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Columna
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Tirarse a la piscina

Usted se las cree o no se las cree, pero con las promesas electorales de los candidatos ocurre como con la Santísima Trinidad, a veces se trata de una cuestión de fe. Tras más de 25 años de democracia en los ayuntamientos hay ejemplos de todo tipo. De muchas realizadas, y de muchas más incumplidas. Con las promesas electorales bajo el brazo hay candidatos que acuden al notario para ratificar sus compromisos; otros que recorren su ciudad barrio a barrio firmando contratos sociales y algunos pocos que, cuando salen elegidos, son capaces en parte de realizarlas. Ahora, a las promesas habría que plantearles un plus de exigencia. Lo explico.

Tal y como han sucedido las cosas en estos últimos cuatro años, no parece baladí que en estas próximas elecciones además del modelo de ciudad que los aspirantes prometen, pongamos en valor la dignificación de la propia forma de hacer política. Nunca como en esta cita electoral, la corrupción va a tener tanto protagonismo. Sólo en la provincia de Málaga más de 20 ediles que repiten en las listas están inmersos en causas judiciales relacionadas con el urbanismo. Y sólo en Andalucía, al menos una decena de aspirantes a alcaldes lo fueron ya con otros partidos distintos, lo que a priori ofrece escasa confianza sobre el candidato en cuestión y todavía menos sobre el partido que lo acoge.

Sería razonable que, en estos días de campaña, los candidatos ofrecieran un plus de explicaciones. Se me ocurre una esencial. Cuando un aspirante anuncia una inversión debería explicar de dónde van a sacar el dinero para ejecutarla. Les pongo un ejemplo. Que un candidato promete una piscina. Pues que lo explique bien, ya que no es lo mismo construirla con una subvención de la administración regional que con las plusvalías obtenidas por el ayuntamiento tras elevar la edificabilidad de un terreno. Que ofrece aparcamientos. Pues a seguir explicándose. A ver si resulta que para que uno pueda aparcar el vehículo en el centro hay que construir un campo de golf plagado de viviendas en las afueras del pueblo.

El empecinamiento de los partidos políticos por incluir en sus listas electorales a candidatos imputados en procesos judiciales también exige algunas explicaciones de más. Quién nos garantiza que el político en cuestión va a terminar la legislatura. Imagínense que uno vota al candidato que prometió la piscina y al final no puede terminarla porque la sentencia llega antes que la hormigonera.

Les pese lo que les pese a los alcaldes, hay demasiados en entredicho. Y eso ha provocado una enorme desconfianza de los ciudadanos en sus autoridades locales. Tras ocho años de boom urbanístico, la corrupción ha aflorado por demasiados rincones de España bajo el manto de las recalificaciones y los convenios urbanísticos. Al margen de los que han acabado directamente en la cárcel, son muchos los que han escudriñado en los entresijos de la ley para engordar un sistema de financiación municipal que ha convertido el suelo en la materia prima no en el producto final, y que ha situado su ayuntamiento del lado de la especulación, primando lo privado sobre lo público. Pese a ello, a muchos de los protagonistas de estos desaguisados los encontramos en las nuevas listas que se presentan a las municipales.

Por eso, en la cita electoral del 27 de mayo los ciudadanos se deberían hacer dos preguntas antes de emitir su voto. De un lado, qué candidato o partido político tiene un proyecto que mejorará la calidad de vida en su ciudad y de dónde va a sacar el dinero para hacerlo. De otro, que candidato o partido político dignificará la imagen de la política, y con ella la de su propia ciudad. Los votantes, antes de tirarse a la piscina, deberían cuestionarse quién va a pagar el agua. Y sobre todo, qué tiene previsto construir el futuro alcalde donde iba la zona verde que rodeaba la piscina.

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