Sombras gatunas
La gran tradición cuentística argentina se amplía en España con la publicación de Los irlandeses, de Rodolfo Walsh, desaparecido en la dictadura de Videla. Son tres relatos independientes y complementarios de tinte autobiográfico cuyo eje es un sórdido internado católico.
Hijo de emigrantes irlandeses y muy comprometido política y socialmente en sus últimos tiempos, el argentino Rodolfo Walsh (1927-1977) es hoy uno de los desaparecidos por la cruelísima dictadura de Videla, tras escribir su Carta abierta a la Junta Militar. Creo que pese a notables obras testimoniales, de no ficción creativa, como ¿Quién mató a Rosendo? (1969), Walsh es casi un desconocido en España.
LOS IRLANDESES
Rodolfo Walsh
Prólogo de Ricardo Piglia
El Aleph. Barcelona, 2007
93 páginas. 16 euros
Que se lo empiece a conocer por los tres relatos que componen Los irlandeses (por vez primera reunidos en libro) es una idea admirable. Escritos muy a fines de los años sesenta -como el autor le contó a Piglia- y siempre bajo la idea de que su unidad esencial permitiría continuarlos "en una de esas novelas hechas de cuentos que es una forma primitiva de hacer novela, pero bastante linda" (de nuevo Walsh a Piglia), el caso es que sólo el último de los relatos -Un oscuro día de justicia- se publicó en vida de su autor. Los otros dos aparecieron póstumos, también en revistas, y como he dicho sólo ahora forman muy naturalmente un libro unitario. Su fondo es claramente autobiográfico, pues de muchacho (entre 1937 y 1940) Walsh estuvo en varios de esos internados -en el interior de Argentina- sostenidos por caritativas damas y llevados por religiosos, todos de origen irlandés -como los alumnos- por más que ya fueran argentinos, no descendientes de reyes (recuerda Walsh) "sino de humildes chacareros de Suipacha".
Los relatos, que tienen como eje un sórdido internado católico -a fines de los años treinta- y los ritos de paso, la oscura violencia de los adolescentes, claro reflejo del mundo desequilibrado e injusto de los adultos, poseen varios personajes comunes, especialmente el muchacho alto y esquivo, hábil y lejano, al que apodan "el Gato". Me apresuro a decirlo: los tres relatos, independientes y complementarios, son tres pequeñas obras maestras de una narrativa que juega habilísimamente con las elipsis, los sombreados y la retórica. La anécdota trivial y sórdida de Los oficios terrestres, narrada con lujo bíblico (de la Biblia del Rey Jacobo) con su final liberador y solo, se complementa con las intenciones sociales y el sutil tono opulento e imaginario de Un oscuro día de justicia que parece conceder -siempre en ese universo de adolescentes y profesores locos- que quizá tal día no llegue nunca. Irlandeses detrás de un gato (el cuento central, quizás el menos brillante en su altura) muestra la crueldad e inutilidad de esos viejos ritos de paso escolares y militares, que tanto y tan mal dicen de la sociedad adulta: el Gato sobrevive, pero herido. Si como dice el propio Walsh, estilo "es decir instantáneamente lo que quería decir en su forma óptima", estos relatos -suntuosos, sombríos- son un perfecto ejercicio de ese estilo, nunca falto de emoción y calidez, que permite muchas frases de este tenor: "Su desilusión en esto tenía ahora el tamaño de la infatigable llanura". Heredero (sin rémoras) de Joyce, de Faulkner y de Borges, Rodolfo Walsh logró en estos relatos -que desdichadamente no pudo proseguir- un tono propio, en un universo real, simbólico y vivo.
Sabemos que el cuento es una de las grandes riquezas de la literatura argentina: de Borges, Cortázar o Mujica Laínez a Roberto Arlt o al espléndido Marco Denevi, sin olvidar ni a Lugones ni a Quiroga, ni a Silvina. Bien, en esa riqueza que es nuestra, no puede faltar (aunque sólo fuese por Los irlandeses) Rodolfo Walsh, magnífico narrador, herido por los "milicos" en las calles de Buenos Aires, y cuyo cuerpo nunca después ha aparecido. Un estupendo libro.
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