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Reportaje:

Un nuevo filón, supongo

Las compañías mineras buscan en los mapas de los primeros exploradores de Congo nuevos yacimientos de minerales

Ana Carbajosa

"¿El doctor Livingstone, supongo?", dijo el explorador estadounidense Henry Morton Stanley al misionero inglés David Livingstone en octubre de 1871 en Ujiji (actual Tanzania) después de encontrarle tras cuatro años de búsqueda por África. Cerca de un siglo y medio después, las compañías mineras parecen repetir esta legendaria frase al rebuscar en los archivos de una habitación mohosa en un museo de Bruselas a la que se llega tras bajar tres pisos de escaleras estrechas. En el lomo, las fechas: 1907, 1924, 1939... Son los mapas que dibujaron los primeros exploradores que se adentraron en África en busca de riquezas y que hoy se han convertido en un filón para la industria minera, ávida de abrir nuevos yacimientos que suministren metales a las cada vez más voraces economías de China e India.

Los mapas de Stanley se han convertido hoy en documentos de un valor incalculable

El trasiego de empresarios procedentes del mundo entero es constante desde hace pocos años en el Real Museo de África, que fundara a las afueras de Bruselas el sanguinario Leopoldo II, amo y señor del Estado Libre de Congo antes de pasar a manos del Estado belga en 1908. Una pareja de empresarios ruso-congoleña visita hoy el pabellón del museo donde tiene su sede el centro de investigación. Vienen en busca de mapas que les ayuden a localizar diamantes en la República Democrática de Congo. Johan Lavreau, director del departamento de Geología y Mineralogía, les despide y se compromete a fabricarles un estudio geológico de la zona.

Los mapas que dibujó el despiadado Stanley y sus sucesores se han convertido un siglo después en documentos de valor incalculable para una industria minera en expansión frenética. La creciente demanda de metales y minerales para alimentar las economías emergentes ha disparado los precios en los mercados mundiales de materiales como el platino, el cobre o el estaño. Esto ha hecho que yacimientos descubiertos por los exploradores y abandonados durante décadas por su escasa rentabilidad, se hayan convertido hoy en objeto codiciado de las empresas mineras que acuden en masa al museo belga. Junto a la gran demanda mundial, se dibuja un panorama político más esperanzador en la República Democrática de Congo -con Joseph Kabila como primer presidente electo- y la introducción en el país de un código minero en 2003, dos factores que han contribuido a que los empresarios recobren la confianza.

"El Gobierno de Bélgica no sabe que está sentado sobre una mina, tienen mapas de los años treinta y cuarenta que son los mejores del mundo. Estamos hablando de muchísimo dinero, porque Congo es uno de los pocos lugares aún por explorar", explica en conversación telefónica Maarteen de Wit, profesor de Geología de la Universidad de Ciudad del Cabo, que trabaja con empresas mineras en la República Democrática de Congo. De Wit dice que las empresas saben que es su gran oportunidad, que el precio de los metales va a seguir subiendo y que las nuevas tecnologías que los países desarrollados piensan implantar para combatir el cambio climático requieren en muchos casos materiales como el platino, cuyo precio, cuenta, se ha multiplicado por 10 en la última década. Mientras, China e India compran sin parar toneladas de metales para fabricar coches, satélites y lo que haga falta. El sector está en plena ebullición.

¿Pero cómo es posible que las nuevas tecnologías no hayan sido capaces de superar el trabajo artesano de unos exploradores que recorrían los márgenes de los ríos, sextante en mano, en busca de oro? Según De Wit, porque aquella "era gente con mucha dedicación y minuciosidad, que se pasaba cuatro meses en la jungla. Hoy no hay gente que quiera hacer eso". Lo mismo piensa Peter Pelly, el geólogo responsable en Johanesburgo del gigante minero australiano BHP Billiton que trabaja en los depósitos de cobre en Katanga y de aluminio en la región de Bas-Congo. "Ahora los técnicos están más pendientes de la pantalla. Antes estudiaban las rocas con mucho cuidado".

Décadas de conflicto en la República Democrática de Congo han desanimado a los empresarios de emprender costosísimas exploraciones a medio y largo plazo. Consultar los archivos del Museo de África cuesta, en cambio, unos cientos de euros y en muchas ocasiones encuentran en esos pliegos la información que les permite poner en marcha una exploración. Es lo que también cuenta James Abson, de la empresa canadiense de diamantes Southern Era. Gracias a los mapas del museo belga iniciaron un proyecto en Badibanga. "Los últimos datos geológicos databan de antes de la independencia, en 1960. Saber que había algo allí nos ha permitido seguir adelante con las siguientes fases, con la certeza de que la zona elegida es buena. Esto nos ahorra tiempo y dinero".

Sentado a una mesa forrada de imágenes de satélite de la ex colonia belga, Johan Lavreau, el hombre que dirige el trasiego cartográfico del museo de África belga explica que la transacción con las empresas es de doble dirección y que sus clientes se comprometen a compartir con ellos todos sus descubrimientos. Lavreau lleva 33 años trabajando en el museo que ha dedicado un pabellón al desalmado Henry Morton Stanley, el explorador al que el New York Herald envió en 1870 a África, en busca del misionero Livingstone. Este experto cuenta que las motivaciones de Stanley, el primer europeo que cartografió algunas de esas zonas, eran puramente políticas y que sirvió a la perfección los intereses de Leopoldo II, al batir todo el país -arrasando con todo lo que encontró por el camino, africanos incluidos, según algunos historiadores- y establecer pactos con los jefes locales, lo que en seguida condujo a la fundación del sanguinario Estado Libre de Congo en 1885. Fueron posteriores exploradores, de principios del siglo XX, los que hicieron una contribución a la cartografía aún hoy inestimable. "Si esos exploradores encontraron estaño en un cierto lugar, ese metal sigue allí", sostiene Lavreau.

Mientras, el Gobierno congoleño no asiste impasible a todo este despertar minero y ha pedido que los mapas vuelvan al país de donde nunca debieron salir. "Al menos estaría bien compartir los beneficios de la consulta de los mapas", dijo a The Wall Street Journal Valentin Kanda Nkula, director del servicio nacional geológico de Congo. Lavreau sostiene que la única razón por la que ellos han centralizado la información es porque no querían que se perdiera, una misión casi imposible para un país en guerra. "Queremos montar una institución hermana del museo en Kinshasa, pero es una cuestión de alto nivel político, y como sabe, la relación entre Congo y Bélgica siempre ha sido muy difícil", añade.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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