El misterio del taranto
Los cinco cantaores que actuaron anteanoche en el San Juan Evangelista cantaron el taranto. Un cante difícil de ejecución, con sus tonalidades altas y bajas y sus abundantes quiebros. De los cinco, el mejor fue el de José de la Tomasa, seguido del de Rancapino aunque sin alcanzar el grado de excelencia de otro taranto que nos hizo unos cuantos años atrás en el mismo festival. Después ya hay que situar, por este orden, a Guillermo Cano, Fernando Terremoto y Toñi Fernández.
José de la Tomasa fue el que mejor lo cantó todo, en una noche de particular inspiración. La toná con que remató el recital fue memorable, cantada con convicción y entrañamiento. Pero antes había hecho unas cantiñas -de la Alameda de Hércules dijo él- de puro nervio, realmente extraordinarias, distintas desde luego de las cantiñas habituales. Cantó también, con su magisterio acostumbrado, por soleares y por siguiriyas, e incluso dos granaínas. No se le puede pedir más a un cantaor perfecto en cuanto hace midiendo los tiempos, sin que sobre ni falte nada.
Rancapino fue breve, pero estuvo muy acertado. Por alegrías, por bulerías, la malagueña del Mellizo, supo encontrar el tono justo y cuadrar los cantes adecuadamente. Fernando Terremoto hizo cantes largos y pausados. Quizá demasiado largos, dándoles una trascendencia en que seguramente se pasó, pues esos cantes nos llegaron a pesar ligeramente, Guillermo Cano gustó mucho, con su cante largo de cálido regusto. Toñi Fernández, por fin, estuvo correcta. De los guitarristas, sobresalieron Rubén Lebaniego y Fernando Moreno.
Babelia
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