El arte de cantar sinsentidos
EL PAÍS entrega mañana 'Lo mejor', de Ella Fitzgerald, y el viernes, 'El momento', de Anita O'Day, por 4,95 euros cada uno
A finales de los años treinta, Ella Fitzgerald ya sabía un par de cosas sobre la vida. Niña huérfana, vagabunda adolescente y joven estrella de jazz pop al frente de la orquesta de Chick Webb. Las cosas parecían marchar justo en el momento en el que Webb murió y la cantante inexperta quedó al frente de una big band de éxito. El punto exacto en el que arranca la historia de Lo mejor, el disco que se entrega mañana con el diario por 4,95 euros.
Recién fichada por el sello Decca, Ella (1917-1996) no era aún la "primera dama del jazz" que llegaría a ser; ni mucho menos la cantante que si se materializase el espíritu santo de la objetividad señalaría como la mejor de todos los tiempos. Tampoco consiguió soportar la presión de dirigir aquella orquesta y a principios de los cuarenta ya había comenzado su carrera en solitario.
Sin embargo, en esta colección de canciones sobran los destellos de genialidad. Como las tres octavas que siempre fue capaz de abarcar con su voz, canciones como A-tisket-a-tasket, una nana convertida en uno de sus grandes éxitos, así como sus primeros ensayos con el cancionero popular estadounidense (los célebres songbooks de compositores como Cole Porter, Rodgers & Hart o los hermanos Gerswhin que se convertirían en su sello inconfundible en los años cincuenta). También, las tempranas demostraciones del arte de cantar frases sin sentido, el scat, en el que reinaría con otras compañeras de generación como Sarah Vaughan o Anita O'Day, de quien se entrega el viernes el disco-libro El momento.
Cuando a los 14 años Anita O'Day participaba en un maratón de baile de los que hicieron furor durante la Gran Depresión, y su compañero de pista le preguntó si sabía hacer alguna otra cosa, ella dijo: "Quizá pueda cantar". Y vaya si pudo. Su interpretación de I can't give you anything but love encendió el ánimo de los allí presentes y la pequeña y retraída Anita Belle Colton echó a andar por la senda que le llevó a ingresar en el panteón de las grandes vocalistas de la era del swing.
Fue la última en hacerlo, de hecho. Allí descansa sólo desde noviembre, mes en el que O'Day murió a causa de una neumonía a los 87 años. Y las necrológicas le dieron la razón. Pasó la mayoría de su vida haciendo aquello que "quizá" podía hacer: cantar con un estilo propio e influyente pese a que una lesión de la úvula que arrastró desde su niñez la inutilizó para el vibratto.
Para el común de los aficionados del jazz, O'Day será, con todo y para siempre, la chica de la falda ajustada con dificultades para subir al escenario de la edición de 1958 del festival de Newport. La vocalista elegante con un toque irresistiblemente hipster que ataca con ferocidad sus temas y roba los planos de Jazz on a summer day, mítica película documental que mezcla las actuaciones de aquel festival con imágenes de las regatas de la Copa del América.
El disco-libro toma su carrera a principios de los cincuenta, una vez que se hubo licenciado con honores, y primordialmente en la Costa Oeste, en las orquestas de Stan Kenton, Gene Kupra y Woody Herman. Tras fichar en 1952 por el sello de Norgran (para el que registró la primera referencia de larga duración), fue sorteando sus intermitentes problemas con la heroína y perfeccionó el estilo que aún la convierte en algo aparte en la feroz competencia de las divas. Ese arte afilado por inteligente, duro como la fibra de resina, enormemente rítmico y endiabladamente veloz.
Babelia
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