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Las obras en la Explanada de las Mezquitas desatan la ira palestina

Israel despliega cientos de soldados en Jerusalén para impedir disturbios

En un lugar sensible como pocos en el mundo, las autoridades israelíes decidieron que ayer era la fecha adecuada para iniciar obras y excavaciones arqueológicas. A escasos metros de las murallas romanas que bordean la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar santo de los musulmanes, un puñado de trabajadores comenzó la construcción de un puente que sustituirá a una rampa que da acceso a la Explanada de las Mezquitas. Es un duro golpe, otro más, a los incipientes esfuerzos de reanudar el proceso de paz israelo-palestino.

La Ciudad Vieja estaba tomada por cientos de policías y soldados. Gideon Avni, director del Departamento de Excavaciones de la Autoridad Israelí de Antigüedades, aseguraba a pie de obra que no hay riesgo para los cimientos del santuario musulmán, que sólo podrían peligrar algunos restos arqueológicos árabes, y que la decisión había sido adoptada por los dirigentes políticos. Los líderes musulmanes están convencidos de que los Gobiernos hebreos pretenden destrozar los lugares sagrados del islam en Jerusalén.

Tanto el Gobierno de Hamás como el presidente, Mahmud Abbas, advirtieron que cualquier daño al templo musulmán supondría el punto final al alto el fuego que mantienen las milicias palestinas -salvo Yihad Islámica- desde noviembre. Incluso el rey Abdalá de Jordania, moderado entre los moderados, se mostró indignado: "Lo que Israel está haciendo contra nuestros lugares sagrados es una violación flagrante inaceptable bajo ningún pretexto... Estas medidas sólo crean una atmósfera que no ayuda nada a restaurar el proceso de paz".

Nadie ignora, y el enorme despliegue policial lo confirma, que la iniciativa es un campo de minas. Al menos 11 palestinos fueron detenidos; jóvenes apedrearon a los soldados israelíes en Belén, y Yihad Islámica lanzó cuatro cohetes desde Gaza sobre Israel. En realidad, lo relevante no es el riesgo que pudieran entrañar las obras, sino el emplazamiento de las mismas y el momento elegido para llevarlas a cabo. Existen precedentes. En 1996, el Gobierno de Benjamín Netanyahu abrió el túnel de los Ashmoneos, en una zona adyacente, y en los disturbios que siguieron a la obra murieron 65 palestinos y 15 soldados israelíes. En septiembre de 2000, Ariel Sharon visitó la Explanada de las Mezquitas y explotó la segunda Intifada, que costó la vida a varios miles de personas.

Se trata del más severo golpe, aunque no el primero, propinado a los intentos de reiniciar negociaciones de paz. El 23 de diciembre se reunieron Abbas y el primer ministro israelí, Ehud Olmert, en la residencia oficial del dirigente hebreo. Se pactaron medidas de confianza para reforzar al mandatario árabe en la pugna por el poder que sostiene contra los islamistas y, en efecto, Israel transfirió al presidente 77 millones de euros, de los cientos de millones que retiene ilegalmente a la Autoridad Nacional Palestina.

También se acordó la eliminación de 44 obstáculos que impiden la circulación a los palestinos en la Cisjordania ocupada. Cuando el Ejecutivo israelí anunció que se habían retirado esos bloques de piedra que cortan las carreteras, varias ONG israelíes denunciaron que esos impedimentos habían sido eliminados muchas semanas antes. El Ejército admitió la trampa.

En sólo el mes y medio que ha transcurrido desde aquella primera cita, el Gobierno ha decidido ampliar el asentamiento de Maale Adumim, en el este de Jerusalén, y trasladar el trazado del muro cinco kilómetros en el interior de Cisjordania para proteger dos asentamientos en los que viven 1.500 colonos. Olmert se niega también a desalojar las 200 caravanas en que se instalan los colonos en cualquier punto de Cisjordania, ilegales para el propio Ejecutivo. Nunca ha habido tantas.

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