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Columna
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Eutanasia

Manuel Vicent

Cuando al final de su enfermedad Kafka ya no podía soportar el dolor, le recordó a su amigo, el doctor Klopstock, la promesa que le había hecho de inyectarle una dosis mortal de morfina, y como en el último momento el médico dudara, Kafka le dijo: "Mátame, si no serás un asesino". Existe el derecho inalienable de morir sin sufrimiento, aunque sólo sea para que la crueldad de una larga agonía, que a menudo depara el destino, no destruya la felicidad que uno haya podido vivir a lo largo de los años, porque si a la hora de la muerte tienes sed es como si hubieras estado sediento toda la vida; si mueres resentido todo tu pasado se llenará de resentimiento en el último instante; si permaneces entubado, aquellos nidos de pájaros que de niño buscabas en los limoneros se hallarán agonizando también dentro del tubo de la UVI; en cambio, si te vas al otro mundo en paz, sin dolor, dulcemente sedado, esa armonía final puede regenerar una existencia terrible o desordenada. Decía una copla popular: oh, santa Ana, dadnos una muerte serena y, sobre todo, con poca cama. Nunca estará de más rezarle a esta patrona de la buena agonía para que en la hora última, cuando ya no haya remedio, nos evite caer en manos de un medico creyente y sádico, que a través del monitor te obligue a apurar las heces del cáliz de la vida sin desperdiciar una sola gota, en cuyo caso te llevarás a la eternidad la sensación de toda una existencia llena de tormentos. El resentimiento se deriva de la convicción de no haber satisfecho los sueños de juventud, de no recibir el reconocimiento que crees merecer, de pensar que la culpa siempre la tienen los demás. Este sentimiento de frustración lo puede experimentar una nación, un gobierno, un político, un artista, un escritor o cualquier ciudadano corriente, y en este caso, quien lo sufre se suele convertir en un ente sumamente peligroso. De resentimiento se derivan las guerras, las altas traiciones y los navajazos privados. El derecho a morir sin dolor es complementario del derecho a ser feliz y a que se cumplan todos los sueños. Hay que coronarse de placeres, buscar el éxito de las empresas y el triunfo en la vida o tener la sabiduría de resignarse si ese deseo no se cumple, porque sólo así puede uno estirar la pata tranquilamente y disolverse en la oscuridad sin más problemas. Al final morir en paz puede exaltar una vida miserable. El absurdo del último dolor inútil e insoportable lo iluminó Kafka con el rayo de su inteligencia. Alargar la agonía es el asesinato.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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