El calentón
Dado que arrecia la bronca en nuestro país, la verbena de insultos y las pataletas, y que estoy aburrida hasta las entretelas de tanto berzotas de una y otra parte, me he puesto a pensar en algún tema más optimista, ameno y amable con el que distender esta columna. Como, por ejemplo, el cambio climático. Cualquier cosa puede ser más optimista, amena y amable que esta gresca constante.
Hete aquí que el calentón planetario (que, debemos reconocerlo, es un poco más grande y más relevante que el calentón de los políticos y los periodistas españoles) está empezando a tener curiosas consecuencias. Leo que los inversores más avispados, que suelen ser siempre los más ricos, se apresuran ya a sacarle provecho al cambio climático cual hormigas afanosas que corren a merendarse un abejorro muerto. De modo que los asesores de los bancos están haciendo informes sobre cuáles son los sectores que van a prosperar a consecuencia del baile de las temperaturas.
Y así, cuentan que los tiempos venideros serán económicamente buenos para las compañías especializadas en energías alternativas, como la eólica o la solar; y también para las que se dedican a desarrollar tecnologías limpias. Hasta aquí, todo bastante evidente e incluso aceptable. Pero es que los asesores financieros siguen explicando, con helada tranquilidad, que otro sector de estupendo futuro es el de las compañías de seguros, porque el incremento de desastres naturales, de huracanes y lluvias torrenciales, hará que las pólizas suban irremediablemente; así como el del agua, porque la desertización hará que acabe costando más que el oro. Y no es que todo esto me extrañe demasiado, la verdad, porque una ya es muy mayor como para caerse del guindo, pero, en fin, es que de pronto me resultó bastante espeluznante imaginarme a una serie de finísimos inversores encorbatados frotándose las manos ante las catástrofes mundiales porque, cuanto más calamitosas, más pueden forrarse.
Qué feo es el Dinero con mayúsculas: es un buitre dispuesto a zampar cualquier carroña con tal de medrar.
Poco más o menos como nuestros políticos.
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