Agotar los cambios
En la vida de casi todo varón celtibérico hay dos momentos importantes. El primero es cuando empieza a dar patadas a un balón en el patio del colegio, sin árbitro ni orden ni concierto, y aprende las expresiones "¡mano, penalti, lo tiro!". Es la autogestión de la gesta balompédica diaria: el primero que ve la infracción se chiva a gritos y se apunta a ejecutor de la pena máxima. El segundo momento es cuando ve los toros desde la barrera, porque se ha hecho mayor, y aprende códigos más sofisticados de locutor que utiliza en el bar con los amigotes más ignorantes que preguntan "¿por qué no cambian a ese manta?" y responde, desde la autoridad que da la sabiduría, "han agotado los cambios..." Algo así debió pensar el policía italiano Filippo Raciti en su último suspiro: "esto no va más, señores...!"
Morir siempre es estúpido, pero morir por un partido de fútbol parece especialmente tontorrón. El patrullero Filippo, su muerte, ha agotado los cambios de una competición liguera marcada por la corrupción. Otros campeonatos no le van a la zaga al italiano (y no miramos a nadie). Sin mediar ninguna brutalidad concreta, don Eduardo Haro Tecglen proponía, a modo de resumen, en una tertulia televisiva sobre el fútbol como idea: "¿Y si lo prohíben?"
Las autoridades italianas han tenido que tomar medidas y se ven obligadas a imponer unas prohibiciones parciales que paren el desastre. Han agotado sus cambios. No así el presidente de la Liga, mucho más realista, que afirmaba que "un muerto forma parte del sistema". Algo parecido a lo que un vecino de Fago decía a propósito de las amenazas que había recibido el alcalde antes de su muerte: "En este pueblo 'te voy a matar' es una expresión coloquial'. Otros que agotaron sus cambios de un escopetazo.
La Humanidad entera agota sus cambios como una máquina tragaperras. Tras cambiar los caballos y el heno por la máquina de vapor primero, los motores de gasolina después y, finalmente, por la emisión de gases de una industria global desmelenada, agota sus cambios con el cambio climático. Ya no queda nadie en el banquillo; el último de los suplentes -lesionado, viejo, desmoralizado- ha salido al campo y las estrellas se han marchado a jugar a Arabia Saudí y Estados Unidos, países de escasa tradición futbolera pero con un buen potencial contaminante por suministro, palabra, obra y emisión. El Sporting de Kyoto tiene más moral que el Alcoyano: no solamente pierde hasta los calzoncillos en cada encuentro, sino que todo el mundo se ríe de él, hasta los que dicen que no hay enemigo pequeño. Las zancadillas le llueven como chaparrones ácidos por todas partes y juega sobre un césped de ozono desgastado. Y la afición sufridora sólo se acuerda de santa Bárbara cuando truena y pide la cabeza del entrenador. Los teóricos de este partido -los científicos- hablan de situaciones irreversibles. Los grandes, los galácticos, las naranjas mecánicas, las viejas señoras o los diablos rojos siguen a su bola y a su balón. Los modestos vemos el descenso a segunda o el ascenso de las aguas a la vuelta de la esquina: a ver como evitamos que se retire la isla de San Simón si se derriten los polos. La desertización de nuestras aguas y el aumento de nuestros desiertos requieren soluciones drásticas. Si organizamos un Mundial Climático deberíamos ofrecer actividades alternativas a nuestros visitantes. Cuando el Calvario en Vigo tenga playa propia o Monte Alto en A Coruña sea una isla de alto standing, podremos imprimir bonitos folletos para atraer una nueva clase de turismo apocalíptico. Las posibilidades a estudiar son múltiples: unos paseos en dromedarios ataviados con trajes regionales por los ex-viñedos del Salnés; unas jornadas de submarinismo para ver peces tropicales nadando sobre unas Cíes sumergidas (¡cuidado con los tiburones caribeños!); deportes extremos que junten chapapote e incendios para los ejecutivos más audaces; un retiro cálido para jubilados finlandeses en Cabeza de Manzaneda... Los centollos y las nécoras, eso sí, se quedarán momificados en un parque temático para uso y disfrute de extraterrestres ávidos de un fútbol con los cambios agotados.
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