¡Qué triunfo inesperado!
EL PAÍS ofrece mañana 'El barbero de Sevilla', de Rossini, por 9,95 euros
"Espero que usted se halle en uno de esos momentos felices en que, libre de preocupaciones, sin problemas de salud, satisfecho de sus negocios, de sus amores, de su estómago, pueda hallar placer en la lectura de mi Barbier de Séville, ya que son precisas todas estas condiciones para ser un hombre que se preste a la distracción y un lector indulgente. Pero si algo ha perturbado su salud, si su situación es comprometida; si la mujer que ama le ha faltado a sus juramentos, si su digestión fue pesada, ¡ay!, entonces deje de lado mi Barbier; no es el momento oportuno". La advertencia del dramaturgo francés Pierre-Agustin Caron de Beaumarchais (1732-1799) en el prólogo de la primera de sus comedias de la trilogía de Fígaro no es baladí: El barbero de Sevilla es pieza teatral para el disfrute. Y para el regocijo es la más genial de las versiones operísticas que su obra ha generado, la compuesta en 1816 en sólo 12 días por el italiano Gioacchino Rossini (1792-1868): una partitura vital, efervescente, alegre como una castañuela y capaz de levantar el más decaído de los ánimos.
Dice de ella el historiador estadounidense Paul Robinson que "es una ópera muy irreverente. No se toma nada en serio, ni Dios, ni la sociedad, ni el amor, ni la felicidad, ni la enemistad, y en algunos aspectos importantes ni siquiera la música". Y es que Rossini no llegó a los 76 años acumulando preocupaciones en un siglo en el que la esperanza de vida no superaba los 40. La economía de esfuerzo y el goce de la vida fueron su divisa y sus óperas bufas, de la que El barbero de Sevilla es su obra maestra, la plasmación no sólo de su genialidad musical, sino también de su naturaleza jovial y socarrona.
Rossini, eterno reciclador de sus propias partituras, se lanzó a la aventura de poner música a la comedia de Beaumarchais en pleno éxito de El barbero de Sevilla compuesto por Giovanni Paisiello en 1782, sólo siete años después del estreno de la pieza teatral. De nada sirvió cambiarle el título en la noche del estreno, el 20 de febrero de 1816 en Roma, por Almaviva ossia l'inutile precauzione para no dar carnaza a los fanáticos partidarios de Paisiello. La precaución, como rezaba el título, fue inútil, y el estreno se convirtió en una de las peores pesadillas del compositor.
Los seguidores de Paisiello habían tomado posiciones en el teatro Argentina de Roma y el público, que se la tenía jurada al empresario teatral, esperaba aprovechar la ocasión para hundirlo. El llamativo traje color avellana al estilo español rematado con botones dorados que aquella noche lució Rossini, y que provocó la hilaridad del público, fue sólo el detonante del cúmulo de desastres que siguieron: al tenor se le rompió una cuerda de la guitarra mientras cantaba la cavatina bajo el balcón de Rosina, quien, siguiendo el texto de la ópera, le replicaba: "Sigue, querido, por favor, sigue"; el bajo que interpretaba a Don Basilio cayó de bruces en su salida al escenario y se fracturó la nariz teniendo que cantar su célebre aria La calunnia chorreándole la sangre por la nariz; y por si todo ello fuera poco, un gato cruzó el escenario armando la marimorena en plena representación. Llegado este punto, el teatro era ya una olla de risas, gritos y silbidos a punto de estallar.
Fue una noche para borrar del calendario, y al día siguiente el compositor excusó su presencia en el teatro alegando indisposición. Una noche que fue el reverso de la pesadilla. Rossini se perdió el milagro. En sólo 24 horas, el fracaso se tornó en éxito. Sin prisas, pero sin pausas, su genial Barbero fue minando el interés del público por la ópera homónima de Paisiello, actualmente una auténtica rareza. Fue un triunfo inesperado, y Rossini bien prodría haber parafraseado al Conde de Almaviva cuando ya seguro del amor de Rosina canta orgulloso: "¡Qué triunfo inesperado! / ¡Soy feliz! ¡Oh, hermoso momento! / ¡Ah, que de amor y alegría / me siento próximo a delirar!).
La versión que EL PAÍS ofrece mañana a sus lectores de El barbero de Sevilla cuenta en el reparto con el tenor rossiniano más cotizado del momento, el peruano Juan Diego Flórez, que en el papel de Conde de Almaviva da la réplica a la soprano eslovaca de agudos deslumbrantes Edita Gruberova. El papel de Fígaro lo interpreta el barítono ruso Vladímir Chernov. La grabación, realizada en vivo en 1997, la dirige Ralf Weikert a la Orquesta de la Radio de Múnich.
Babelia
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