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Reportaje:Las dos caras de la vivienda en Madrid

La ruina de Paquita

Una familia que vive en 22 metros cuadrados sin baño espera desde hace cinco años una vivienda pública

Pilar Álvarez

Cuando salió de casa aquella mañana, Paquita todavía creía en la suerte. Minutos antes se había aseado en la cocina, como siempre. En su casa, de 22 metros cuadrados, no hay baño. Ni retrete. Ella, su marido y su hijo tienen que apañarse con cubos. Pero ese día la mujer tenía la corazonada de que todo iba a cambiar. Cerró la puerta bajo el desconchón. Y se marchó al sorteo: 5.203 aspirantes para 1.171 pisos. No le tocó. Paquita se tapó la cara con una mano y se echó a llorar. El fotógrafo Luis Magán, de EL PAÍS, la retrató junto a su hijo José Luis. Era el instante justo en el que la realidad de las humedades y las trampas para ratas volvía como un jarro de agua fría.

Ha pasado un mes de aquel sorteo. Paquita Arraigal -pelo corto, rostro sin maquillaje, pendientes discretos- recibe a la visita junto al sillón raído del cuarto de estar, ése que por las noches convierte en su cama. La cocina queda a dos pasos. Es oscura, con un ventanuco donde se apilan el champú, el gel, el estropajo y el jabón de los platos. Encima del fogón, un espejo de plástico donde Paquita se mira para peinarse. Bastan dos pasos para alcanzar las habitaciones del marido y su hijo. Tienen el sitio justo para una cama y un armario.

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Arraigal y su familia son inquilinos de un bajo de la calle de Agave, en la zona de Tetuán. Pagan algo menos de 30 euros al mes, luz y agua aparte. Paquita ha pasado allí 30 de sus 61 años. Tiene buenos recuerdos, al menos hasta hace cinco: "Entonces se rompió el váter y todo se fastidió", asegura.

El váter es -era- común. Instalado en el patio, lo compartían los seis vecinos que llegó a tener la finca de una planta. Pero el techo se vino abajo en 2002. Aquel mismo día, un informe de los técnicos municipales de Urbanismo solicitó que se declarara en ruina parte de la finca donde Paquita y un joven -"que nunca está", según ella-, permanecen aún como únicos moradores. La taza y el lavabo están inservibles. Ducha nunca hubo. Como mucho, "una manguera en verano".

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El váter está cubierto con cacharros y losas, por miedo a que entren las ratas. "El año pasado matamos 18", afirma Paquita al tiempo que pisa una de las pastillas azules alineadas en el suelo del salón. "Son para ellas, se las comen, se hinchan y se mueren". No es su único temor. Ha cubierto las paredes con papel de celo para que no entren cucarachas por los agujeros.

En los 22 metros cuadrados donde vive Paquita "existen humedades en todas las paredes", la luz natural es "muy escasa" y las condiciones de vida, "pésimas". Así lo recoge un informe del Instituto de Salud Pública del Ayuntamiento que la familia ha presentado en el Instituto de la Vivienda de la Comunidad de Madrid (Ivima). Éste y otros documentos les han permitido engrosar desde hace cinco años la "lista de especial necesidad". El marido de Paquita es uno de los 10.000 inscritos en este registro de los más necesitados de casa. Figurar en esta lista garantiza un piso, pero sin fecha. Mientras, se puede participar en todos los sorteos de vivienda pública.

Con todo, la familia de Paquita "no está bien situada" en la lista especial. "Debería actualizar sus datos", explica un portavoz de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio. El expediente no incluye la precaria salud del marido, José Luis Alonso, de 71 años, que tiene artrosis y ha padecido un infarto cerebral y neumonía. Sí recoge una renta anual familiar de 23.000 euros. Entre Paquita y su marido no llegan a los 1.000 mensuales. Su hijo gana 820 euros como chapista. Da 300 en casa, según la madre.

"Nosotros nos hemos encargado siempre de los arreglos. Mi marido hacía las chapuzas, pero ahora tiene un brazo inmovilizado por la artrosis". Así lo acordaron con el casero, ya fallecido.

Los 22 metros cuadrados han sido heredados por una docena de personas. La mujer asegura que no ha visto a ninguno en 10 años. Pedro Lucas, uno de los beneficiarios, vendió su parte a una constructora que prevé hacer un bloque en la finca donde vive Paquita. "Nos darán 18.000 euros cuando consigan comprar todo el terreno", explica Lucas por teléfono desde Benidorm. Reconoce que las condiciones del bajo "son infrahumanas". Pero asegura que han pedido a la constructora que garantice el futuro a la familia de inquilinos.

En el ventanuco del cuarto de estar Paquita pone una sábana doblada para empapar el agua que entra cuando llueve. Si diluvia, no duerme: la mujer teme que se desmorone parte del techo. Asoma la cabeza y ve nubes negras. Pierde la mirada tras el ventanuco. Y se tapa la cara con la mano. Como en la foto.

José Luis y Paquita, en el patio de la vivienda de la que son inquilinos; trás ella, el cuarto de aseo cuyo techo se vino abajo en 2002.
/ B. PÉREZ
José Luis y Paquita, en el patio de la vivienda de la que son inquilinos; trás ella, el cuarto de aseo cuyo techo se vino abajo en 2002. / B. PÉREZBERNARDO PÉREZ

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Sobre la firma

Pilar Álvarez
Es jefa de Última Hora de EL PAÍS. Ha sido la primera corresponsal de género del periódico. Está especializada en temas sociales y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en este diario. Antes trabajó en Efe, Cadena Ser, Onda Cero y el diario La Opinión. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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