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Reportaje:Mis Primeros Clásicos

Palabra de pícaro

EL PAÍS ofrece mañana, por 2,95 euros, la adaptación para niños de 5 a 12 años de la novela anónima 'El Lazarillo de Tormes'

Andrea Aguilar

En cuestión de nombre, no tiene nada que envidiar a Don Juan. Su fama es tan grande que Lazarillo no sólo es el diminutivo de Lázaro, sino que gracias a este personaje clásico es también la palabra que sirve para denominar a la persona o perro que guía a un ciego. La novela sobre este joven castellano, escrita por un autor anónimo a mediados del siglo XVI, narra sus desventuras, que empiezan junto a un avaro ciego, a quien presta sus ojos en el camino.

Las ediciones más antiguas que se conservan de su historia -titulada originalmente Vida de Lazarillo de Tormes, de sus fortunas y adversidades- datan de 1554. Ni virtuoso, ni valiente, sino más bien tirando a gamberro, Lazarillo triunfó desde el primer momento y sus desdichas pronto fueron traducidas al francés (1560) para alegría del público.

Apaleado en más de una ocasión, y a menudo hambriento, sus penalidades le enseñan a aguzar el ingenio y a desarrollar pequeñas tretas para obtener lo que le es negado. Por ello, ha pasado a la historia como un pícaro, el primero cuya vida se puso por escrito y con el que nació un género: la novela picaresca. Con esta historia, queda claro que las penas ajenas pueden ser motivo de risa cuando están contadas con suficiente gracia y de ellas se desprende un ácido retrato de la propia sociedad. Los clérigos, mesoneros y mendigos que pueblan esta novela conviven en las obras de Cervantes o de Lope. Siglo de Oro en estado puro.

Humor, sátira y crítica se mezclan en la historia de Lazarillo, un auténtico antihéroe, un superviviente nato. Junto al ciego, su primer amo, recorre los caminos de Castilla mendigando y aguantando palos. Una y otra vez, intenta el joven distraer algo de alimento a su amo, que, astuto, cruel y malhumorado, no duda en sacar la garrota cada vez que le descubre. Harto de tanta hambre y tanta paliza, Lazarillo se pone a las órdenes de un cura. Al igual que el ciego, el nuevo señor no acaba de ver claro que un sirviente deba comer en condiciones.

Junto a su siguiente amo, un escudero, Lazarillo comprende que es posible compartir el hambre con su señor, cuya digna apariencia esconde la más absoluta miseria. Con un buldero, que vende falsas bulas a incautos pecadores, comprende que el engaño conlleva bastantes riesgos. Y van llegando nuevos amos y nuevos desengaños, hasta que Lazarillo se convierte en pregonero y gracias a un arcipreste encuentra esposa. Un final feliz que pone punto y final a esta adaptación de Nuria Ochoa ilustrada por Cristina Picazo.

Ilustraciones de Cristina Picazo en <i>El Lazarillo de Tormes.</i>
Ilustraciones de Cristina Picazo en El Lazarillo de Tormes.
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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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