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Reportaje:

"No les regalaremos lágrimas"

Las víctimas se enfrentan en el juicio a su propia tragedia

Antonio Jiménez Barca

Pilar Manjón lo llama "la terapia del rinconcillo de la valla". Se refiere a los últimos consejos que las víctimas del 11-M (heridos o familiares de fallecidos) reciben, mientras se reparten los pases de entrada, a unos metros del edificio de la Audiencia Nacional donde se celebra la vista, al pie de la valla custodiada por la policía.

Es entonces cuando los psicólogos les recuerdan técnicas de autocontrol o maneras de relajarse o conjurar la angustia. Manjón, más explícita, les dice: "Recordad vuestro papel. Somos víctimas. No les vamos a regalar ninguna lágrima. Ellos quisieran vernos rotos. No lo hagáis".

Después de pasar el control de la policía, las víctimas se sientan en la sala. Algunas no pueden acercarse a los acusados porque el corazón se lo impide. Es el caso de Antonia Soriano, que se encontraba en Atocha el 11-M y que prefiere, los días que acude, sentarse lejos del cristal blindado.

Los psicólogos aconsejan a los afectados técnicas de autocontrol y relajación para conjurar la angustia
Todo el espanto del 11-M se concentra en la pecera blindada donde están los procesados
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Otras no rechazan el puesto más cercano a ellos. Como Ruth Rogado, que perdió a su padre en los trenes y que el primer día de juicio se encaró a los presuntos asesinos. O Zahira Obaya, de 24 años, que perdió un ojo en la explosión y que se puso a un metro de los encausados con la intención de mostrarles su cara con el parche.

Pero a todos, los que se acercan y los que no, les une el mismo sentimiento de congoja, rabia y nerviosismo. Todo el horror de la mañana del 11 de marzo se concentra, para las víctimas, en el habitáculo blindado, de unos 20 metros cuadrados, en el que se sientan en silencio los acusados de la matanza.

Manjón, presidenta de 11-M Afectados por el Terrorismo, acude cada día. Se sienta en una posición discreta, lejos de los encarcelados, y parece estar más pendiente de los miembros de su asociación que han venido ese día al juicio. A veces abraza discretamente a una mujer que se viene abajo al escuchar a Jamal Zougam, uno de los acusados de colocar directamente las bombas en los trenes, renegar del atentado e incluso condenarlo; otras da la mano a un hombre al que susurra algo mientras le sonríe. O saca un pañuelo de papel del bolso y se lo entrega a un tercero...

En los descansos, todos se arremolinan en torno a ella. Alta, vestida siempre de negro, sin forzar el gesto jamás, da la impresión de que los protege. Y es cierto: no ha habido escenas de pánico, o incidentes. Las víctimas se han comportado con una entereza descomunal.

"Conozco a todos los que vienen. Y sé cómo están, de qué pie cojean, cómo se encuentran esa mañana, y por eso les digo a los psicólogos que se sienten cerca, que a lo mejor pueden necesitarles", explica Manjón.

Al lado de ella, cada día, se encuentran siempre David Abad, que perdió a su hermana en el tren que explotó en la calle de Téllez, y Laura Brasero, que se quedó sin padre en la estación de Santa Eugenia. A ellos les reconforta acudir. Aseguran que sentirían más angustia lejos de la sala.

El miércoles también acudió, por primera vez, Fernando de Luna. Su hermano menor, Miguel, de 26 años, murió en Atocha. Su madre aún conserva su cuarto tal y como quedó el 11-M. Fernando se queja de que el local al que acudía para recibir ayuda psicológica "no se puede mantener y va a cerrar". Manjón denuncia que las instituciones -sobre todo, la Comunidad de Madrid- les dan de lado. Que necesitan más apoyo a la hora de organizar y participar en planes de formación, o de empleo, o de sanidad... "Hay gente que aún no ha sido operada, necesitamos una bolsa de trabajo seria, una formación para el empleo a la carta para los afectados del 11-M".

Éste no es el único punto oscuro relacionado con las víctimas. Hay dos asociaciones más que representan a los afectados por el atentado (AVT y la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M). Y las relaciones entre estas dos y la de Manjón son casi inexistentes.

María Ángeles Domínguez es la presidenta de Ayuda a las Víctimas y sigue el juicio por televisión por una mezcla de causas laborales y psicológicas: "Por la mañana trabajo, y la verdad, prefiero verlo aquí, en casa", asegura. No se queja de la Comunidad de Madrid y asegura que el juicio "debe dejar claros puntos oscuros de la instrucción", en referencia a la teoría de la conspiración, alentada por el PP y medios afines.

Estos postulados les separan del grupo de Manjón. Y sin embargo, cuando la sala se abre y el juez inicia la sesión del día, las diferencias parecen difuminarse. María Ángeles resultó herida en la explosión de la calle de Téllez. La misma que mató al padre de David Abad.

Pilar Manjón, segunda por la izquierda; Laura Brasero, a su izquierda, y David Abad, primero por la derecha, a las puertas del juicio.
Pilar Manjón, segunda por la izquierda; Laura Brasero, a su izquierda, y David Abad, primero por la derecha, a las puertas del juicio.CLAUDIO ÁLVAREZ

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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