La otra diplomacia
Para extremo disgusto del republicano George W. Bush, Estados Unidos tiene también otra diplomacia, que es la de la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, de visita en Siria al término de una gira en la que se ha entrevistado con el primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente palestino, Mahmud Abbas. Esa segunda diplomacia, que la Constitución ampara cuando establece entre los poderes del Congreso "la regulación de las relaciones con naciones extranjeras", está aplicando las conclusiones del Grupo de Estudio de Irak.
Esta comisión de expertos, cuyo líder es el ex secretario de Estado republicano James Baker, recomienda dialogar con Irán y Siria sobre la guerra de Irak para facilitar la retirada estadounidense. Paralelamente, la Cámara ha aprobado un proyecto de ley en el que se fija agosto de 2008 como límite para lo esencial de la misma. El presidente, en cambio, rechaza cualquier calendario, asegurando que la victoria es posible, al tiempo que acusa al Congreso, que condiciona la aprobación de fondos para la guerra a la retirada, de poner en peligro incluso la subsistencia de las tropas.
Bush dijo ayer que consideraba "contraproducente" una visita que contraría su política de aislamiento de Siria, a la que acusa de "Estado terrorista" y de permitir el paso de hombres y suministros en apoyo de la insurrección iraquí. Pelosi se comportó, desafiando a la Casa Blanca, como agente de la diplomacia de su país, al entrevistarse con el presidente Bachar el Asad, al que mostró su preocupación "por la infiltración de terroristas en Irak", por las relaciones de Siria con Hezbolá, fuerza libanesa presuntamente vinculada a Damasco, y por Hamás, que dirige el Gobierno de unión nacional en Palestina. Washington califica a ambos movimientos de terroristas.
La dirigente demócrata era, por añadidura, portadora de un mensaje de Olmert para Asad sobre eventuales negociaciones de paz entre ambos países. Israel ocupa, en violación de la resolución 242 del Consejo de Seguridad, el Golán sirio desde la guerra de 1967, y la gran diferencia entre las partes es que Damasco sólo quiere negociar la aplicación de esa retirada, e Israel insiste en hablar sin condiciones previas. Pelosi pidió también al líder sirio que influyera en Hezbolá para que liberara a tres soldados israelíes en su poder desde poco antes de la guerra de Líbano del verano pasado, y Asad aseguró, evasivo, que su país abrazaba la paz como "opción estratégica" para la zona.
Pelosi endurece las posiciones del partido demócrata ante las elecciones presidenciales del año próximo, en sintonía con una opinión pública que desa-prueba muy mayoritariamente la aventura militar en Oriente Medio. El hecho mismo de la pugna entre poderes, además de ser un vigoroso signo de democracia, es también positivo, aunque no genere consecuencias inmediatas. Muestra cómo hay más opciones dignas de estudio para parar la guerra que seguir haciendo la guerra, como pretende el presidente George W. Bush.
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