produce la iluminación de que lo que estoy escribiendo es ya una historia nueva. No tengo ningún reparo en eliminar todos los folios que he escrito si la historia deja de hablarme y los personajes se callan.
P. ¿De ahí deriva su concisión?
R. Una parte fundamental del proceso de escribir una novela es la de borrar y montar. Como el que hace una película y rueda muchos metros que luego elimina. Y sobre todo la decisión de tener con cada personaje una relación distinta y dejar que sea la lógica de cada uno la que te imponga retirar determinadas cosas de la novela.
P. ¿Sigue escribiendo poesía?
R. No escribo prácticamente poemas. Los poemas me sirven como una voz interior. Me gustan las palabras. Lo primero que yo escribí eran listas de palabras: nombres de letreros, de refrescos, marcas de cerveza. Quizá tengan que ver con las listas de palabras que formaban parte de la educación del colegio católico. Las cosas se conectan solas y los poemas que aún sigo escribiendo tienen mucho de reunión de palabras "movidas a resplandor" como decía Juan Larrea. Cuando me despierto a medianoche procuro escribir un poema, por la mañana, afortunadamente, lo olvido.
P. La figura del padre está en todas sus novelas. ¿Le pesa su ausencia?
R. Mi padre murió con 52 años. Era un hombre con el que no hablé demasiado. Era liberal, abierto, generoso y sufría terribles depresiones. Le quiero profundamente pero nuestra unión fue un poco rara. Éramos seis hermanos y quizá su carácter depresivo le convertía en una presencia inquietante para nosotros. Aunque le quisiera mucho, veía con enorme alivio que tuviera que irse por sus negocios. Tenía 23 años cuando él murió. Aprendí a leer con él y me prestó una gran atención leyéndome poemas y preocupándose por mis lecturas. Me daba las novelas que leía, novelas americanas policiacas, así que mi culto a la novela negra es en realidad un culto a mi padre. Cuando fui a la facultad, uno de mis maestros podía darte la sorpresa de conectar la novela inglesa de misterio con los maestros americanos de la serie negra. Aquellas novelas que yo había leído, y que los que me rodeaban encontraban despreciables, de repente eran fundamentales para entender el mundo. Se unieron algo así como dos figuras paternas. Más que la ausencia me pesaba la presencia de mi padre.
P. Esa presencia opresiva del padre era general en la época.
R. Los padres creaban una atmósfera incluso de sonido. Los ruidos que se podían hacer en presencia del padre eran distintos que los que se hacían en su ausencia. Decidían no sólo el ambiente espiritual de la casa sino el ambiente sonoro. Lo decidían todo. Y por otra parte imponían, como en los conventos medievales, un orden al día. Había horas, como la de la siesta, que eran fundamentales. La presencia del padre era un transformador de la realidad. También la ausencia. Cuando durante años la vida se ordena en torno a su figura, si tu padre no tiene una influencia decisiva en cómo piensas, en cómo hablas o en cómo escribes es que no tienes corazón.
P. ¿Utiliza en Finalmusik
la figura de Mussolini para criticar la realidad actual?
R. Nos estamos habituando a moldes de autoridad que vistos con la distancia de otros tiempos históricos nos espantaban. La vigilancia telefónica da que pensar, recuerda los sistemas de espionaje de Mussolini que permeaban toda la vida italiana a través de los "informadores voluntarios". Ahora tú eres el informador voluntario sin ir a la policía, sólo tienes que hablar por teléfono. Como el eslogan famoso que había en la Alemania del año 1938: "La mujer alemana no fuma". El tiempo que estuve en Roma el eslogan era: "La mujer libre no fuma", sólo cambia la palabra alemana por libre. El que haya cada vez más personas a favor de la censura, o del control de los contenidos de información que circula por los medios, son cosas que nos parecían indeseables, y las personas que defendían ese tipo de controles eran inadmisibles e indignos de confianza. El principio que está recuperando otra vez la censura es muy preocupante.
P. Por una parte la censura y, por otra, la libertad de intromisión en la intimidad de la gente.
R. Exactamente. Es una especie de paradoja. Libertad absoluta para entrar en la vida ajena y, por otra parte, el control absoluto de cómo se desarrolla la vida propia. Porque, entre otras cosas, nos están acostumbrando a que la patrulla de costumbres no tenga que ir por la calle, sino que nosotros mismos la llevamos en nuestro interior.
P. Como observador sistemático de lo cotidiano, ¿tiene sensación de irrealidad?
R. Tengo sentido de irrealidad desde niño y eso me fuerza a prestar más atención. Probablemente por eso soy escritor. Hay que ver el espectáculo de cómo nos hemos convertido todos en sospechosos, y al mismo tiempo inocentes, que debemos ser muy protegidos. Las filas en el aeropuerto de gente quitándose la correa. O esas bolsas transparentes que recuerdan los grandes almacenes donde todas las dependientas llevan bolsos transparentes para demostrar que no roban. Eso no lo hacen porque tú seas culpable, sino porque eres inocente, eres inocente y culpable al mismo tiempo.
P. ¿Es pesimista respecto a nuestro futuro próximo?
R. Sí, vivimos una situación paradójica. Los grandes ideales de la humanidad eran la igualdad entre todos los hombres, su bienestar. Una idea de comunismo millonario en el que todos fuéramos iguales, todos con calefacción e incluso con papel higiénico. Pero como dice Umberto Eco, si todos los chinos usaran papel higiénico sería un golpe terrible para el bienestar del planeta. Quizá la Iglesia más retrógrada de los siglos XVII al XIX, que era contraria a la igualdad, te hace pensar que tenían razón. La igualdad acabará con el planeta y el bienestar general. Son paradojas que te asustan porque tú eres absolutamente partidario del bienestar para todos, y piensas que quizá los poderosos se dediquen a destruir cualquier vestigio de igualdad futura para preservar su calefacción y su jardín.
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