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Columna
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Sin control

Andrés Ortega

George W. Bush y Vladímir Putin están destruyendo la arquitectura de control de armamentos existente, derivada de la bipolar guerra fría, sin tener otra de recambio. De no hacer nada, en cinco años expirarán algunos de estos acuerdos bilaterales, y otros multilaterales están en peligro. Sería una irresponsabilidad histórica.

Fue la Administración Bush la que para poder avanzar en su nuevo escudo, denunció primero el tratado ABM, que limitaba los sistemas antimisiles de Rusia y Estados Unidos. El siguiente paso fue anunciar, como fait accompli, que instalaría un lanzador de cohetes interceptores en Polonia y un radar en la República Checa. Pese la apariencia oficial de unidad, la OTAN está dividida al respecto.

No es que a Putin le preocupe demasiado este escudo que Rusia podría fácilmente saturar. En tiempos de su sucesión electoral controlada, Putin está intentando aprovechar la situación creada para desquitarse de la humillación sentida por Rusia en los años noventa, aumentar su peso, poner límites a la expansión de la Alianza Atlántica e intentar reconstituir un cierto imperio. Su anuncio de que podría dejar en suspenso la aplicación del tratado CFE -retocado en 1999, ratificado por Moscú, pero no por EE UU ni por la OTAN-, que regula las armas convencionales en Europa, ha hecho sonar las alarmas.

Este tratado no sólo limita a Rusia frente a sus vecinos. También proporciona un marco de equilibrio militar a países con problemas entre sí, como Armenia y Azerbaiyán. Después podría venir la denuncia del tratado INF, que suprimió los misiles de alcance intermedio. Lo peor, como dijo Javier Solana en el II Foro de Bruselas de reflexión transatlántica, que ha girado en torno a Rusia, es que las palabras de Putin son una "declaración de desconfianza". Lo son.

A su vez, la Administración Bush está pidiendo al Congreso fondos para desarrollar dos nuevas generaciones de armas: una nueva cabeza nuclear, la primera en años, y otra convencional para los misiles balísticos Trident instalados, ahora con carga atómica, en los submarinos.

Sería la primera aparición de cohetes intercontinentales no nucleares en manos de EE UU lo que, en caso de uso, podría dar pie a trágicas confusiones. Ambos pasos están destinados a ampliar el abanico de opciones en manos de Washington, el primero en línea con el intento de esta Administración de hacer el arma atómica "más utilizable" incluso contra países que no la tengan, o no la tengan aún.

En febrero, 22 de los mejores físicos norteamericanos ("miembros de la profesión que creó las armas nucleares", como ellos se definen), pidieron al Congreso de EE UU que prohibiera el uso de armas nucleares contra Estados que no las posean, como Irán. La decisión sobre el uso del arma atómica está en manos del presidente de Estados Unidos. No es probable que el Congreso, que le está echando un pulso a Bush sobre la retirada de Irak -lo que equivale a saber quién controla a los militares-, vaya a dar tal paso.

Por su parte, la Unión de Científicos Preocupados ha elevado su voz para intentar evitar que EE UU desarrolle el nuevo tipo de cabeza nuclear, conocida como RRW (Cabeza de Reemplazo Fiable, en sus siglas en inglés, nombre nada neutro pues sugiere que las actuales no sirven a pesar de que, según estos científicos, no se han vuelto obsoletas). Estos científicos no piden que EE UU renuncie al arma nuclear, sino que se quede con 1.000 cabezas y destruya todas las demás.

Con la inevitable proliferación de la energía nuclear, la de armas atómicas vuelve a ser una de las preocupaciones mundiales. Con estos pasos, y con el despliegue de un escudo antimisiles, Estados Unidos no sólo no contribuye a impedirla, sino que la favorece, y debilita el régimen del TNP (Tratado de No Proliferación). El desarrollo de una nueva generación de cabezas nucleares podría llevar, para probarlas, a Estados Unidos a suspender su moratoria sobre ensayos nucleares. EE UU firmó en 1996, pero nunca ratificó, el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares.

Aún no es demasiado tarde. De todas formas, habrá que reinventar otro control de armamentos más adaptado a un mundo multipolar.

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