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Columna
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Una peluca para tapar el pañuelo

Andrés Ortega

Turquía parece vivir una elección presidencial al menos tan importante como la francesa. Y lo es, y no sólo para ese país gozne, sino para todo el mundo musulmán aunque la elección no sea directa sino por el Parlamento. El actual primer ministro, Tayyip Erdogan, un hábil político conservador, deberá anunciar, el miércoles como tarde, si se presenta o no, a sabiendas de que si da el paso saldrá elegido, en primera o en posteriores votaciones, dada la mayoría que controla. Los militares han voceado públicamente su oposición; una parte de los turcos también cuando se manifestaron masivamente en Ankara. Pero Erdogan nunca ha perdido una elección en su trayectoria política, y su popularidad va creciendo con la buena marcha de la economía. El único problema es que es islamista, aunque rechace tal calificativo. Europeísta declarado y uno de los pilares de la Alianza de Civilizaciones que lanzó con José Luis Rodríguez Zapatero, no cabe olvidar que Erdogan y su partido intentaron introducir el adulterio en el Código Penal, una idea que paró la presión externa europea.

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Erdogan tiene mucho de populista. Ha adoptado la distribución de libros de texto gratuitos, algo que la izquierda nunca hizo en Turquía. Su Partido de la Justicia y Desarrollo, el AKP, era en su origen el partido de los marginados, del círculo exterior, pero Erdogan ha sabido construir una coalición sobre la que asentarse, que une el mundo rural, los movimientos islamistas moderados y las nuevas clases medias surgidas de la bonanza económica de los últimos años. Esta coalición es la que le obliga a moderarse, en opinión de politólogos en un reciente debate en Estambul organizado por el diario Radikal y EDAM (Centro de Estudios de Economía y Política Exterior).

El puesto de presidente, sobre todo si va unido a una mayoría parlamentaria, supone el control de algunos resortes para hacer saltar la laicidad de Turquía, pero Erdogan asegura no tener una agenda oculta para islamizar el Estado. Ni él ni el avance de la democracia en Turquía pueden aceptar que los militares, o una manifestación, aunque haya sido la mayor en años, le impidan acceder a la jefatura del Estado. Para una diputada socialdemócrata, la democracia turca necesita pasar por esta experiencia.

Detrás de todo este debate y forcejo hay, como suele ser habitual, una cuestión de poder. Pues "se trata de vivir juntos, mientras las élites lo que quieren es que los turcos vivan bajo su control", señala un comentarista. Eso es lo que ha hecho que el AKP se convierta al europeísmo, como instrumento de democratización y modernización, mientras la derecha laica se ha pasado al antieuropeísmo pues sabe -y muy especialmente ese Estado profundo que son los militares- que esa adaptación le obligará a renunciar a muchas prerrogativas. En el fondo hay una cuestión de confianza, según se dijo en el citado seminario, ya no en Erdogan sino entre las masas y las élites que han mandado en Turquía desde la revolución de Attatürk, pues éstas van ahora por detrás de la realidad social.

La mujer de Erdogan lleva el pañuelo islámico, algo que no está autorizado en la actividad pública ya sea en el Parlamento (lo que ha ratificado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos), o en la universidad, por ejemplo. Ahora bien según un estudio, un 80% de la población no le da importancia a la cuestión de las mujeres y el pañuelo. Pero los laicistas y el Ejército rechazan que Erdogan acumule tanto poder y se oponen a tener una primera dama cubierta. Según relatan testigos, algunas estudiantes en la Universidad de Estambul insisten en, pese a la prohibición, llevar el pañuelo islámico. Para poder asistir a clase, lo tapan con una peluca, que se quitan en la calle. En un cúmulo de contradicciones, el pañuelo tapa el pelo, y la peluca tapa el velo. ¿Acabará la posible nueva primera dama poniéndose una peluca? aortega@elpais.es

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