Una aportación de la ciencia a la ética
Recuerdo que una vez leí que si Aristóteles resucitara y pudiera asistir hoy a un congreso científico, no se enteraría de nada. Tantos y del tal magnitud han sido los avances de las ciencias. Sin embargo, mantenía el autor, sí podría comprender, e incluso debatir con ventaja, los temas discutidos en congresos de filosofía o de ética.
Es cierto que desde la publicación de los 10 mandamientos, para unos, órdenes de Dios, para otros, invenciones de Moisés, no se han establecido nuevas normas universales básicas de comportamiento social. No matarás, no mentirás, no robarás, y ésa otra en la que está pensando, son normas básicas en todas las sociedades, independientemente de la religión que profesen, y además deberían cumplirse también en una sociedad formada por ateos. Además, las leyes no constituyen normas éticas nuevas universales y, en realidad, derivan, o deberían derivar, de los aspectos éticos y normativos básicos universales a los que antes me refería y, sobre todo, no deberían contradecirlos nunca.
Últimamente la investigación biomédica está siendo particularmente sometida al imperio de la ley. En España, la ley de Investigación en Biomedicina pretende regular lo que está bien o mal sobre este tema, en particular sobre clonaciones terapéuticas y selección de embriones. Evidentemente, siguen teniéndose en cuenta las ideas que desde hace miles de años se manejan sobre la naturaleza del ser humano, sobre su identidad y su dignidad, a pesar de que estas ideas no han sido sometidas a la crítica científica y derivan, sobre todo, de creencias religiosas. El Papa ha llegado incluso a manifestar recientemente que investigar con embriones es atentar contra la paz. Aunque un embrión no es sino un pequeño grupo de células sin sistema nervioso, incapaz, por tanto, de sentir nada, se sigue manteniendo que matar embriones es matar a seres humanos, lo que resulta inadmisible como "daño colateral", aunque con ello pueda conseguirse el importante beneficio de salvar la vida a otro ser humano, esta vez sí, hecho y derecho y con familia.
A pesar de la esperanza que suscitan, existe una desconfianza ante la rectitud ética de ciertas aplicaciones de las ciencias biomédicas, la cual contrasta, como en un reciente artículo discutía el biólogo Richard Dawkins, con la ética empleada en la guerra de Irak, de la cual no cabe duda es un atentado contra la paz. Basándose no en mentiras sino, digamos, en convicciones faltas de evidencia, la existencia de armas de destrucción masiva que no existían, se justifica la invasión de un país, la destrucción de sus infraestructuras y del propio estado, y la muerte de miles de personas, por el dudoso beneficio de la muerte en la horca de Sadam Husein. En este caso, el daño colateral ha sido, en mi humilde opinión, mucho mayor que el beneficio alcanzado. Y el beneficio de una acción siempre debería ser lo suficientemente importante como para compensar un daño colateral de tan elevada magnitud como el alcanzado en Irak. No ha sido así. Sin embargo, a pesar de esta situación, no suelen redactarse nuevas leyes basadas en consideraciones éticas para regular la actividad de los políticos, pero sí la de los científicos.
Y esta situación nos conduce de nuevo al tema que suscitaba mis reflexiones: si Aristóteles levantara la cabeza, no aprendería nada nuevo sobre ética. ¿Es que no disponemos de alguna norma ética nueva que nos sitúe por encima de los antiguos griegos y que pueda ayudar a regular aspectos tan importantes como los que discutimos aquí? Y bien, me atrevo a decir que sí. La hemos inventado cuando inventamos la ciencia, y la aplicamos normalmente, aunque no en la vida corriente. Que yo conozca, nadie ha hecho explícita esta norma. Yo me atrevo a explicitarla aquí. Dice así: "No intentarás convencer a nadie de nada para lo que no dispongas de evidencia objetiva". ¡Qué diferente sería hoy el mundo si todos hubiéramos guiado y guiáramos nuestro comportamiento por esta sencilla norma ética!
Por supuesto, uno puede mantener falsamente que dispone de evidencia. Entonces está mintiendo, incumpliendo una norma ética básica universal. Pero si su intención es honesta, no basta con la intención de decir lo que uno cree que es verdad. Hay que asegurarse que lo es; hay que disponer de evidencia demostrable. Y si uno no dispone de esa evidencia, entonces debe abstenerse de intentar convencer a otros de lo que no es sino "su verdad". Y ahí es donde esta nueva norma ética supera a la de "no mentirás".
Así pues, el avance de las ciencias también supone un avance de la ética. No sólo la religión tiene el derecho y el conocimiento para decirnos lo que está bien o mal. Creo que en esto Aristóteles nos daría la razón.
Jorge Laborda es Decano de la Facultad de Medicina. Universidad Castilla-La Mancha.
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