Investigación de la oportunidad y oportunidad de la investigación
Se ha ido afianzando la idea de que la investigación debe ser uno de los componentes fundamentales de cualquier actividad profesional, al menos en el terreno de la teoría. Se trata de un valor que hace siglos incorporó la medicina clínica, cuyo desarrollo profesional se apoya desde entonces en un trípode con la asistencia y la docencia, y ésa es base compartida por la mayoría de profesiones, al menos en lo que supone de innovación.
Afortunadamente, hoy no encuentra eco la diatriba de don Miguel de Unamuno ¡Qué inventen ellos! del relato "Mecanópolis" publicado en El Imparcial veintitrés años antes de la no menos célebre "¡Venceréis, pero no convenceréis!" que espetó a las huestes franquistas dos meses antes de su muerte. Que el futuro depende de la investigación es ya un tópico, aunque la raquítica proporción que representa en el PIB español se empecine en desmentirlo.
Investigar en salud pública es una opción arriesgada pero también supone abrir la puerta a las oportunidades
Además del efecto directo que el conocimiento comporta, la investigación aumenta la legitimación social. Éste es un aspecto en el que la salud pública ha ido tradicionalmente por detrás de la medicina, a pesar de que los lectores del BMJ acaban de proclamar que el mayor avance desde la creación de la revista en 1840 ha sido el saneamiento -agua potable y alcantarillado- por delante de los antibióticos y la anestesia. Investigar se ha convertido en una actividad tan especializada que es, de hecho, un oficio, aunque su razón de ser esté en la respuesta a algún problema que se plantea en el ejercicio de una actividad o profesión. Sin olvidar que, en sí mismo, el anhelo del conocimiento es también una pregunta, la investigación es, sobre todo, un instrumento.
Precisamente los Centros para el Control de las Enfermedades (CDC) acaban de publicar una guía sobre las necesidades de investigación en salud pública, 170 páginas de sugerencias ordenadas en siete apartados que van desde las enfermedades contagiosas emergentes y reemergentes a la transversalidad de los proyectos planteados en colaboración con todos los agentes implicados en la salud, incluyendo el sistema sanitario mismo y desde luego la propia sociedad.
El documento desarrolla el compromiso de las instituciones norteamericanas de la salud pública con los propósitos del sistema sanitario y de la sociedad entera, políticamente formulados como "Salud de la Nación". Es una iniciativa que, salvando las distancias, debería impulsarse en España. El Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBER) de Salud Pública creado por el Instituto de Salud Carlos III podría ser uno de los elementos con los que diseñar tal estrategia.
La anunciada reconversión del propio instituto como Agencia de Investigación podría favorecer este planteamiento, aunque la falta de referencias a la salud pública en el proyecto legal, hace temer que no se va a apostar por la promoción de la investigación en este ámbito como eje prioritario.
Jugar decididamente la carta de la investigación en salud pública es una opción arriesgada, pero también supone abrir la puerta a las oportunidades. Puesto que no es realista recortar a medio plazo la enorme distancia que nos separa de los países que encabezan la investigación en el mundo, es crucial acertar al elegir líneas y proyectos de investigación potencialmente fructíferos.
La creación de centros de excelencia en sanidad, notable esfuerzo emprendido gracias a la recuperación de algunos investigadores y al trabajo de los que han permanecido en el país contra viento y marea, ha conseguido una estimable presencia internacional, pero es insuficiente para dar el vuelco que la situación requiere. Según datos de la OCDE, el gasto español en I+D fue del 1,1% el año 2005 y sólo 5,2 personas por cada 1.000 empleados eran investigadores en el 2003.
Aunque la investigación de mayor prestigio académico sea la denominada básica, ya que el conocimiento que procura tiene que ver con las leyes de la naturaleza, de aplicación universal, su traducción en la práctica es incierta y a menudo tardía. Además, la competencia con los experimentados grupos de investigación de los países más adelantados, de larga tradición y con la estabilidad que proporciona disponer de una envidiable infraestructura, será muy ardua y difícilmente proporcionará una rentabilidad razonable a las costosas inversiones que se requieren.
Si bien la emulación de las líneas y los proyectos punteros tiene ventajas, ya que permite aprovechar conocimientos y experiencias ajenos, adolece de inconvenientes, entre los que no son despreciables las pérdidas de tiempo y de recursos consecuencia de llegar más tarde. De manera que, sin abandonar la investigación básica, conviene encontrar ámbitos de innovación propios, cuyas potenciales aportaciones sean de interés global a partir del interés local y real.
Aunque las bondades de nuestra sanidad no sean tantas como presumimos, dispone de algunos elementos que no tienen algunos de los países líderes en investigación biomédica. Por ejemplo, nuestros dispositivos sanitarios se refieren a poblaciones geográficamente determinadas, una característica que facilita la valoración de efectividad de las intervenciones. Ése es uno de los mayores retos a los que se enfrentan los sistemas sanitarios en todo el mundo y que pone en jaque su viabilidad misma como acaba de recordarnos el reciente informe del IBM Institute for Business Value, porque el impacto real de las innovaciones queda muy por debajo de lo esperado.
El impacto no depende sólo de las características organizativas de los dispositivos sanitarios, sino también de la adecuación de la oferta a las necesidades, de la pertinencia de las intervenciones y de las expectativas, actitudes y conductas de utilización por parte de la población. Es decir, el amplio campo de los determinantes sociales y culturales que constituye la dimensión comunitaria de la salud y de la sanidad.
Claro que el precario desarrollo de la salud comunitaria ayuda poco. Sin embargo, la renovación emprendida por algunos servicios de salud pública, cuyo ejemplo más reciente es el proceso de creación de la Agencia de Cataluña, permite establecer una política propia de promoción de la investigación que no debe ser ajena a la actividad profesional y que, por tanto, requiere una contribución activa de los propios servicios de salud pública.
De otro lado, la antaño exhaustiva cobertura territorial de la salud pública, desplegada por la instrucción general de salud de 1904, ha sido sustituida por una mejor dotada red de atención primaria que, de coordinarse con los dispositivos de protección y de promoción de la salud de los servicios de ámbito colectivo, se colocaría en una envidiable disposición para llevar a cabo programas de investigación participativa comunitaria mediante los cuales ensayar intervenciones más eficientes y más seguras que las auspiciadas por el peligroso, caro y además frustrante consumismo sanitario.
Andreu Segura es profesor de Salud Pública de la Universidad de Barcelona.
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