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Entrevista:

Patti Smith: Tan guerrera como siempre

Diego A. Manrique

Un tótem del rock. Patti Smith impactó al mundo en 1975 con 'Horses'. Añadía una dimensión poética, punk y feminista al rock de Nueva York y rompía los esquemas de una cantante. Ahora vuelve tan crítica como siempre -o casi- con 'Twelve', 12 temas para oponerse a la era del miedo 'made in Bush'.

"La Administración de Bush sufrirá el juicio de la historia y será tratada con el desprecio que hoy merece la Inquisición"

Tac, tac, tac. Repiquetean sus botas y todas las miradas se vuelven hacia ella. Desgarbada y esquelética, es imposible no fijarse en Patti Smith (Chicago, 1946). En este sobrio hotel londinense choca además su aspecto: desgastados pantalones militares, una chaqueta oscura y una masa de pelo grisáceo. Ni rastros de maquillaje en su cara; a corta distancia se aprecia un tenue bigotillo. Una bohemia en un establecimiento donde abundan los turistas de carteras repletas.

-Me gusta este hotel por la situación: está junto a las librerías de Charing Cross Road. Un amigo tiene aquí cerca una, Red Snapper, especializada en la beat generation. Primeras ediciones, editoriales pequeñas... una maravilla. Cada vez que voy allí quemo la tarjeta de crédito.

Pero hoy es día de trabajo, no de compras. Su discográfica ha alquilado un salón del hotel para atender a la prensa. Comida, bebida y ¿el nuevo disco de Patti? No, ella prefiere que suene una añeja grabación de Bob Dylan. Su último trabajo se titula Twelve y, efectivamente, son 12 versiones de clásicos del rock. Dado que Patti conquistó al gran público con arrebatadas recreaciones de temas como Hey Joe o Gloria, tiene toda la lógica. Aunque algunos esperábamos a otra Patti, la que enarbola pancartas incómodas.

El pasado año estrenó en directo canciones políticas. Una sobre la violencia israelí en Líbano, otra sobre los presos de Guantánamo? ¿Le sugirieron que no eran oportunas?

¡Qué tontería! Mi simpatía por la causa palestina no es nada nuevo. Yo crecí en la posguerra y cualquiera con un poco de cabeza percibía los disparates que hicieron Stalin, Roosevelt y Churchill. ¿Qué era eso de devolver Vietnam a Francia? ¡Vietnam no era de nadie, excepto de los propios vietnamitas! Lo mismo que quitar tierra a los árabes para dársela a los judíos. Que conste que tengo infinidad de amigos judíos, pero creo que aquello fue un error terrible. He visitado Jerusalén y creo que, al ser una ciudad santa para tres religiones, debería tener un carácter internacional: un lugar para el arte, la filosofía y el encuentro de culturas.

Sin embargo, en Estados Unidos están aliados los fundamentalistas cristianos con los sionistas.

Olvidamos que muchos de nuestros padres fundadores eran considerados terroristas por las autoridades británicas. Y no exageraban: nuestros héroes usaban tácticas terroristas contra los monárquicos y el sistema colonial. Pero el desconocer nuestra propia historia nos lleva a cometer injusticias crueles. Es aterrador pensar en los billones de dólares que hemos entregado a Israel y que se han transformado en poder militar, contra el que no puede enfrentarse ninguno de los Estados árabes. Muchos lo viven como una injusticia y se rebelan. Volvemos a la historia de David y Goliat: se responde con el terrorismo.

¿Y el caso de Guantánamo?

En algún momento, sé que la Administración de Bush sufrirá el juicio de la historia y será tratada con tanto desprecio como el que ahora nos merece la Inquisición. Lo penoso es pensar que nosotros, los que vivimos esta época, también pagaremos por haber permitido, de una u otra manera, tanta injusticia. Cuando viajo y veo la CNN, que tampoco es muy explícita, me aterra lo que estamos haciendo en nombre de la "guerra contra el terror".

La semana pasada, Al Gore estuvo presente en todos los medios por el triunfo en los Oscar de su documental ecologista. Recordemos que Gore perdió las elecciones de 2000 ante George W. Bush, unos dicen que por las triquiñuelas contables en el Estado de Florida, y otros, de visión más panorámica, por los casi tres millones de votos que le robó el candidato de los verdes, Ralph Nader. Patti Smith fue una de las más entusiastas propagandistas de Nader, y la pregunta es obvia.

Visto el horror de Irak, ¿se arrepiente de no haber apoyado a Al Gore?

¡No! Gore puede ser muy brillante, pero se cavó su propia tumba. Resultaba imposible respaldar a su candidato a vicepresidente, Joe Lieberman. Joe es un tipo tan derechista como Bush; suele votar con los republicanos en cuestiones de política exterior. El año pasado, los demócratas le rechazaron como candidato al Senado por Connecticut y rompió la disciplina de partido, se presentó como independiente y ganó. Con todo esto, creo que hice lo correcto al implicarme con Nader.

Nader es famoso por afirmar en 1980 que era mejor que Ronald Reagan derrotara a Jimmy Carter, ya que así se aceleraría el descontento popular y el cambio radical. Aparte de su fallo como profeta, se parece a la praxis de muchos grupos extremistas: "es preferible que todo vaya a peor".

Ésa es una opinión sacada de contexto. Lo que piensa Nader es que los partidos mayoritarios en Estados Unidos no sirven. Representan a los ricos y a los muy ricos. El bipartidismo ha generado tal corrupción, que un observador imparcial podría confundirnos con una república bananera. Está claro que el país necesita a un independiente lúcido, igual que Abraham Lincoln, que terminó fundando el Partido Republicano? aunque hoy no lo reconocería.

Quizá en España no sepamos muy bien lo que representa Ralph Nader.

Es un personaje formidable. Mi padre le tenía una admiración ilimitada y, cuando le traté, yo también me convertí en una adoradora: es el hombre más compasivo, inteligente e instruido que haya conocido. Comunica con naturalidad todo lo que sabe y nunca para. Le llamé para su cumpleaños y estaba trabajando como un día normal. Es decir, doce horas o más. En los años sesenta, prácticamente en solitario, Ralph se enfrentó a las grandes empresas automovilísticas y ¡las venció! En aquel tiempo morían muchos niños en accidentes, y él logró que se instalaran los cinturones de seguridad, los asientos para bebés, los airbags: literalmente, centenares de miles de personas le deben la vida.

Cierto, pero hay cierta distancia entre ejercer de defensor de los derechos de los consumidores y pretender ser presidente.

¿Usted cree? Finalmente, se trata de derechos humanos. Fue el único candidato que explicó la realidad de cualquier guerra moderna: por cada soldado estadounidense caído mueren docenas de civiles del país invadido. Nader es de origen libanés y entiende las complejidades del mundo. Y no se rinde. Gore pudo luchar contra el pucherazo de Florida, pero prefirió renunciar a la presidencia antes que alterar el statu quo. Nader es todo lo contrario: piensa que el país necesita tres, cuatro, cinco, seis grandes partidos.

¿Va a involucrarse en la próxima campaña presidencial?

Involucrada estaré: siempre voto. Si me pregunta por poner mi música al servicio de alguien, lo decidiré leyendo sus propuestas. Me lo tomo muy en serio, no lo considero como una opción profesional: "Oh, quedaré bien si me apunto a la campaña de Hillary [Clinton]".

Parece tener una querencia especial por los candidatos y los asuntos difíciles. Otra de sus batallas es el Tíbet.

Si lo dice así, parece una frivolidad mía. Yo era una adolescente en 1959, cuando los chinos invadieron Tíbet, y recuerdo haber escrito cartas de protesta. Nuestra impotencia respecto a China deriva de nuestra codicia. Nos hemos endeudado con ellos, hemos trasladado allí nuestras fábricas para aprovechar que allí se pagan sueldos de esclavos. Y ahora estamos aterrados ante China. Me dio mucho coraje cuando el Dalai Lama visitó Washington y Bill Clinton no fue capaz de recibirle. Su santidad lo aceptó resignadamente. Yo he hablado con él y me ha explicado que la independencia del Tíbet no es tan prioritaria como la preservación del planeta.

¿Su santidad? Ésta no es la inflamada Patti Smith de los setenta: en los últimos tiempos ha depurado su imagen, eliminando aspectos polémicos. Por ejemplo, se negó a participar en Por favor, mátame, la historia coral del punki rock de Nueva York [traducida incompleta en 1996, se ha reeditado íntegra a través de Discos Crudos]. Tal vez eso explique que en el libro sea tratada como una arribista y ?con cierta admiración? como infalible seductora de chicos guapos, de Tom Verlaine a Jim Carroll.

¿Ha leído 'Por favor, mátame'?

No tengo mucha simpatía por ese libro. Conozco a los autores [Legs McNeil y Gillian McCain] e imaginé que no estaban interesados en una historia cultural del downtown neoyorquino. Se han conformado con una crónica de sexo y drogas. Es correcto, todo eso ocurría. Finalmente, me parece triste. Es como si hicieras una historia del París artístico y sólo contaras cuántas mujeres se llevó a la cama Picasso o lo que tomaba Modigliani.

¿Tenía conciencia de que aquellos años eran una edad de oro del rock?

No, eso se piensa retrospectivamente. Me parece más impresionante haber conocido el Chelsea Hotel en 1969. Allí te cruzabas con Janis Joplin, Jimi Hendrix, Allen Ginsberg, William Burroughs, Leonard Cohen? Sam Sheppard y yo éramos los recién llegados, con ojos muy abiertos. Pero todos los escritores beat estaban en activo y funcionaban como guías espirituales. Puede que esa cadena se rompiera con los punkis, que no reconocían fácilmente predecesores fuera del rock de garaje. La excepción fue The Clash, donde había vocación política y una enorme cultura musical.

¿En qué se diferenciaba su planteamiento creativo del de, digamos, The Ramones?

Eran críos de barrio, no muy diferentes de lo que yo misma era a mediados de los sesenta. Ellos con mucha más energía, desde luego. Pero en 1975 ya llevaba bastante tiempo en Manhattan, en un ambiente muy artístico. Tenía casi treinta años cuando saqué mi primer álbum. No tomaba drogas, no bebía, no aceptaba el nihilismo. Para mí, el rock and roll no era un fin en sí mismo: era un medio para transmitir belleza, trascendencia, visiones.

Usted articulaba un rechazo de las religiones organizadas. 'Gloria' comenzaba con una declaración demoledora: "Jesucristo murió por los pecados de alguien, pero no por los míos".

Oh, por favor. Eso era parte de un poema que escribí en 1970. No podía imaginarme que, casi cuarenta años después, tuviera que seguir definiéndome por esos versos. Ahora lo expresaría de otra manera, no quisiera ofender las creencias de los cristianos o la memoria de Jesucristo. Más que un rechazo de las religiones, era una proclama personal, una afirmación del deseo de crearme una vida fuera de las expectativas que nos legaron nuestros mayores.

Me da la sensación de que ahora pretende limar sus aristas. Imagino que me dirá que, para usted, 'White rabbit', de The Jefferson Airplane, ya no tiene connotaciones psicodélicas.

Si se le quita las evocaciones hippies, es un trozo de Alicia en el país de las maravillas. Yo no estoy en contra de las drogas, pueden ser instrumentos valiosos para el conocimiento del mundo y de nosotros mismos. Lo que no soporto es el uso recreativo de sustancias peligrosas: hemos perdido el respeto por sus poderes. Las drogas son sacramentos y deben ser tomadas como parte de rituales sagrados, igual que en la antigüedad o en las tribus indias. De todas formas, he cantado White rabbit como reconocimiento a Grace Slick. En Jefferson Airplane, ella saltaba las fronteras de su sexo. Antes había grandes cantantes femeninas que expresaban sufrimiento o sexualidad. Pero Grace entraba en territorio masculino con gran naturalidad. Recuerdo haber pensado: "Hmmmm, esto es interesante".

Ya que lo menciona, usted también rompía esquemas sexuales. Aparte de su imagen andrógina, también hacía canciones lesbianas, tanto en su primer disco, 'Horses', como en las letras que escribía para Blue Öyster Cult. Es una temática que luego abandonó, pero que ha sido reivindicada por muchas rockeras militantes.

Era una forma de provocación. Actuábamos en Nueva York, y el problema principal consistía en sacar al público de su impavidez cool. En realidad, no merezco ser modelo de las riot grrrls y movimientos similares: soy aburridamente heterosexual.

No está exagerando su normalidad. En 1980, sin siquiera una gira de despedida, Patti abandonó el mundo del rock. Se casó con Fred Sonic Smith, guitarrista de una banda antaño revolucionaria, MC5, y se retiraron a vivir anónimamente en Detroit, urbe en decadencia industrial. Durante 15 años no se supo prácticamente nada de ella. Precisemos: sí sacó un disco ?Dream of life, 1988?, pero era tan convencional en mensajes y sonidos que apenas parecía conectar con el pasado del matrimonio.

Cuesta pensar que no había un plan maestro en su retiro a Detroit.

[Risa sarcástica]. Sí, el plan maestro era formar una familia. Me pareció más importante que mantener la fantasía de ser una estrella del rock and roll. Había vivido todo lo que me podía ofrecer la música. Empecé recitando con un guitarrista, en pequeñas librerías del downtown, y terminé actuando en grandes estadios. Tener dos hijos me resultó mucho más estimulante que lograr discos de platino. ¡No fue un sacrificio! Bueno, sí en algunos aspectos: no teníamos mucho dinero, no teníamos asistentes o chófer.

Quiero decir, había probado otras formas de expresión antes de llegar al rock: poesía, pintura, periodismo, teatro. Pero lo dejó de la noche a la mañana.

Eso es inexacto. En Detroit mejoré mi técnica con la voz, la guitarra, el clarinete. Fred también me impulsó a componer sin ideas preconcebidas. No dejé el rock. Esencialmente, el rock es expresión, no un estilo de vida estereotipado. Puedes hacer rock sin salir del sótano de tu casa. Fred y yo éramos dos ciudadanos más, con un pasado interesante, pero con vidas tranquilas.

De golpe, el castillo se derrumbó. Fallecieron su amante (el fotógrafo Robert Mapplethorpe), su teclista (Richard Sohl), su marido y su hermano Todd. Tras pasar por tratamiento psicológico, hizo las maletas y se volvió a instalar en Nueva York, donde retomó la carrera musical.

¿Cómo se sintió al regresar a su ciudad adoptiva?

Decepcionada. [El alcalde] Giuliani estaba convirtiendo Manhattan en un parque temático para turistas. Económicamente, estaba echando a los artistas fuera de la isla. Ahora, en Manhattan sólo pueden vivir decentemente los millonarios. Y les gusta presumir de que son los amos. Creo que una ciudad creativa necesita la convivencia de todas las clases, como en Europa.

De todos modos, la ciudad la recibió como una hija pródiga. El pasado año le correspondió el honor de ofrecer la última actuación en el CBGB, el antro que acogió a la insurrección punk. En tres horas y media repasó su repertorio clásico, recordó a la quinta del imperdible y hasta tocó canciones de su próximo disco.

¿Cómo confeccionó la lista de las canciones que terminaron en 'Twelve'?

Cuando intentas hacer un disco de versiones, quieres cubrir diferentes necesidades. Rendir tributo a tus maestros, desde luego, y situarte respecto a ellos. En mi caso, también quería tratar del presente, que es la guerra de Irak. Luego, están las coincidencias. Yo suelo soñar con canciones. Una noche soñé que estaba escuchando a los Doors tocando Soul kitchen. Al día siguiente me crucé con un camión enorme y en la cabina estaba sonando Soul kitchen. Durante una semana la escuché en muchos lugares. Así que miré hacia arriba y dije: "De acuerdo, Jim Morrison, ya entiendo tu sugerencia".

Es curioso: en 'Por favor, mátame' se habla del punk rock como algo que pretendía acabar con las canciones de Paul Simon y ese civilizado pop que parece pensado para lectores de 'The New Yorker' y espectadores de Woody Allen. Y aquí llega usted con un tema de Paul Simon, 'The boy in the bubble'?

Yo quería iluminar el momento que vivimos. Esa canción habla del terrorismo, de la vigilancia con cámaras, de amenazas que creíamos propias de otros países y que ahora sufrimos en nuestras carnes.

Para usted, las letras son decisivas, ¿verdad?

Son un espejo que refleja nuestro tiempo. Por su gran poder sintético, su capacidad de evocación. En realidad, Twelve se centra en las letras. Bastantes de esas canciones tenían originalmente mucha producción, un sonido tan embriagador que no apreciabas su mensaje; he quitado capas de música para quedarme con el núcleo. Within you, without you, de los Beatles, estaba tan llena de aromas orientales que ahora puedes oírla como una pieza de época, huele a incienso. Si lo tocas con los mínimos instrumentos, como hemos hecho nosotros, descubres que George Harrison decía cosas hermosas sobre el poder redentor del amor.

Su disco comienza con 'Are you experienced?', un tema poco interpretado de Jimi Hendrix, un Hendrix hasta reflexivo.

Le conocí fuera del escenario y no se parecía en nada al Hendrix salvaje de la leyenda. Era tímido y con una gran curiosidad intelectual: le interesaba cultivarse, preguntaba por poetas sin acomplejarse. Tenía ideas estéticamente revolucionarias: hablaba de juntar músicos de diferentes lugares para crear una Orquesta del Mundo. Había revolucionado la guitarra eléctrica y creo que buscaba una nueva misión: quería crear un esperanto musical.

Recupera uno de los himnos generacionales de los Rolling Stones, 'Gimme shelter'.

Es una canción tan arrolladora, tan buena para bailar, que quizá olvidamos que ofrece opciones. Canta Mick [Jagger]: "La guerra está a un tiro de distancia". Pero también dice lo de "el amor está a la distancia de un beso". Puedes usar un arma para matar a alguien, pero también puedes abrazar a alguien. Es una forma muy simple, pero muy poderosa, para recordar nuestras posibilidades. La letra comienza de forma ominosa; cuando la canto se me vienen a la cabeza fragmentos del Guernica, de Picasso. Es un cuadro que me obsesiona. Lo veía regularmente cuando estaba en Nueva York y no dejo de visitarlo cuando paso por Madrid.

No podía faltar un tema de Bob Dylan, ¿verdad?

Creo que no hay nadie que me haya influido tanto, desde la forma de vestir hasta las técnicas para componer. Además, Bob me ayudó cuando volví a actuar, en 1995. Me sacó de gira en un momento muy duro. Y cada noche me besaba en el escenario. Me faltan las palabras para describir mi agradecimiento. A veces me trata como un padre a una hija. Y debo recordárselo: "Bob, sólo me llevas dos años".

¿Tiene una teoría respecto a ese ritmo infernal de Dylan? Se tira casi todo el año girando, y no es por necesidades financieras.

Creo que es lo que justifica su vida. Es un hombre muy reservado, no está en su naturaleza el ir a fiestas o a conciertos. Su forma de conectar con el mundo consiste en actuar. Es un trovador y debe poner en práctica su oficio.

Bruce Springsteen es la notable ausencia entre los autores de Twelve. El mayor éxito comercial de Patti fue Because the night, una apasionada composición de Bruce que ella adaptó. Aquello ocurrió en 1978, la primera vez que una pieza de Springsteen llegaba a la zona alta de las listas. Dado que ambos venían de Nueva Jersey, se les atribuyó una similitud en trayectorias que ella hoy niega.

-Sólo coincidimos en Nueva York, no en Nueva Jersey. Él es del norte del Estado, yo soy del sur, que tira hacia lo rural. Creo que su familia era católica, mientras en la mía eran testigos de Jehová. Dos mundos diferentes. Me ocurre lo mismo cuando veo Los Soprano, que se supone que también transcurre en Nueva Jersey: "Esta gente no eran vecinos míos" [risas].

Sin embargo, se pueden ver paralelismos con Bruce. Dos solitarios que son salvados por el rock.

Habría que matizar. El rock era una exclusiva de gente con un ego enorme, que presumía de su seguridad emocional o sexual. Puede que en los setenta apareciéramos personas más frágiles, con muchas dudas y carencias. La primera vez que actué fuera de Estados Unidos fue aquí, en Londres. Aunque hablemos el mismo idioma, no creía que me entendieran. Cuando me aplaudieron, sentí que se me despejaba el horizonte: "Esto funciona". No sé si el rock me salvó, pero sí creo que me ha permitido llevar una vida interesante. Cuando voy a Granada y me enseñan la casa de Lorca, creo que todo ha valido la pena.

'Twelve' (Sony BMG) se publica el 17 de abril. Patti Smith actúa en San Sebastián el 31 de mayo y en Barcelona el 1 de junio.

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