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Columna
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El pasado en añicos

De las cosas más desconcertantes difundidas en los últimos tiempos es la comparación entre María Antonieta y Lady Di. Para promocionar una película sobre la primera se dice que María Antonieta fue la Lady Di del siglo XVIII. La primera vez lo oí por la radio y me pareció ocurrencia de tertuliano, la típica estupidez que improvisaba para justificar su presencia y hacer como si tuviera algún poso intelectual o cierta culturilla. Pero el símil se está convirtiendo en lugar común y se escribe como si tal cosa, sin estremecimiento. Desconcierta aún más que esta especie se haya inventado porque quieren resaltar la importancia de María Antonieta... equiparándola con un personaje de tercera fila en términos históricos (si llega). Todo al revés.

El pasado se trivializa en cuanto lo trituran las estructuras mediáticas. Se debe también a nuestro gusto por lo inmediato
Adoramos el pasado hecho añicos, para imaginar que el presente es emocionante y trascendente

No merece la pena detenerse mucho en el dislate, que no tiene ni pies ni cabeza, dicho sea sin ánimo de satirizar el final de María Antonieta. Por un lado, están el drama histórico del final de la monarquía absoluta, la secuela de acontecimientos trascendentales que rodearon la vida de la reina francesa y su tragedia personal en los tiempos revolucionarios. De otra parte, un personaje de toque preadolescente y reina en los programas de cotilleo, pero no más, de menguado interés desde el punto de vista de los lances pasionales y escaso en términos históricos -a no ser porque ilustra sobre las dificultades de supervivencia de la monarquía en estos tiempos mediáticos y sobre que no sería quizás una pérdida del todo lamentable-. En el fondo, hay diferencia entre marchar de golpe al más allá en Mercedes junto al novio y un conductor borracho, y hacerlo en la guillotina de París, ya viuda por lo mismo, tras innúmeras vicisitudes, un juicio político y rodeada de la turba revolucionaria. No es lo mismo.

El pasado se trivializa en cuanto lo trituran las estructuras mediáticas. Esto se debe también a nuestro gusto por lo inmediato. De la banalización de la historia se deriva nuestro sobredimensionamiento de la actualidad, sobre la que tenemos inmediatas pretensiones históricas. Esta semana, como todos los años, se calificaba de "acontecimiento histórico" la entrega de los Oscar. Las referencias parecían hablar no de una pandilla de actores y demás haciendo lo de todos los años, sino de Moisés cruzando a pie enjuto el Mar Rojo, o de Bruto y cuadrilla en pleno acuchillamiento de Julio César. Como si fuera el no va más de nuestro paso por el mundo.

A nuestra época llegan con profusión los ecos del pasado, pero lo hacen desde las rendijas mediáticas y trivializados. No otra explicación tiene que acabe de subastarse en 6.000 euros una botella de vino de 1943 -que, además, no se puede ni beber-, por el dudoso mérito de que lleva una etiqueta con la foto de Hitler. Y se ha vendido hace unos días por 15 millones de euros un automóvil de 1939 con la información de que era "propiedad de Hitler" (no lo era) y de que se diseñó porque Hitler lo ordenó. Sólo quedan dos ejemplares del modelo y esto se convirtió en la idea de que únicamente se fabricaron dos coches del modelo, lo que da aire de misterio y confirma el convencimiento social de que en el pasado se hacían cosas rarísimas, como fabricar coches en serie produciendo sólo dos ejemplares.

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Lo importante es que nos llegue el pasado en migajas, que nos rodee, y que se le atribuyan cualidades imposibles, como cuando han aparecido estos días los presuntos diarios de Mussolini, a los que se atribuye la capacidad de "cambiar la historia". Se piensa que la historia la han escrito sin más cuatro descerebrados y cambia con facilidad, pues las interpretaciones básicas son una invención irresponsable del historiador. Lo mismo se dijo hace unos veinte años cuando encontraron los diarios de Hitler, que luego resultaron falsos, como seguramente ocurrirá con éstos.

No parece que vaya a cambiar el pasado, pero se analiza, por si acaso, la nueva película que ha aparecido filmada antes del asesinato de Kennedy. Parece mentira que tanta gente se dedicara en Dallas a rodar aquel infausto día. Lo tenemos visto desde todos los ángulos. Otras veces el pasado nos llega deconstruido, como espectáculo y revelación bomba, como el documental que se nos anuncia sobre la tumba de Cristo, en la que aseguran están Jesucristo y toda la parentela, que ya es. También se nos dirá que cambiará la historia y por tanto el futuro, como cuando descubrieron el testamento de Judas, aunque después tampoco se conmovió la humanidad.

"Del pasado hay que hacer añicos", exclamaba una canción popular hace unos años. Del dicho hemos pasado al hecho, en esto fieles a La Internacional. El pasado nos llega hecho añicos, o nos hace tales, como se habrá sentido Víctor Manuel cuando le han sacado su canción de los años mozos sobre Franco, glorificadora. La noticia ha entusiasmado a quienes en aquella época probablemente compartían el goce y en esta mantienen añoranza, o bien a rojos de antaño hoy evolucionados, a disgusto porque otros no sigan su marcha. Lo cual no exculpa al entonces cardenal Ratzinger, aún no Papa, pero ya mayor de edad, que, se sabe ahora, visitó en 1989 el Valle de los Caídos conducido por Villapalos. Y cuentan las crónicas que, hombre de fina sensibilidad, se extasió y conmovió al visitar el santuario "por la originalidad de su concepción y espiritualidad". El pasado nos cerca.

Escribió Montesquieu que "dichoso el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento" y, aunque tendría razón, no nos gusta la propuesta. Sí el sobresalto. Por eso adoramos el pasado hecho añicos, para imaginar que el presente es emocionante y trascendente. Quizás para vencer el aburrimiento. Por eso tiene sentido cultural la comparación entre Lady Di y María Antonieta. Confundimos la gran canción El vino que vende Asunción con La caída de los dioses de Wagner. Ambas son música, ambas cultura. Pero no es lo mismo.

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