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Reportaje:

Creyentes e 'increyentes'

Finaliza en el CCCB el ciclo dedicado a interrogantes sobre la existencia en tiempos de hiperconsumo

En el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona ha finalizado el ciclo de conferencias que, en colaboración con la Fundación Collserola, se ha venido celebrando durante los lunes de las últimas siete semanas bajo el título Sentido, interrogaciones sobre la existencia en tiempos de hiperconsumo.

Los cambios se producen a una velocidad tan vertiginosa que son muchas las personas que no pueden asumirlos y llegan al psiquiatra autodiagnosticándose ansiedad. Cambio y vértigo originan en las personas conciencia de temporalidad. El pasado se ha adelgazado: el psiquiatra Carlos Castillo del Pino (Valores y proyecto vital en la modernidad, título de su conferencia) compró un ordenador, no funcionaba y telefoneó al servicio técnico. Le preguntaron el modelo, lo dijo y el técnico respondió "Está descatalogado". "Lo compré esta mañana", se quejó Castilla del Pino. "Pues esta tarde ya está descatalogado", fue la respuesta.

Las letras de Cohen que impulsan a meter la cabeza en el horno son de un optimismo vital comparado con lo dicho por los expertos
Para la mayoría de jóvenes, el pasado es una monserga pesada, incluso tan aburrida como puede ser hoy el magisterio de la Iglesia

En tiempo de un humanismo que produce miedo se trata de poder construir un mundo más fuerte, más pacífico. Lo que será el más allá ya lo veremos: el filósofo italiano Gianni Vattimo (El futuro de la religión) reconoció que en el contexto de cambio en los últimos tiempos se veía, asimismo, algo más débil moralmente. Siempre había sido del Torino y tras unos años alejado del fútbol había vuelto, ahora como seguidor del Juventus. ¿Ya no se puede confiar en nadie? En sentido estrictamente futbolístico yo quisiera mandarle un mensaje de esperanza. Nilde Jotti, presidenta del Parlamento de Italia y compañera sentimental del líder del PCI Palmiro Togliatti, me contó que a Palmiro siempre le acusaban de ser seguidor de un equipo propiedad del capitalista Agnelli, la Juve, en lugar de ser del Torino, equipo del pueblo, a lo que Palmiro siempre replicaba que nadie podía garantizarle que, bajo mano, también el Torino fuese propiedad de Agnelli.

Occidente se horrorizó con las torturas de los khamers rojos de Pol Pot en Camboya pero ahora, obsesionada por la seguridad, mira hacia otro lado cuando Occidente tortura a los terroristas o a los que levanten sospechas de relación con el terrorismo: el catedrático de pensamiento europeo John Gray (Tecnología, progreso e impacto humano) tiene un amigo, liberal de toda la vida, que defiende la tortura siempre que los torturadores, gente estresada por la que el sensible mundo occidental empieza a sentir compasión dado lo duro de su trabajo, usen material esterilizado que evite infecciones en los cuerpos de los torturados.

¿Dónde estaba Dios, se preguntó el papa Benedicto XVI, al orar en el campo de exterminio de Auschwitz?: el catedrático de filosofía Javier Muguerza (Ética sin teodicea) asegura que en un tiempo en el que muchos hombres han perdido la fe pero no el anhelo, la nostalgia de un Dios desaparecido, la respuesta a la pregunta del Papa la dio El Roto: "Dios estaba en las cámaras de gas, no se sabe si como víctima o como verdugo".

Las cuatro últimas conferencias del ciclo dedicado a interrogantes sobre la existencia en tiempos de hiperconsumo me dejaron, si eso es posible, todavía más tocado que las tres primeras. Releo, con la voz de Leonard Cohen como fondo, las notas tomadas en las conferencias y no me cabe duda de que las letras de Cohen que impulsan a meter la cabeza en el horno son de un optimismo vital comparadas con lo dicho por los expertos en el desguace de un mundo que busca a tientas su sentido: vivimos en un tiempo de reciclajes permanentes y, por tanto, ya no es tiempo de vocaciones ni de magisterios; de los funestos resultados de su obra a Dios no lo absolvería ningún Código Penal; tras el colapso del comunismo el impulso utópico de la izquierda lo ha recogido la derecha neoliberal; el Vaticano debería ser procesado por las Naciones Unidas al no respetar los derechos humanos; no somos dueños de nuestro futuro, hoy no tenemos menú en el que escoger; se extienden como cánceres los cultos al esoterismo y a los horóscopos...

Se fue al garete un estilo de vida basado en subir peldaño a peldaño sobre un sistema de valores preestablecido en generaciones. Ante tanto horror originado por el hombre y tanta desgracia causada por la naturaleza entró en crisis la idea de un Dios bueno y omnipotente; estamos en un tiempo en el que el progreso ciega, atontece, nos impide defender ideas que fueron la gran conquista de los tiempos de la Ilustración. La paradoja del cristianismo es que nos liberó de los ídolos, nos habló de libertad y permitió decir a mucha gente que gracias a Dios era ateo, pero hoy ya son muchos los creyentes a los que en momentos de crisis les gustaría poder exclamar "Dios mío, ¿por qué no me has abandonado?". Mientras científicamente el avance de la humanidad es acumulativo, en ética y política se avanza y retrocede. La esclavitud, por ejemplo, abolida hace muchos años, ha vuelto en forma de explotación laboral y tráfico ilegal de personas.

El hombre moderno está condenado a recrear su propio universo en un mundo en el que se ha desestructurado la familia tradicional, se ha desvalorizado lo histórico y, para la mayoría de jóvenes, el pasado es una monserga pesada, incluso tan aburrida como puede ser hoy el magisterio de la Iglesia, que con su dogmatismo asusta incluso a los que quisieran ser creyentes. En ese mundo en el que el cristiano contemporáneo ha de aprender a vivir como si no hubiese existido Dios, el individuo de hoy, con una preparación meramente instrumental enfocada exclusivamente en busca del triunfo, tendrá el futuro que se encuentre, el que le dejen tener, no el que buscó fantaseando.

En algún momento ese individuo, cada vez más incapaz de resistir el dolor y la frustración porque se forjó utópicamente un mundo en el que el presente debía ser absolutamente feliz, quizá se mire en el espejo y se diga: "me educaron para ser competente y el resultado es que soy un inadaptado que ya no sabe vivir sin antidepresivos, ansiolíticos o drogas". O quizá, seamos algo optimistas, el creyente y el increyente (que no se ha de confundir con el ateo o el agnóstico) se encuentran en el cruce de caminos de la solidaridad, ¿la teología de la liberación, por ejemplo?, como si existiese Dios aunque Dios no existiese. O quizá un día llegue a ser posible que el progreso ético y político permita conectar tecnología y protección del amenazado planeta Tierra, conscientes de que el conocimiento humano no se puede detener, pero hemos de permanecer vigilantes porque el conocimiento es ambiguo y a procesos de aceleración rápida siguen procesos de regresión no menos rápida.

Como mensaje optimista, el proverbio polaco que aconseja que no pongamos mucha esperanza en el fin del mundo, la necesidad del ser humano por trascender para que su paso por esta vida no sea, en palabras shakesperianas, una historia llena de grito y de furia contada por un idiota y la necesidad de mantener el valor de la memoria, única forma de reparar tanta guerra, tanto horror, tanta victoria moral de los derrotados, poco valorada.

Creyentes e increyentes pueden confluir en la solidaridad por las víctimas, en la esperanza, en una religiosidad que abre un plus a la ética, en el convencimiento de que, pese a todo, cualquier tiempo pasado, esos tiempos en los que el individuo se podía adaptar a los cambios porque éstos se producían con lentitud, no fueron tiempos mejores.

Esta crónica es un resumen personal de lo escuchado a los cuatro últimos conferenciantes del ciclo Sentits en el CCCB: Carlos Castillo del Pino (Valores y proyecto vital en la modernidad); Gianni Vattimo (El futuro de la religión); John Gray (Tecnología, progreso e impacto humano), y Javier Muguerza (Ética sin teodicea). El comentario sobre la primera parte del ciclo se publicó el pasado 1 de marzo.

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