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Columna
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'Materia reservada'

Rafael Argullol

Un amigo con la suficiente paciencia como para haberse leído las ordenanzas municipales hizo un experimento: contó las infracciones que se cometían en la Rambla de Catalunya, entre la Jirafa Indolente y el Pensador Bovino, es decir, entre la Diagonal y la Gran Via, un domingo por la mañana de esta primavera. No bajaban de 100. Les ahorro los detalles porque todos ustedes los conocen desde hace tiempo si han paseado por allí y se han tropezado con las sillas abusivamente colocadas de las terrazas o con las vallas apenas señalizadas de las obras públicas, en el caso, claro está, de no haber sido atropellados por motoristas, patinadores y ciclistas.

Sin embargo, como era un domingo por la mañana, mi amigo tuvo que añadir nuevas infracciones, de la 101 en adelante, que consistían en el desprecio absoluto a las señales de tráfico que indicaban que, en días festivos, las calzadas se convertían en peatonales. Los coches circulaban con la misma intensidad que los días laborables.

Cuando mi amigo llegó al cruce de Rambla de Catalunya con Consell de Cent se topó con una pareja de la Guardia Urbana. Movido por la ansiedad, y quizá también en busca de consuelo, fue a contarles lo que había visto. Uno de los guardias, un escéptico, contestó que ellos estaban allí, pero que no podían hacer nada. El otro guardia, un sanguíneo, gritó que estaban allí, en efecto, pero no por eso tenían la obligación de controlar lo que un ciudadano les advertía. Como mi amigo les indicara que los coches pasaban a toda velocidad ante sus narices, el sanguíneo se enfureció de manera peligrosa. Menos mal que el guardia escéptico lo calmó y, dirigiéndose a mi amigo, le argumentó que no habían en la ciudad policías suficientes para hacer cumplir las normas. Sin amilanarse, mi amigo interrogó: ¿Cuántos guardias urbanos hay en la ciudad? El sanguíneo le dijo que se fuera al cuerno -o algo peor- y el escéptico, calmando de nuevo a su temible compañero, concluyó tristemente: "Esto es materia reservada".

Al contármela mi amigo, no me llamó la atención tanto la historia como esta expresión, materia reservada, que parecía haber desaparecido del lenguaje público. En otros tiempos, cuando los distintos funcionarios del Estado se negaban a contestar a algo aludían a una misteriosa materia reservada o a un terminal silencio administrativo. Uno podía creer ingenuamente que era obligación de la democracia eliminar las materias reservadas en las cosas que afectan al bien común, pero como había expresado el guardia escéptico, no es así.

Estaba hojeando el periódico todavía con el recuerdo del experimento realizado por mi amigo cuando di con tres noticias que parecían corroborar esta especie de derecho de pernada que son los secretos oficiales, siempre perpetrados a costa de los ciudadanos. Teniendo en cuenta que las tres noticias correspondían a una sola jornada de información, se podía concluir que la materia reservada alcanzaba todos los rincones de la vida pública.

La primera noticia daba cuenta de la interpelación parlamentaria de un diputado acerca de la partida presupuestaria dedicada a la Casa Real. El diputado pedía conocer no sólo el global de la partida, sino su distribución y sus detalles, incluidos los viajes para participar en cacerías. Al leer la noticia me extrañó que esto no fuera ya un derecho adquirido desde un principio por los ciudadanos, que al fin y al cabo son los que pagan con sus impuestos. Sin embargo, el propio periódico aceptaba con naturalidad el secreto en los gastos de la familia real y pronosticaba el fracaso de cualquier intento parlamentario para averiguarlos. Materia reservada.

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La segunda noticia se refería al comercio de armas internacional en el que España está implicada de manera muy notoria. Resultaba que en este apartado la famosa transparencia del mercado no se cumplía y no sabemos -ni de momento podemos saber- cuántas armas generamos ni a qué países armamos ni a qué terrorismo fortalecemos a través de estos países. Cualquier ingenuo ciudadano puede creer que esos datos son públicos. Falso. Materia reservada.

La tercera noticia, en las páginas económicas, recogía la ausencia de informaciones sobre los sueldos y ganancias de los altos directivos de las cajas de ahorro. Aunque se supone que son muy elevados no hay ninguna comunicación nítida al respecto, tal vez, como indicaba cautelosamente el redactor de la noticia, por el híbrido carácter, a la vez público y privado, de dichas entidades financieras. El ciudadano duda. Por un lado cree tener derecho a saber cuánto gana el presidente de una de estas instituciones que maneja su dinero; pero por otro lado sabe que dilucidar la naturaleza de una caja de ahorros es una tarea tan arriesgada como tomar el sol sobre arenas movedizas. Materia reservada.

Con tantas materias reservadas no es de extrañar que al guardia municipal se le ocurriera que también el número de guardias municipales de la ciudad era un secreto oficial. No obstante, siempre puede haber un alcalde que le diga que esto no es así y que, además, tiene que procurar que se cumpla la ley. Por eso, en medio de tantos ajetreos electorales, no estaría mal que, bloc en mano, los candidatos a la alcaldía de Barcelona repitieran el experimento de mi amigo y compitieran en el registro de infracciones. Sin convertirlo, por favor, en materia reservada.

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