De Roma a Berlín
El 25 de marzo de 1957, hace exactamente 50 años, se firmaban en Roma los Tratados que daban nacimiento a la Comunidad Económica Europea y a la Comunidad Europea de la Energía Atómica. Si la crónica periodística refleja siempre una Unión Europea al borde del colapso y la desintegración, lo cierto es que estos 50 años de integración son la historia de un éxito. El éxito consiste en producir una inflexión en la historia europea y lograr que enemigos seculares no sólo cooperen, sino que se integren para lograr el beneficio común.
El Tratado de Roma de 1957 sólo preveía y ambicionaba la creación de un Mercado Común, esto es, la integración de las economías nacionales de los seis Estados fundadores. Fruto de ese comienzo se ha puesto en marcha una auténtica innovación política, una Europa federal de 27 Estados miembros, una moneda única, el proyecto de una política exterior común para toda Europa, una defensa europea, etcétera. La estrecha integración que liga hoy a 27 Estados europeos y ha hecho de la Unión Europea un referente mundial se debe al impulso de la construcción económica de Roma.
El modelo de la soberanía compartida introducido por Roma es una importante innovación que ha logrado aglutinar en torno a sí a casi todo el continente. Ha conseguido que los Estados europeos persigan su progreso cooperando entre sí y no enfrentándose, a través de una visión diferente de la soberanía nacional. Sin embargo, si la bicicleta de cada vez mayor integración se detiene, la construcción corre el riesgo de desmoronarse.
En la conmemoración de aquel éxito que ha permitido que Europa occidental haya conocido el periodo de paz, prosperidad y bienestar más largo de toda su historia cabe felicitarse pero también es necesario reflexionar sobre los importantes desafíos ante los que se encuentra la Unión Europea y que determinarán su futuro. Esos desafíos son la vertebración política tras la ampliación, un funcionamiento institucional democrático y eficaz, la consolidación de la Unión Europea como actor internacional y la preservación de la competitividad económica y la cohesión social.
El primero de esos desafíos, y posiblemente el más urgente, es la vertebración política de la Unión Europea tras la ampliación. La Unión Europea de hoy no es la Europa de Roma. En 2007 ya no se trata de integrar económicamente sino también políticamente. Entre los 27 miembros actuales existen visiones muy diferentes de lo que ha de ser la Unión Europea, de lo que ha de hacer y de cuáles han de ser sus valores y referentes. Las noticias de cada día ponen de manifiesto esa diversidad de visiones, lo que unido a los diferentes modelos y ritmos de desarrollo económico, ponen en riesgo la dilución de la integración ya conseguida.
El segundo de los desafíos consiste en conseguir un funcionamiento democrático y aceptablemente eficaz del entramado institucional que es la clave de bóveda del edificio político europeo. Desde los Tratados de Roma, la estructura institucional apenas ha variado, simplemente se ha adaptado para acoger a un número creciente de miembros. No es necesario subrayar cómo una arquitectura institucional concebida para seis no puede ser eficaz para 27 miembros; como a 27 es imposible seguir adoptando decisiones por unanimidad de forma ágil.
La reforma institucional es uno de los asuntos más urgentes que tiene ante sí la Unión Europea. Era uno de los puntos fuertes del Tratado Constitucional que se encuentra en el cajón después del no francés. Es la prioridad que se marcan todos los proyectos de revitalización del proyecto constitucional, porque es una realidad que hoy la Unión tiene dificultades para actuar eficazmente. Un buen funcionamiento institucional que permita el diálogo fluido y abierto entre los representantes de los Estados miembros es, por otra parte, uno de los requisitos necesarios para reforzar la dimensión política de la integración.
El tercer desafío reside en hacer de la Unión Europea un actor de la sociedad internacional, que acompañe su peso de potencia comercial con una voz común, capaz de defender sus intereses en la escena internacional y de promover modelos para una gobernanza global. Es evidente que queda mucho camino que recorrer para aproximar los puntos de vista de los Estados europeos, que permita en el tiempo que surja la identidad de miras que haga posible una voz única en la escena internacional. Las instituciones también ayudarán y para ello son esenciales la creación del ministro de Asuntos Exteriores y del Servicio Europeo de Acción Exterior -el cuerpo diplomático europeo- que la Constitución proponían.
El cuarto desafío tiene que ver con la prosperidad y el bienestar del conjunto de la Unión Europea. Es fundamental garantizar la competitividad del modelo económico europeo que tiene cada vez más dificultades para competir en la escena internacional con Estados Unidos y las potencias emergentes y para ello parece que la Estrategia de Lisboa no es suficiente. Por otra parte, el objetivo de la competitividad no puede hacernos descuidar el principio de la cohesión económica y social que ha constituido la seña de identidad del modelo europeo de integración.
Cincuenta años de integración europea han aportado beneficios enormes a la vida de los ciudadanos europeos; han cambiado estructuralmente nuestros viejos Estados-nación, pero aún queda mucho por delante para hacer de Europa un referente para otros y un lugar donde valga la pena vivir. Por ello, la Presidencia alemana se ha propuesto en la conmemoración del aniversario la adopción de una declaración política dirigida al ciudadano -la Declaración de Berlín- donde se haga balance de los éxitos conseguidos, se recuerden los valores y principios de la integración y se relance la profundización política.
La Declaración de Berlín pretende ser una declaración política que revitalice el proceso político y relance la vigencia del Tratado Constitucional de 2004 de una manera clara. La Presidencia alemana está en la lógica de impulsar un rescate sustantivo del texto constitucional. Aun cuando tenga que perderse en el camino el término "Constitución", se preserve lo fundamental de las reformas allí consensuadas.
La Presidencia alemana está comprometida con el impulso de la construcción de una Europa política. Ahora bien, se encuentra con los obstáculos que le presentan algunos de sus socios que defienden en este momento otras visiones. El proyecto de integración europea ha sido la respuesta a un problema, el de la convivencia de los Estados nacionales europeos. Ahora esperemos que del proyecto no hagamos un nuevo problema.
Francisco Aldecoa Luzarraga es catedrático de Relaciones Internacionales y presidente de la Asociación Española de Profesores de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales.
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