Los 300
Las Cortes Valencianas celebraban ayer su día grande con más expectativa que espectáculo. Era el 25 de abril, pero además se cumplían 300 años de la batalla de Almansa, Julio de España cerraba su presidencia y, por si faltaba algo, era la primera recepción oficial tras la desfeta del zaplanismo. Había una progresión de muñecas rusas en el horizonte. Sin embargo, el acto, más allá del delicioso concierto bajo palio de la Capella de Ministrers, iluminado por la antorcha burdeos del cardado de Consuelo Ciscar, defraudó el amplio espectro conmemorativo, puesto que desertaron vencedores y vencidos, privando de semiótica a los espectadores. Antes de picar espuela, Vicente Rambla se había apostado en el acceso del jardín del Palau dels Borja, como si se tratara del paso de las Termópilas, para taponar a los tribuletes con el sermón patriótico del multiplex con el que nos discrimina el ministro Clos, que es como un fuero tecnológico. Con el peinado inmovilizado por un revestimiento de laca, el portavoz del Consell pontificaba en el día de la derrota sobre el triunfo económico alcanzado con Iberdrola, como si fuera el filamento de tungsteno que iluminó el Siglo de las Luces o en ese plan. Entonces solemnizó que es lo que convenía celebrar por encima del pozo efemerístico en el que había caído la izquierda. Y que en cambio tanto abona las fantasías melancolías de Francisco Camps. A falta de grandes protagonistas, y sin invitados de postín, el único glamour perceptible era el que ofrecían las ensaladas de tomate y lechuga en bandejas del perímetro de un escudo espartano, conducidas con gran horizontalidad. Julio de España estaba malherido apoyado en el muro. Mientras hacía su discurso de despedida había sonado un móvil con la sintonía de La muerte tenía un precio. Sin embargo, no cantó ninguna ranchera, lo que hubiese supuesto un broche fetén para la celebración del tercer aniversario de la batalla de Almansa, para gloria de Eliseu Climent y su mercado de futuros y su franquicia de maulets. Aunque Almansa ya se ha apropiado de la batalla que lleva su nombre y la explota turística y culturalmente ante el desinterés de la Generalitat, que incluso ha editado el catálogo para la ciudad manchega en la que los pocos valencianos que lucharon hace tres siglos llevaban la bandera de los Borbones. Ante el vacío de poder que planeaba bajo el ficus en el que se inmortalizó la reforma del Estatut, y bajo el que pululaban ex diputados, jefes de negociado y cargos adyacentes con el buche lleno de gambas, sólo brillaba Joan Ignasi Pla con su órbita personal impenetrable, como deseoso de entrar en combate. Pero Camps, que ya había aplastado a sus adversarios en la guerra orgánica, rehúye el cuerpo a cuerpo. No le interesó ni hacer ruido en el 300 aniversario del 25 de abril, aunque fue una bandera electoral suya. Le gustaría tapar con un spinakker de la Copa del América la batalla del 27 de mayo para que pase inadvertida, que es la garantía de su victoria.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.