Con la miel en los labios
Manuel Jesús El Cid le cortó una oreja al segundo toro de la tarde y dejó a la Maestranza con la miel en los labios.
Aclaremos: el segundo no fue un toro, sino un novillo nobilísimo, bondadoso y con largo recorrido, al que no le hicieron ni sangre en los caballos, y permitió el lucimiento de banderilleros y toreros; y El Cid no fue el torero portentoso y excelso de otras tardes, sino un diestro dubitativo que no supo o no pudo sacarle todo el jugo que el buen novillo le ofreció. Y no es que El Cid no mereciera el trofeo, pero no estuvo a la altura que se espera de una figura de su categoría.
Es verdad, no obstante, que lo recibió con verónicas de buen trazo, y que, tras el primer paseo en balde del picador, volvió a jugar los brazos con ceñimiento. Le respondió Castella en un quite por ajustadas chicuelinas, y volvió a quitar El Cid para lucirse de nuevo a la verónica. Se vino arriba el novillo en banderillas, y El Alcalareño colocó dos soberbios pares de perfecta ejecución, tras los cuales sonó la música en su honor.
Zalduendo / Ponce, El Cid, Castella
Toros de Zalduendo -el tercero como sobrero-, mal presentados (el segundo y el cuarto, anovillados), flojos, descastados y sosos, a excepción del segundo, muy noble y con recorrido. Enrique Ponce: dos pinchazos y media tendida (silencio) -aviso-; estocada caída (ovación). El Cid: estocada (oreja); pinchazo y casi entera (silencio). Sebastián Castella: estocada baja (silencio); estocada caída y un descabello (silencio). Plaza de la Maestranza. 8 de abril. 1ª corrida de feria. Lleno de "No hay billetes". Se guardó un minuto de silencio en memoria del alguacilillo Joaquín Zulueta.
Brindó el torero al respetable, y, desde el centro del anillo, citó a su oponente, que acudió largo, alegre y con fijeza. Fueron tres tandas de derechazos acelerados, anodinos, sin mando ni temple. Es curioso, pero este Cid con la muleta en la mano derecha se parece mucho a un pegapases insufrible. Por fin, subsanó su error, tomó la zurda y apareció el artista transfigurado y solemne. Lo que son las cosas...
Así fue, al menos, en la primera tanda de naturales largos y hondos, en los que llevó embebida la embestida en los vuelos de la muleta. Hubo dos más, pero ya nada fue igual. Quizá, porque al torero le faltó la fe necesaria para reventar la plaza con un bombón como el que le había tocado en suerte. Pero ayer El Cid sólo fue excelso por unos instantes. Así son los artistas...
Ciertamente, ese segundo toro/novillo fue el único que se dejó torear según los cánones de hoy. A los demás, todos mal presentados, les faltó fuerza, raza, casta y movilidad. Una corrida cuajada de defectos, impropia de esta plaza en cuanto a presentación, que imposibilitó el lucimiento de los toreros, que son los que exigen estos toros cómodos de hechuras y comportamiento.
Ponce es un prodigio de técnica taurina en la misma proporción en que es un pesado de tomo y lomo con el toro inservible. Un aviso le tocaron cuando aún pasaba de muleta al cuarto, en un intento desmedido de demostrar lo evidente: que el toro era un caricatura de sí mismo y que él es un torero experimentado. Pero ahí siguió una y otra vez Ponce hasta cansar a los tendidos. Olvidado queda ya el trasteo a su primero, rajado y sin clase alguna.
Tampoco pudo triunfar Castella, tan esperado y tan valiente, pero, también, tan figura exigente con divisas comerciales sosas y descastadas que suponen, de entrada, un fraude al espectador. Se dio un arrimón en ambos toros y ahí quedó todo.
Y El Cid intentó lo imposible: arreglar ante el rajado quinto lo que no había solucionado en el potable segundo. Y no pudo ser. Elegante y aseado, su toreo porfión careció de calidad.
La corrida comenzó con dos momentos emotivos: un minuto de silencio en memoria de Joaquín Zulueta, alguacilillo de esta plaza durante muchos años, y una fuerte ovación de despedida a Pepín Tristán, director de la banda de música, que se jubila.
Y la mañana, radiante y luminosa como merece un Domingo de Resurrección en Sevilla, se abrió con el pregón taurino, que pronunció Enrique Múgica. El pregonero hizo un enciclopédico recorrido histórico sobre el protagonismo del público en la fiesta de los toros, al que calificó como factor determinante de la realidad taurina por su presencia y actitud.
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