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Columna
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Gente de lejos

Acuden a mi mente como un relámpago dos hechos singulares que marcaron mi infancia. Dos hechos sin relación alguna, pero que iluminan los ojos de un niño de cinco años en el medio rural gallego allá por el año 1966. Uno fue el descubrimiento y viaje en el primer ascensor. Era en una extinta ferretería en Padrón que llamábamos A de Ferrancheiro. Recuerdo aquel primer viaje con la emoción de un puente aéreo y el sonido de cancela al cerrarse dentro de aquella jaula que subía renqueante no más de doce metros de altura. El edificio, de piedra, frente a la iglesia de Padrón, que todavía conserva aquella planta modernista y lánguida, parecida a los cuadros de Edward Hopper, almacenaba la tornillería con el orgullo de un museo de arte contemporáneo. El segundo, fue el descubrimiento de mi primer negro. Alguno se alarmará que diga negro, en vez de "de color" o africano, pero estoy en sintonía con la cruzada de Javier Marías contra esa estúpida corrección política. No me importa que me llamen blanco. Pues bien, debió ser en el Espolón de Padrón, un mercado bullanguero y dominical, donde descubrí a un negro que, como corresponde a la estampa, vendía bananas en un puesto del mercadillo. Me quedé atónito unos segundos y después sentí el ligero tirón de mi madre ¿o era mi tía? que me sacó de dudas:

-¿De dónde es?

-De lejos.

Ver a un negro en Padrón el año 1965 era para cualquier lugareño un acontecimiento bastante singular. Hace poco, en mi última estancia, descubrí que también habían llegado los chinos, pero eso cualquiera puede desprender que sucede en cualquier lugar del mundo a cualquier hora.

Acabo de leer que un poco más de 30.000 cotizantes a la Seguridad Social son extranjeros en Galicia y que a otros 100.000 se les ubica en la economía sumergida. Los estudios de la pirámide de población, y Galicia está al frente del menor crecimiento demográfico de Europa, ofrecen el diagnóstico de que o aquí llega mano de obra o el ritmo de envejecimiento convertirá en 20 años a Galicia en un enorme parque de jubilados. Para alegría de Superpiñeiro y otros consumados especialistas en el entretenimiento de la edad de oro habrá trabajo a espuertas para ofrecer los servicios necesarios a una población mayor de 65 años: no sólo hospitales sino también una completa gama de servicios del tiempo libre.

El mestizaje será la consecuencia más sintomática a medio plazo para que la parábola del emigrante se invierta y los nuevos gallegos tengan raíces cubanas, colombianas, argentinas, guineanas, rumanas o marroquíes; una inyección étnica que cambiará por completo, más que la televisión y la playstation, el imaginario y la realidad gallega tan propensos a la insularidad.

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Nuestros vecinos portugueses conocen desde hace medio siglo la mezcla y están orgullosos en su mayoría de esa lusofonía que comprende por igual a mozambiqueños, brasileños, caboverdianos o angoleños. Nuestro caso, en cambio, dista mucho de ser el arquetípico de la metrópolis que acoge a sus coloniales y ultramarinos. Ahora mismo empieza otra vez la historia y otra vez por razones económicas: el Viejo Continente, y nuestra tierra del crepúsculo mucho más, necesitan esa inyección de fertilidad que aporta el Tercermundo. Los que miran con recelo el fenómeno no tienen más que echar cuentas y ponerse a dieta de tolerancia: verán cómo engorda esa pirámide por arriba convirtiéndose, más que una pirámide, eso pasaba en los sesenta, en una torre ensanchada por su cima, una modelo obesa que tiene los pies muy frágiles para desfilar con garantías por la pasarela.

Todo empieza a ocurrir muy deprisa y de vez en cuando hay que hacer memoria de cómo empezó todo. La sociedad gallega ha pasado del feudalismo agrícola a Inditex en menos de 30 años. De vértigo. Los que vimos a Franco pescar salmones en el Ulla y a su ministro de Información y Turismo hacer más de un millón de queimadas estamos vacunados contra el fin de la historia. La edad nos hace sospechar que esos 130.000 extranjeros poco o nada sabían hasta hace muy poco en qué lugar del mapa quedaban nuestras ciudades. También así, en la travesía del horizonte, empezaron los sueños de los gallegos. Hagan un poco de memoria. ¿Recuerdan su primer viaje en ascensor? ¿Y su primer negro?

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