Una sociedad en trance de desaparecer
La pregunta al etnógrafo resulta inevitable: ¿qué se conserva del mundo que conoció en su infancia, del que ha estudiado durante todos estos años? "Queda el paisaje, queda la toponimia, quedan las personas... las que quedan", responde sin dramatismos desde su despacho en la sede del Instituto Labayru en la localidad vizcaína de Derio. "El mejor observatorio para ver la evolución de la sociedad rural, y también, la urbana, es el trabajo etnográfico, una tarea que muchas veces da vértigo", añade.
Ander Manterola reconoce que el salto al que asiste el antropólogo no tiene parangón: "Estudiamos sociedades que hacen trabajos materiales desde una sociedad digital", resume quien se introdujo en estos estudios por el impulso de José Miguel de Barandiaran. "Decía su alumno más brillante, Julio Caro Baroja, que hay que distinguir al profesor del maestro, al alumno del discípulo. Barandiaran, para mí, fue un maestro", sostiene.
El cambio llega en todos los ámbitos de la actividad. A Manterola, le preocupa la irrupción del individualismo más feroz. "Ahora se dice: 'Para qué vas a perder el tiempo', cuando se habla de un trabajo en común o la visita a un anciano", protesta. "Antes se consideraba que hacer un favor a una persona no era excepcional".
El director del Instituto Labayru, de este modo, también se ha convertido en un testigo activo del cambio de paradigma que se ha vivido en el fin del siglo XX y que confirma el fin de una manera de entender el mundo. "La forma de hacer pan en el ámbito rural vasco y europeo hace cien años estaba más cerca del Neolítico que del momento actual", resume para explicar ese salto.
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