La cuota homeopática
No quiero nada que no me corresponda: ni cuota, ni reconocimiento, ni concesión alguna; pero tampoco estoy dispuesta a aceptar por más tiempo que otros se arroguen méritos que no les correspondan y que sólo la costumbre, la tradición patriarcal y la indefensión aprendida por las mujeres han favorecido y consentido. Posiciones seculares en beneficio de nuestros compañeros, los hombres, han hecho a éstos depositarios, albaceas y administradores generales de las capacidades más notables de la especie humana. La aceptación tácita por nuestra parte de una situación tan desigual sólo ha podido consolidarse desde la imposición y el control legal. ¿Por qué habremos de rechazar, cuando llega, el equilibrio homeopático de la cuota? ¿De dónde surgen esos escrúpulos intelectuales que ahogan a ciertos hombres y mujeres y que, lejos de resolver, fosilizan los problemas endémicos que arrastramos? ¿Sus objeciones aportan matices dignos de tomarse en consideración o son entorpecedoras cortinas de humo y niebla tras las que ocultan intereses o incapacidades personales? ¿Ha de avergonzarnos la recuperación de la visión y capacidad ejecutiva de las mujeres, representativa, al menos, del 50% por ciento de la población y durante tanto tiempo usurpada?
Nuestra mirada está contaminada por falsas creencias y manipulaciones culturales
Las mujeres hemos demostrado que la voluntad de no ceder, incluso la voluntad de poder por llegar más allá de donde nos estaba permitido, nos ha hecho resistentes, flexibles y audaces. No queremos, no pedimos, no consentimos reconocimientos que no hayamos merecido. Sólo aspiramos a medirnos con iguales, en cancha abierta, sin ventajas, sin privilegios. Estas estrictas y nuevas reglas de juego sólo pueden beneficiar a quienes a lo largo de la historia han jugado siempre con la pata quebrada y los dados marcados. Y aun así hemos llegado hasta aquí, derrochando vida y paciencia, humildad crecida en los obstáculos y con el tirón y fuelle suficiente para continuar en el camino. Sería injusto no recordar que este largo recorrido, empedrado de sometimiento, se ha realizado con el estímulo, generosidad y espíritu de hombres y mujeres que hicieron propias, en el pasado y en el presente, reivindicaciones que no apuntan únicamente a la dignidad de las mujeres, sino a la plenitud de la condición humana.
La Ley de Igualdad aprobada el pasado 15 de marzo es un espaldarazo legal, social y político por el que las mujeres debemos, sin complejos, sentirnos reconocidas y reivindicadas, aunque no seamos las únicas beneficiaras de la ley. También existen almas delicadas y suspicaces, abrumadas por una carga de escrúpulos inconsistentes, que se empeñan en propagar su inquietud, cuando no en ridiculizar abiertamente, la cuota de igualdad femenina. Incluso se entretienen prodigando opiniones que, como bombas de racimo, se propagan en sus ámbitos de influencia, en ocasiones no alejados de lo que ampulosamente conocemos como mundo intelectual.
Una percepción sesgada y una caricaturizada preocupación por la dignidad de la mujer no pueden demorar sin fecha el establecimiento de una justicia insistentemente reclamada y merecida. Es precisamente la experiencia de continuas marginaciones vividas las que nos legitiman como expertas periciales en la observación y análisis de la incompetencia ajena: incompetencia favorecida, y hasta en algunos casos exaltada, por la única cuota teocrática y legítima, la cuota por antonomasia, la que no se define por límites porcentuales porque se ha impuesto siempre sin culpa y por mayoría: la del genero masculino, que no necesita justificaciones para perpetuarse.
Las mujeres incompetentes no lo son más, ni en mayor porcentaje, ni de forma más llamativa, que los hombres incompetentes. Si así nos lo parece es porque nuestra mirada está contaminada por falsas creencias y manipulaciones culturales. Y porque, como ya apuntaba Stuart Mill, el perjuicio contra las mujeres es el más amplio e interesado, porque coloca a la mitad de la población en dependencia de la otra. Toda ventaja social irradia siempre, directa o indirectamente, un cierto grado de bienestar general que afecta y eleva el nivel de seguridad y bienestar de la sociedad en la que se produce. La nueva ley, sin duda, matiza, afina y contribuye a la consolidación práctica del reconocimiento constitucional de igualdad de todos los ciudadanos españoles.
Las mujeres, a partir de este momento, no debemos consentir que se nos distraiga con el debate interesado de críticas y desacuerdos en torno a las cuotas, que se propician desde concretas posiciones políticas y de género. Es ahora cuando habremos de ser excelentes gestoras de nuestra propia capacidad y energía para, con la responsabilidad de siempre y con idéntico entusiasmo que los hombres, reivindicar nuestro ser y estar en el mundo en paridad con ellos.
Hombres y mujeres habremos de esforzarnos, con igual esmero, por dejar de ser cuota, masculina o femenina, a favor de la excelencia compartida. Hasta ese momento, no todas las mujeres, pero sí muchas: no queremos la cuota, pero la exigimos.
Rosa Sopeña es comunicadora.
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