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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Pacto de Bagdad

El solo hecho de que el sábado se reunieran en Bagdad representantes de países y organizaciones internacionales especialmente concernidos por la estabilidad de Irak -notablemente, Estados Unidos, Irán, Siria y Arabia Saudí, los restantes miembros del Consejo de Seguridad y la Liga Árabe- es una buena noticia. Todo lo que rodea el encuentro, sin embargo, parece conspirar para que a la larga los resultados de la reunión sean escasos o incluso nulos.

Como fragmentos de un racimo, tras el planteamiento de cómo hacer la paz en Irak, brota toda la problemática de la zona. El desarrollo de la industria nuclear iraní, que en Occidente se teme que sea sólo una tapadera para hacerse con el arma atómica; el crecimiento de la influencia de Teherán, a través de la mayoría chií que gobierna en Bagdad, y contra lo que Estados Unidos y Arabia Saudí tratan de crear un frente suní de países limítrofes; la crisis palestina, uno de los motores de la acción terrorista de Al Qaeda; y la propia división en la Administración del presidente Bush, entre quienes, como la secretaria de Estado Condoleezza Rice, quieren tomar el pulso de Teherán para explorar, sino negociar, posiciones, y los que entienden, como el vicepresidente Cheney, que ello sería imperdonable debilidad ante un enemigo que -como Israel propugna- sólo merece garrote. Y para remate, más de 80 muertos desde el sábado, la mayor parte en Bagdad, lo que parece arrojar serias dudas sobre la eficacia del reciente envío de 21.500 soldados norteamericanos más, sobre todo para pacificar la capital iraquí.

La reunión duró unas horas. El primer ministro iraquí Nuri al Maliki exhortó a la concordia; el delegado iraní Abbas Arakchi reclamó la libertad de cinco de sus diplomáticos detenidos como espías por el ejército norteamericano, y el embajador saliente de Estados Unidos en Irak, Zalmay Khalilzad, dijo no tener conocimiento de que ningún diplomático estuviera preso, puesto que no se los considera como tales; y no consta que hubiera contactos bilaterales EE UU-Irán.

El que la conferencia haya servido de algo lo sabremos si se convoca una nueva reunión de seguimiento en abril, no como ahora a nivel más bien modesto de enviados, sino ya con los ministros de Exteriores en liza. Y lo que hoy debe decirse es que por muy inútil que haya podido parecer el cónclave, sería suicida que Oriente y Occidente dejaran pasar esta oportunidad de poner sobre la mesa no sólo la estabilidad de Irak, sino el racimo entero. Hace falta un Pacto de Bagdad, ya no como el de 1955 contra el comunismo soviético, sino, esta vez con Rusia genéricamente a favor, contra el descarrilamiento de Oriente Medio.

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