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Columna
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El capitalismo contra el planeta / 2

Help!, la versión inglesa del grito de socorro que los Beatles pusieron de moda, quiere subrayar el carácter universal de una llamada cada vez más imperativa si queremos salvarnos de una catástrofe general que todo anuncia. Pues aunque la dramática condición del calentamiento global y los talentos de vendedor de Al Gore hayan hecho de este fenómeno la amenaza por antonomasia, nuestra reacción defensiva no puede limitarse a él. Se nos muere el planeta, inquietos aunque sin acabar de creérnoslo, asistimos a esa muerte de tantas caras. Se desmanda el clima y salimos de las sequías para entrar en los ciclones, en los tsunamis; arrancamos y quemamos los bosques; envenenamos nuestros ríos; se achican los hielos y se acurrucan los polos; el mar es un inmenso basurero; el empuje de la vida no puede con la pulsión de muerte que reduce las especies vivas; el agua está reservada a una minoría de privilegiados; hemos esquilmado los recursos de la tierra y la biosfera ya no soporta tanta contaminación y saqueo; para cerca de dos mil millones de personas comer cada día es una hazaña casi imposible; el sida, los odios étnicos y religiosos, los antagonismos nacionalistas y las guerras a que dan lugar son nuestra predilecta actividad cotidiana. Esa catástrofe múltiple cuya letanía recitamos con unción, como acabo de hacer yo ahora mismo, esperando así hacer olvidar que somos nosotros los que la producimos.

Más de 500 científicos, respondiendo a la invitación del Panel Internacional para el Cambio Climático (IPCC), se han reunido durante cinco días en la Unesco, para debatir y resumir las contribuciones de cerca de 2.500 científicos de 130 países relativas a la previsible evolución del clima en el siglo XXI, actualizando así el informe precedente de 2001. La conclusión unánime es la de que con la excepción de los esbirros de las multinacionales y de los adictos a la contradicción científica, en lo que queda de siglo la temperatura aumentará entre 1,8 y 4 grados con el agravamiento de los efectos a los que acabo de referirme. El "responsable inequívoco" de la hecatombe es, según el informe, el "ser humano", es decir, todos, o sea, en términos de imputación específica, nadie. Por su parte, el científico Nicholas Stern ha remachado el clavo en la evaluación que ha preparado para el Gobierno británico sobre las pérdidas que en porcentaje del PIB supone el calentamiento climático que coloca entre el 5 y el 20%.

Por lo demás, la semana pasada, en ese Foro en el que los poderosos de este mundo, multinacionales y Estados, se congratularon durante cinco días de su poder, esta cuestión ocupó una posición central. He entendido de la reunión de Davos que hubo plena coincidencia en el diagnóstico: más allá del calentamiento, es imposible que sigamos manteniendo el modelo actual de sociedad con sus exigencias de producción y de consumo, pues si hoy son ya tan destructoras, para 7.000 millones de personas en 2020, y más aún para 8.000 millones en 2050, serán insoportables. El barco tierra no admitirá tal carga. A falta de un responsable claro, las soluciones que se proponen van desde la gadgetización de vocación publicitaria -apaguemos cinco minutos la luz para concienciarnos del peligro- hasta el catálogo de recetas que se derivan del documental del vicepresidente de Bill Clinton Una verdad incómoda o el reenvío del problema a los políticos, cuando son sobre todo las multinacionales, en cuanto productoras, y las familias, en cuanto consumidoras, las responsables del desafuero -más del 50% de las emisiones de dióxido de carbono proceden del transporte de mercancías y de personas. Pensar que el problema puede resolverse a base de medidas fiscales como las propuestas en relación con el calentamiento o mediante simples reorganizaciones técnico-económicas, por ejemplo el mercado de tecnologías eficientes en carbono de que habla Stern o la propuesta redentora del desarrollo sostenible, tiene mucho de wishful thinking. La clave sigue estando en nuestro sistema económico-social: en el capitalismo.

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