Un derroche efervescente
Felipe Benítez Reyes publica un nuevo libro de poemas y la novela que le valió el último Premio Nadal, en la que parodia las historias esotéricas de intriga poniendo en juego un enorme trasiego de personajes descarriados. Por su parte, la finalista, Carmen Amoraga, narra una historia de infidelidades a partir de un programa televisivo de confesiones.
MERCADO DE ESPEJISMOS
Felipe Benítez Reyes
Destino. Barcelona, 2007
398 páginas. 19,50 euros
Alguna vez dije del poeta y novelista gaditano Felipe Benítez Reyes que su narrativa suele ser generosa con los lectores. Generosa en su vocación hipnótica y en su gramática agridulce. Con no menos vocación contagiosa, hay que sumar otro de los elementos configuradores de su literatura: el sentido de la invención. Sobre esto creo que el autor ha dibujado tramos distintos. No es lo mismo la invención que empleó en sus dos primeros libros, Chistera de duende (primera alusión a un dispositivo muy familiar en su obra de ficción: el truco) y Tratándose de ustedes con la que luego no escatimó espacio en El novio del mundo. En medio de éstas hay un libro que a mí me sigue pareciendo una joyita literaria, La propiedad del paraíso, una historia donde la invención tiene una función bastante aproximada a la que defiende Benítez Reyes para su poesía. Su lectura puede hacernos creer que estamos ante la recuperación de una infancia, cuando de lo que realmente se trata es de su invención, una vez aceptada su irremediable pérdida. Para los que estén familiarizados con su poesía, saben que para el autor la poesía construye sujetos poéticos, seres líricos de ficción.
La nueva novela de Benítez
Reyes, con la que ha ganado el último Premio Nadal, reitera una parecida arquitectura con El novio del mundo. Un trasiego casi infinito de personajes y peripecias. Esa efervescencia verbal que a veces nos comunica con Gómez de la Serna, o esa populosa masa de estrafalarios que tanto nos recuerda a algunas novelas de Pío Baroja. También un narrador en primera persona. Si Walter Arias allá era un antihéroe lleno de vitalidad amatoria y de tradición picaresca, aquí, Jacob, es un héroe al borde de la decrepitud con reminiscencias de novela bizantina. Para esta nueva andadura novelesca, Benítez Reyes le ha asignado a su protagonista una compañía, la sagaz tía adoptiva Corina. Los ha unido siempre la comisión de delitos diríamos artísticos. Cuando ya parecía que se cernía resignadamente sobre ellos la jubilación delictiva, se presenta la oportunidad de una fechoría suprema. El parentesco entre ambas novelas, por si alguien no lo hubiera notado, lo explicita el autor haciendo salir a la palestra al mismísimo Walter Arias.
No voy a insistir en la trama de esta novela. Que se esconda su nudo y parte de sus múltiples ramificaciones argumentales, creo que será bueno para su interés. A mí me interesa más comentar el andamiaje que sostiene Mercado de espejismos. Su tramoya. Ante el aluvión de personajes y criaturas de diverso pelaje que pululan por esta historia, se hace difícil hablar de desarrollo novelístico. Estos personajes han sido concebidos para declamar su visión del mundo, que es una de las premisas que alientan la narrativa del autor: hablar del mundo. Por tanto estos personajes no están contrastados ante ninguna otra realidad que no sea la verbal ante la cual accidentalmente se enfrentan. Ni avanzan ni retroceden, están, se trasladan o irrumpen.
Felipe Benítez Reyes ha ideado un método compositivo que yo vincularía a aquella visión del tan célebre como misterioso conde de Lautréamont: un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección. Sólo así entiende una novela como ésta. Como si rigiera la lógica de la imaginación antes que la de la novela. Este método coincide con un proyecto literario que defiende Benítez Reyes y que pone en boca de Corina a las pocas páginas: las palabras no nacieron para comunicar sino para seducir. "Todos los personajes deberían volar. Todos los seres de la literatura deberían tener alas, ser vampiros, ser fantasmas... deambular por castillos". Esto lo dice un álter ego del autor en Tratándose de ustedes. En Mercado de espejismos este postulado se lleva hasta sus últimas consecuencias. ¿Y cuáles son? Un empacho de digresiones. Donde antes había una generosidad bien dosificada en el arte de seducir, ahora ocupa su lugar un dispendio de la inventiva, es decir un derroche sin justificar. Parece que Benítez Reyes habla de la muerte y del paso del tiempo. Y hubiera sido más útil y seductor que este tema tan grave lo hubiera puesto en lisa dejando que Corina, un personaje hermoso que daba para mucho más, lo debatiera con Jacob, con ese recogimiento de espíritu que nos regala el autor en las dos últimas páginas. Un debate en clave festivo, como sabe el autor gaditano, pero sin los rizos de una parodia que no acaba uno de saber muy bien qué parodia, además de bastante fatigosa.
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