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Columna
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El último cartucho de Condoleezza Rice

Andrés Ortega

La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, parece haberse convencido de que la única forma de lavar algo la imagen de la Administración Bush después de haber puesto la región patas arriba con la guerra de Irak y apoyado a Israel en la de Líbano, es, en su recta final, volver a poner en marcha un proceso de paz entre israelíes y palestinos. Aunque pueda parecer paradójico, estamos ante una ocasión única de volver a encarrilar el conflicto, por cinco razones: el consenso árabe alcanzado en la cumbre de la Liga en Riad; el empuje de la Unión Europea que ha quedado claro este fin de semana; el temor de los saudíes, y de todo el mundo suní, a Irán; una opinión pública israelí crecientemente a favor de hablar con el Gobierno palestino en el que está Hamás y de volver a intentar una paz; y ciertos nuevos aires en Washington. De ahí la frenética actividad estos días por parte de la secretaria de Estado americana, de los saudíes, de Angela Merkel como presidenta de turno de la Unión y del alto representante de ésta, Javier Solana. Éste ha pronosticado avances de aquí a septiembre. El tiempo apremia.

Los saudíes, conviene recordarlo, están desencantados con el presidente George W. Bush y temerosos del crecimiento del poder chií en la región que la desastrosa política de éste ha generado. Por ello se han mostrado tan activos, y no sólo con la chequera, en los últimos tiempos para apagar los fuegos. Entre otros, han propiciado un acuerdo para un gobierno de integración entre Hamás y Al Fatah (aunque ambos siguen rearmándose, uno gracias a Irán, el otro a Estados Unidos, aunque ambos estuvieron presentes en Riad). Es necesario que la comunidad internacional hable con este Gobierno.

Por otra parte, el rey saudí Abdulá, tras un discurso autocrítico en el que culpó a los propios árabes de su situación -y no a Israel, que no citó directamente-, logró el pasado jueves que la Liga Árabe, reunida en Riad, reafirmara el plan saudí del entonces príncipe en 2002 (maltrecho en su día pues coincidió con un horrendo atentado en Israel) y que básicamente supone el reconocimiento árabe de Israel, es decir, la normalización de las relaciones con 22 Estados, a cambio de la retirada de los territorios, en Palestina y en Siria, que ocupó en la guerra de 1967. Como siempre, paz por territorios, más seguridad, para lanzar no ya un proceso sino un proyecto de paz, aunque el mayor escollo sea el de los refugiados palestinos, que nadie quiere.

Ya en enero, un ministro laborista israelí y un negociador palestino habían anunciado su disposición a pasar directamente al final de la partida (endgame), definir el estatus final de los dos Estados, y señalar no una hoja de ruta progresiva, sino un calendario para ultimar los detalles y someter el resultado, si Hamás no lo acepta, directamente a los palestinos en referéndum. En algo parecido estamos, gracias a todas estas mediaciones internacionales. Solana, que estuvo en Riad, anunció que el Cuarteto (Unión Europea, Estados Unidos, ONU y Rusia) podría reunirse antes del verano por vez primera con Israel, mientras que por parte árabe surge otro cuarteto formado por Arabia Saudí, Egipto, Jordania y los Emiratos Árabes Unidos. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente palestino, Abu Mazen, en quien recae la negociación, han acordado reunirse periódicamente.

Rice parece haberse dejado convencer por los europeos, y va señalando que cuenta con un mandato de su presidente. ¿Le dejará el vicepresidente Dick Cheney? Con Bush, esta paz será difícil. Sin Bush, imposible, pues sólo él puede presionar a un Gobierno israelí al que ha dejado las manos libres durante años y que ahora manda señales de interés. Claro que todo puede irse al traste si Bush da la orden de atacar Irán y si una parte del régimen de este país ahonda en crasos errores, como la detención de los marinos británicos. O si estalla Líbano, cuyas milicias suníes, cristianas y drusas, según medios occidentales, está armando Arabia Saudí frente al Hezbolá chií. Pero por primera vez en mucho tiempo, se abre un claro en un horizonte tormentoso. aortega@elpais.es

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