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La (in)sensibilidad oriental de Estados Unidos

El mundo árabe y el islam en general plantean un problema a Estados Unidos. En primer lugar, un problema de comprensión. Edward Said, el gran humanista palestino (1935-2003), puso de relieve ya hace veinticinco años que "los chascos japonés, coreano e indochino deberían haber aportado a los estadounidenses una sensibilidad oriental más racional y más realista. Es más, esta comprensión de Oriente debería estar a la altura de la creciente influencia política y económica de Estados Unidos en esa región que llamamos Oriente Próximo u Oriente Medio".

El 11 de septiembre de 2001 y la invasión de Irak en marzo de 2003 situaron al mundo árabe y al islam en el centro de la política interna estadounidense durante una generación como mínimo. ¿En qué medida esta política árabe negativa, en el sentido fotográfico del término, mantenida desde la época de F. D. Roosevelt, alimentó esta (in)sensibilidad hacia Oriente de Estados Unidos, precipitó los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 y agrandó aún más el abismo de incomprensión y malentendidos que caracteriza las relaciones de Estados Unidos con el mundo árabe y con el islam en general?

La respuesta afirmativa es evidente para los árabes, a causa del cinismo descarado, la miopía desconcertante y la falta de clarividencia de la política de Estados Unidos respecto al mundo árabe y musulmán, y su incapacidad para abrazar las causas justas. Para responder a esta misma pregunta desde el lado estadounidense ha sido necesario movilizar a laboratorios de ideas y a grupos de trabajo de universitarios, investigadores y ex altos cargos del Gobierno. En multitud de informes que invariablemente coinciden en reconocer el fracaso de los respectivos enfoques desplegados por las diferentes administraciones de Washington -fracaso que el desastre iraquí no hace más que confirmar-, se proponen "nuevos" remedios a la administración de Bush hijo.

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El debate interno nortemaericano pone de manifiesto las dudas, de una nación que, tras la caída del muro de Berlín, pensó que estaba permanentemente al frente de un mundo globalizado unipolar, de un imperio de dimensiones planetarias. La fórmula de los promotores del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense -"El liderazgo estadounidense es bueno para Estados Unidos y para el mundo"- resume ese estado de ánimo y esa ambición. Pero con el informe Baker-Hamilton sobre Irak, Estados Unidos descubre que "la caída del Imperio Romano está en marcha", como señala Robert Fisk en The Independent.

Dado el horror y el caos iraquíes, el sentimiento mayoritario en la opinión pública internacional es que la situación en Irak es aún más peligrosa desde la destitución de Sadam Husein. Sin embargo, hemos escuchado pocos comentarios por parte de los gobiernos y de los medios de comunicación respecto a la responsabilidad de George W. Bush en lo que es necesario llamar el atolladero estratégico estadounidense. Como si la condición de superpotencia unipolar pudiera eximir a Estados Unidos de rendir cuentas y de ser responsable de los errores que comete en la gestión de los asuntos del mundo.

El informe Baker-Hamilton sobre Irak ilustra de forma elocuente ese estado de ánimo. Presenta soluciones destinadas a salvaguardar "la credibilidad, los intereses y los valores de Estados Unidos" en esta crisis, sin pararse a pensar demasiado en la causa original de la misma ni en la responsabilidad de la administración de Bush.

El fomento de la democracia y de las libertades en los países árabes, para lo cual Estados Unidos moviliza medios considerables, constituye más un efecto "colateral" de los atentados del 11-S que una consecuencia lógica de anteriores políticas hacia la región. En su ocaso, Estados Unidos descubre que "el cáncer del extremismo" tiene su origen en las privaciones, en la opresión y en la dictadura.

Pero, como reconoce la misma Condoleezza Rice, Estados Unidos, a lo largo de los últimos sesenta años, ha favorecido la "búsqueda de la estabilidad" a cualquier precio, "en detrimento de la democracia en la región".

Ahora bien, los pueblos de la zona rechazan no ya la idea de una democratización de los sistemas políticos establecidos -opresores, corruptos y responsables del subdesarrollo-, sino las condiciones y los métodos de la democratización a la americana, exactamente igual que siempre han rechazado las condiciones y los métodos de la Pax Americana para Oriente Próximo. Al extraer las primeras lecciones de los fracasos de las guerras militar e ideológica contra el "terrorismo" en Irak y Afganistán, la ex secretaria de Estado Madeleine Albright subrayó en un informe de 2005 que "la democracia no puede imponerse desde el exterior" y que "un cambio brutal no es ni necesario ni deseable".

En estos inicios de 2007, se juzga muy desfavorablemente en el mundo árabe la política estadounidense de "promoción de la democracia". Como resume esta frase de un editorialista de Al Hayat, periódico saudí publicado en Londres y poco sospechoso de un antiamericanismo primario: "Aunque se aprecie la música estadounidense y se envidie el estilo de vida estadounidense, la política estadounidense en Oriente Próximo sigue siendo vista como el enemigo o como el apoyo al enemigo".

Los recientes sondeos y los estudios estadounidenses sobre el mundo árabe recuerdan a la administración de Bush la relación, compleja y no causal, entre ayudas, presiones e incluso intervenciones militares, por una parte, y las reformas de los sistemas políticos en la región, por otra. Hasta el caso marroquí, considerado como un modelo por numerosos estudios estadounidenses en lo que se refiere a la adopción de progresos económicos y políticos, parece indicar que cuando la idea de reformar el sistema es ante todo una decisión interna, las ayudas exteriores son percibidas más como medidas de acompañamiento que como instrumentos de presión.

Algo sobre lo que meditar, sabiendo que la (in)sensibilidad de Estados Unidos hacia Oriente, que Edward Said intentó corregir durante toda su vida, sigue teniendo, desgraciadamente, muchos días por delante.

Mohamed Othman Benjelloun es profesor asociado de la Facultad de Derecho de Rabat-Souissi, Marruecos.

Traducción de News Clips.

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