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Columna
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Modelos para armar(la)

Una mesa redonda en la que han participado Fernando Iwasaki, Pedro Ugarte y Patri Goialde y una exposición, abierta en el Centro Cultural Okendo hasta el 23 de junio, han recordado esta semana en San Sebastián la figura y la obra de Julio Cortázar. Ambas, la persona y la escritura, ofrecen abundantes argumentos para la admiración. Oportunidad ésta de admirar que escasea y que particularmente agradezco, como un oasis, en un mundo que hoy parece empeñado en todo lo contrario, en exhibir o alardear de las versiones menos admirables de sí mismo. De Cortázar admiro el talento, el sentido del humor y, de un modo muy particular, la consecuencia: sus frases -de opinión o de imaginación- brillan de equilibrio y justeza; en ellas es todo lo que está y está todo y sólo lo imprescindible. Cortázar mide sus palabras, elige la que aporta más con menos artificio; la que evoca sin agotar, permitiendo, a cada lectura, el renacimiento del sentido. Pero la consecuencia no es sólo un criterio estético, tiene también que ver con la conciencia del efecto, del eco que las manifestaciones de los escritores o de los personajes públicos buscan y encuentran. Cortázar asume la responsabilidad de hablar en alto para un lector o un auditorio y la responsabilidad complementaria de ser lector u oyente activo. "En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas".

Tal como me son dichas, podríamos continuar, porque nuestro paisaje público es eminente, vorazmente verbal. Nuestra política, por lo menos en su representación más mediática, es mucho menos una acción que un discurso. Mucho menos una sosegada y fértil sucesión de actos (y de remedios para los problemas y dilemas ciudadanos) que una turbulenta y estéril carrera de afirmaciones, réplicas, contrarréplicas, contestaciones, negaciones, y vuelta a empezar, vuelta al dichoso revoltijo de los dichos: tú tal y tú más y esto delirante y aquello sospecha y tú ya vas a ver en los tribunales y tú fuera de ellos que dónde se ha conocido cosa igual y tú ya se sabe y ya se acuerda todo el mundo y esto falso y aquello delirante y así... "El lenguaje es un medio", escribió Julio Cortázar, "tan medio que a veces son tres cuartos". En nuestra vida pública, el lenguaje sí que significa tres cuartos, pero de lo mismo. De la misma irresponsabilidad.

Porque si en Cortázar la conciencia del efecto que las palabras públicas producen en la gente es un oasis, en nuestros representantes políticos más visibles es mayormente el desierto. El ejemplo de Aznar y las copas de vino y las normas de tráfico, en un país que se deja en el asfalto a miles de personas cada año, es demasiado fácil, y, sin embargo, la ceguera o sordera que sus palabras indican, la indiferencia que sugieren, la sensación de impunidad que traducen, constituyen, debidamente extrapoladas, una elocuente metáfora de cómo se miden o se pesan en nuestro país las expresiones públicas, los dichos al micrófono o a la cámara de televisión.

Una de las obras más representativas de Julio Cortázar es 62 modelo para armar. Muchos discursos políticos parecen, entre nosotros, modelos para armarla, para sembrar la confusión, la bronca, la discordia. Y para alejar los asuntos de su raíz, esto es, de su realidad palpable, y subirlos a fuerza de voces y de distorsiones semánticas y de algarabía conceptual y descalificaciones g/dramatizadas, subirlos hasta las nubes desde donde los hechos y sus raíces no se ven. Y las inclemencias emocionales (cuando no viscerales) pretenden hacer el papel de argumentos, sustituir su responsabilidad. El ejemplo de Batasuna también es obvio. Desde las nubes léxicas da para mucha perturbación atmosférica rentable. En la raíz de los hechos, en cambio, todo es más crudo y silencioso: Batasuna sigue sin condenar la violencia, sigue fija ahí, en esa infamia..., mientras los demás damos vueltas sobre su eje y por arriba se pronuncian discursos-modelo para armar-para sembrar confusión, inquietud o discordia, y cosechar.

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