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Columna
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Terra Mítica

Miquel Alberola

En 1998, en una de sus tempranas epifanías ante un manojo de micros, Eduardo Zaplana reveló que el problema de muchos políticos valencianos era que carecían de visión global de la Comunidad Valenciana. Por el contrario, con un ademán casi cruzado entre Pericles y Lincoln, afirmó que él creía tenerla de verdad. Por eso estaba persuadido, en contra de los informes técnicos que desaconsejaban el proyecto, de que Terra Mítica era un revulsivo para el turismo. Sin embargo, a pesar de la solemnidad que empleó en la exégesis, los acontecimientos no se dejaron intimidar y siguieron su propio curso. El parque temático, desde su inauguración, ha descrito una secuencia ininterrumpida de pérdidas económicas que desembocó en la suspensión de pagos. Incluso ha tenido que reconvertir alguna de sus áreas más caras en zona de libre acceso, haciéndole la competencia al sector hostelero que tenía que dinamizar, para evitar el cierre. Zaplana convirtió los tiovivos en un asunto de Estado y llevó a las cajas de ahorros hasta la cumbre de su fantasía para despeñarlas como en la atracción del Vuelo del Fénix. Pero esa calamidad, siendo excesiva, era sólo epidérmica. No sólo se trataba del fracaso de un visionario. Ha habido que esperar a que los espeleólogos de la Agencia Tributaria levantaran las alcantarillas del parque para descubrir un subsuelo cavernoso y purulento mucho más inquietante. La trama de facturas falsas por obras no realizadas valoradas en 10 millones de euros, con un fraude fiscal superior a los seis millones, aporta muchas sugerencias sobre el verdadero objeto de este proyecto sobre el que Zaplana tenía una visión global que escapaba al resto de políticos valencianos: una perversa maraña para lucros particulares. Los acontecimientos posteriores no han hecho sino extender e incrementar las sospechas. En esa línea apuntó el empresario José Herrero cuando desveló en una grabación que el contratista Vicente Conesa "se repartía la pasta con el señor Zaplana". Y hacia ahí señala el tufo de las diez firmas inexistentes utilizadas en la trama para hinchar los importes ilegales que acababa pagando la Sociedad Parque Temático de Alicante para evitar el escándalo. Hoy la Fiscalía Anticorrupción se ha convertido en la principal atracción de Terra Mítica y el sueño de Zaplana es una pesadilla que además de proyectarse como su zona cero puede arrastrar al agujero a Francisco Camps.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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