La política del resentimiento
En contra de lo que era lógico esperar, la estrategia de oposición radical que ejerce el Partido Popular (PP) contra el Gobierno de Zapatero se está intensificando al acercarse el ciclo electoral que cerrará la legislatura. Esto es sorprendente, pues lo razonable hubiera sido una secuencia de dos fases equilibradas: una etapa sostenida de oposición frontal, destinada a cohesionar a sus bases sociales y afianzar su fidelidad; y un último tramo, al acercarse las elecciones, de retorno al centro, a fin de buscar el voto moderado de las clases medias que deciden el resultado electoral.
Pues bien, a tres meses de las próximas elecciones locales, el PP sigue sin retomar su olvidado viaje al centro; y en lugar de moderarse, por el contrario extrema su populista radicalismo antisistema. ¿Cómo se explica esta táctica aparentemente irracional, que amenaza con resultar tan contraproducente para sus intereses electorales, según pronostican los sondeos demoscópicos?
La interpretación convencional la entiende como una estrategia nihilista y destructiva, que busca no atraer a los electores moderados sino, al revés, apartarlos de las urnas para que se abstengan y dejen de votar a su rival. Por eso el PP siembra la sospecha, el descrédito y la desconfianza en contra de Zapatero, a fin de que los tibios e indecisos dejen de apoyarle, le retiren su confianza y deserten de las urnas. Ahora bien, esta estrategia es arriesgada, pues si su oposición antisistema se radicaliza demasiado, el PP corre el peligro de despertar un latente voto de castigo o miedo contra sus propias siglas. Al fin y al cabo, si Zapatero gobierna no es porque ganase las pasadas elecciones sino porque las perdió el PP, dada la indignación ciudadana contra la ejecutoria última del Gobierno de Aznar. Y algo parecido podría ocurrirle también ahora al PP. Si extrema demasiado su oposición antisistema es posible que los ciudadanos indignados (o atemorizados por su radicalismo extremista) se precipiten a las urnas a fin de pararle los pies, evitando su ominoso retorno al Gobierno. De modo que, dado este riesgo, y si el PP fuera un calculador racional, para prevenirlo debería moderar su mensaje opositor. Y sin embargo no lo hace. Al revés, cada día se muestra más radical y fanático. ¿Cómo entender este enigma que parece irracional?
Una posible explicación es que los estrategas del PP hayan dado por superada la hipótesis expuesta al comienzo, según la cual son las clases medias moderadas las que deciden el resultado electoral, lo que exige ofrecerles programas políticos de corte centrista para tratar de atraerlas. Ahora bien, es posible que este silogismo ya no resulte aplicable en estos tiempos de acelerado cambio socioeconómico, caracterizado por la incertidumbre del empleo precario, la individualización (Beck), la modernidad líquida (Bauman) y el declive del capital social (Putnam). Hoy la estructura de clases se está desvertebrando de tal forma que ya no se puede decir que la nuestra sea una sociedad de clases medias. Por el contrario, según ciertos observadores, estamos asistiendo al fin de la clase media, que es la siguiente pieza a caer después de que la aburguesada clase obrera se hubiera desintegrado hace ya tiempo. Y ante este proceso de desclasamiento generalizado, deja de tener sentido una estrategia política de tipo centrista que se dirigía a una clase media que ahora mismo ya no existe, porque se está descomponiendo ante nuestra vista.
¿Y qué es lo que queda en su lugar? Un agregado disperso de fracciones de clase residuales que se parece demasiado a aquella pequeña burguesía del periodo de entreguerras, base social del fascismo, el nazismo y los demás movimientos populistas de corte radical. Lo cual explica muy bien el actual retorno de la nueva derecha integrista y reaccionaria que en EE UU está representada por los neocon (mesianismo imperial) y los teocon (fundamentalismo religioso); en Europa por el populismo xenófobo (Le Pen, Haider, Fortuyn, Vlaams Blok, etc), cuya música sociológica está detrás de la letra política del programa deSarkozy, y en España por la santa alianza (encarnada por la COPE) entre el catolicismo conservador (Abc) y el radicalismo pequeñoburgués (El Mundo), las dos sensibilidades ideológicas que hoy inspiran la cultura política del PP.
No obstante, por plausible que parezca este nuevo escenario sociológico, no acaba de explicar por completo la extremista radicalización del PP. Si sólo fuera por eso, Rajoy debería hablar como Sarkozy. Pero lejos de hacerlo así, el PP recurre a una retórica agresiva de hostilidad entre las dos Españas que no se corresponde con la realidad objetiva de nuestra estructura social. Para eso fabrica un enemigo interior al que acusa de balcanizar España (con su política autonómica) y de traicionar a los muertos (con su política antiterrorista).
¿Por qué se empeña el PP en recrear una imaginaria fractura civil, de dudosa verosimilitud y escasa rentabilidad en el mercado electoral? Aquí entramos en un terreno difícilmente analizable en términos objetivos y racionales que es el de las pasiones (Hirschman) o las emociones políticas (Elster), pues en esta dimensión psicosociológica es donde hay que buscar el sentido último de lo que cabe llamar la estrategia del resentimiento (o la política del despecho) que hoy anima al PP.
No sería la primera vez que ocurre algo parecido, pues para poder explicar la seducción del pueblo alemán por parte del nazismo también ha habido que recurrir a la política del resentimiento. Véase el reciente opúsculo de Philippe Burrin, un reputado historiador suizo experto en la "solución final" que dio a los judíos el nazismo: Resentimiento y apocalipsis (traducido por Katz Editores, Buenos Aires, 2006). Su autor sostiene que el exterminio masivo se adoptó como consecuencia del aprendizaje de la descivilización inducida por la política del resentimiento antijudío que desarrolló Hitler en su ascenso al poder. La fabricación de un enemigo inventado, el cosmopolitismo judío, al que se atribuía la doble derrota a traición (la célebre "puñalada por la espalda") sufrida por los alemanes ante el internacionalismo bolchevique y el universalismo liberal, fue una forma eficaz de nacionalizar al pueblo alemán creando una comunidad popular cohesionada por su odio al enemigo interior. Y cuando la guerra se dio por perdida, el resentimiento indujo a morir matando como hizo Sansón con los filisteos, mediante el exterminio preventivo de los judíos para hacerles pagar la futura derrota alemana por anticipado.
Pues bien, mutatis mutandis, y a otra escala de magnitud incomparable, esa misma retórica del resentimiento es la que hoy está desplegando el PP a fin de cohesionar a sus bases sociales, nacionalizándolas a través del odio a un enemigo interior fabricado para la ocasión: el presidente Zapatero, al que se atribuye la puñalada por la espalda sufrida por el PP entre el 11-M y el 14-M.
Es por puro despecho ante la derrota entonces sufrida que el PP ha designado a Zapatero como el enemigo interior, en tanto que beneficiario de aquella traición figurada al Gobierno del pueblo español. De ahí que, cegado por el resentimiento, el PP anteponga su ansia de venganza a cualquier cálculo electoral, estando dispuesto a perder las elecciones con tal de destruir a Zapatero, que es su forma de morir matando a la manera de Sansón. Y para ello siembra la fractura civil esperando contagiar el virus del resentimiento a sus seguidores para que aprendan a odiar al enemigo interior, formando contra él una comunidad cohesionada por el despecho. Lo malo es que al hacerlo así también se contagia el aprendizaje de la descivilización, derribando el civismo y las instituciones democráticas como hizo Sansón con el templo de los filisteos.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
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