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Reportaje:

Las heridas de un mariñeiro de bajura

Antonio Gude, pescador de bajura, describe la dureza de su oficio, por el que cobra apenas 2euros por hora de trabajo

Arturo Gude, 47 años, mujer y dos niñas, vive en Ribeira, en un piso de alquiler, por el que paga 300 euros al mes. Tras tres décadas embarcado en el oficio de mariñeiro tiene varias lesiones en su columna vertebral. Pescador de bajura, su vida es salir a la mar de madrugada, a caladeros cercanos, y regresar a puerto a media tarde. Arturo lo hace en una embarcación mediana como ayudante del patrón, Manuel Alonso, uno de los mas experimentados de la zona.

Se levanta a las cuatro de la mañana y con el coche de su patrón, un viejo Ford de mas de quince años, acuden a Corrubedo, a pocos kilómetros, para comprobar el estado de la mar abierta. Si éste lo permite, regresan al puerto de Ribeira para iniciar un nuevo día de pesca.

Van preparados para la pesca del congrio y de la faneca. Llevan consigo unas 40 nasas fanequeras, cargadas a brazo, que consisten en unas armaduras circulares metálicas de algo más de un metro de diámetro, cerradas con una red, que, vacías, pesan cada una alrededor de 35 kilos.

Todos los días no son iguales; intervienen factores no controlables como las corrientes y el viento. En una jornada de buena marea pueden traer treinta cajas con fanecas, congrios y, quizá, algún pulpo, unos 300 kilos, pero lo que realmente importa no es su esfuerzo sino el precio de la subasta.

Ya es sabido que los viernes los precios son más bajos en la lonja, por lo que algunas embarcaciones ni siquiera salen a la mar. En ocasiones se ha pagado el kilo de congrio a veinte céntimos de euro, es decir un congrio de cinco kilos se ha vendido, en la lonja, por un euro. A veces se han visto en Ribeira a pescadores regalando cientos de palometas en plena calle. El precio que les ofrecían en la subasta no alcanzaba un valor mínimamente digno. El propio Arturo dice que han tenido que tirar el congrio a la mar cuando han pretendido pagarlo a 10 céntimos el kilo.

Manuel, el patrón, se lamenta. "Hay que acabar con la subasta a la baja. Este sistema solo beneficia a los intermediarios. Todos los productos, con el paso del tiempo, han subido sus precios, el pescado, en la subasta no. La faneca se vendía, hace 20 años, en verano, a 400 pesetas el kilo y ahora esta a un euro o euro y pico".

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Y eso que ha sido un día bastante bueno. Los congrios se han vendido a 1,80 euros el kilo. Eso sí, al día siguiente los tienen a 7,50 euros en el más importante supermercado de Ribeira. Las cuentas no salen y la pesca va a menos. Después de la venta hay que limpiar el barco, preparar los cebos para el día siguiente y, a veces, cargar combustible. En ningún caso Arturo y Manuel llegan a casa antes de las ocho de la tarde. Han trabajado 16 horas.

Los sábados Arturo se reúne con su patrón para cobrar el salario semanal. Esta semana han salido sólo cuatro días El estado de la mar les impidió hacer la semana completa. Lo mismo ocurre cuando hay avería en el motor, cuando hay que limpiar el casco, cuando hay que ir al médico, o cuando le dan la baja porque el dolor de espalda es insoportable... Son días en los que no hay pesca y tampoco ingresos. Ni para Arturo ni para su patrón.

Haciendo cuentas

Las cuentas son bien sencillas. Del total percibido por la venta del pescado, el 50% es para el armador (propietario de la embarcación); el otro 50% se divide en tres partes, dos de las cuales son para el patrón y una para el marinero, es decir, Arturo. Como han cobrado 700 euros, al patrón-armador le corresponden 583 euros y a Arturo 117 euros. El patrón-armador, con ese dinero tiene que pagar el combustible, los seguros sociales, el mantenimiento del barco, y el del motor, los impuestos y los aparejos. "No hace tantos años el gasoil estaba a 18 pesetas y hoy a 90 y tantas", recuerda Manuel. "En invierno hay menos pescado, porque debido al mal tiempo los barcos salimos menos; pero en verano, a pesar del aumento de la demanda gracias al turismo, se paga menos aún".

Y Arturo, que ha trabajado esa semana cuatro días durante 16 horas, tiene que sobrevivir. La hora le sale a 1,82 euros. Preguntado por la posibilidad de cambiar de oficio, responde: "Llevo toda mi vida haciendo esto, no sé hacer otra cosa, y no tengo dinero para montar un negocio. Además, pasando tantas horas en la mar tengo poca relación social, pocos contactos en tierra que me ofreciesen otras alternativas, paso mi vida como en un cajón en la mar".

Este singular sistema retributivo no obedece a ninguna ley laboral, ni a ningún convenio colectivo. Se basa exclusivamente en la costumbre. Los mariñeiros han intentado en alguna ocasión sindicarse para intentar mejorar su situación pero nunca lo han conseguido. Otro tema doloroso para este sector es el de las pensiones. Después de cuarenta años de dedicación a esta profesión estas prestaciones tienen muy poca cuantía y el cuerpo no da más de sí.

Recientes informes de Science auguran un futuro muy poco prometedor para la industria pesquera. El 7% de los organismos vivos en los ecosistemas costeros ya han desaparecido. Crisis en el mar y en la tierra. Hasta el Parlamento Europeo ha dado la voz de alarma sobre la situación de los mariñeiros. El pasado 15 de junio, la Cámara de Estrasburgo aprobó una resolución sobre la pesca de bajura y los problemas a los que se enfrentan las comunidades dependientes de la misma.

Los eurodiputados consideran que la crisis económica y social por la que atraviesa el sector de la pesca afecta sobre todo a la bajura y propone cambios para superar el problema. El Parlamento Europeo aboga por que los pescadores participen en el proceso comercial, mejorando los mecanismos de venta de sus productos y promoviendo reformas que garanticen precios más justos que los que cobran Antonio Gude y su patrón.

Una profesión arriesgada

La seguridad es quizá el tema más delicado de la vida de un marinero. En aguas a 10 grados de temperatura un ser humano, caído a la mar, pierde el conocimiento en menos de una hora. Además del riesgo permanente de naufragio existen otros muchos. Las caídas a la mar, los sobreesfuerzos al levantar las capturas, los cortes y heridas producidas por los anzuelos, las mordeduras de algunas especies al sacarlas de las nasas o de los anzuelos, la pérdida del globo ocular por heridas de anzuelos, las hipotermias o los golpes de calor son algunos de ellos. Y la prevención es escasa. Sólo hay que dar un paseo por los muelles del puerto de Ribeira para comprobar que no todas las embarcaciones de bajura llevan los elementos de socorro más indispensables, como las balsas autohinchables o los aros salvavidas. "Las inspecciones son insuficientes. Los inspectores no tienen tiempo suficiente cuando vienen", dice Manuel, "y algunas de las normas benefician mas a los fabricantes que a los mariñeiros". "Falta formación y ayudas para salvamento", concluye.

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