Posfranquismo 'chiripitifláutico'

Las latencias de una España en la que convivían lo chorra y lo siniestro, lo frívolo y lo grave recorren Días de cine, segundo largometraje dirigido por David Serrano tras el taquillero debut de Días de fútbol (2003). La incipiente Transición es leída por el cineasta como una agónica prolongación del franquismo en la que no hay espacio para la libertad personal, pero sí para las más surtidas formas de claudicación y fracaso. Con todo, el afilado descreimiento del punto de partida queda neutralizado por el aire de impostura que domina el conjunto: Días de cine no transcurre, pues, en la transición histórica, sino en una suerte de transición chiripitifláutica, un limbo en el que censores, niños bien y mujeres desnudas pueden unirse en coreografías modelo fin-de-curso, mientras la sordidez consustancial al viejo orden funciona como mero atrezo de cartón piedra.

Federico Solá (Alberto San Juan) es un director que sueña con hacer La sal de la tierra (1954) y acaba firmando, por culpa de las malas artes de su productor (Miguel Rellán) y la influencia del entorno, una suerte de astracanesco Plan Nine from outer space (1956). Comedia de humor mortecino y tono errático, Días de cine barrena sus posibilidades, porque parece cantar de oídas.