El territorio prepolítico
En el último de sus textos aparecido en España, el pensador francés Jacques Rancière cataloga las diversas especies de un síndrome que se ha vuelto incluso más común de lo que parece a primera vista: el odio a la democracia; este sentimiento no es solamente propio de quienes promueven su liquidación en nombre de algún libro sagrado, sino también de quienes la asimilan "a la libertad de los padres de familia obedientes a los mandamientos de la Biblia y armados para la defensa de su propiedad"; no sólo de quienes patrocinan el "fin de la política" para pasar a otra cosa mejor que ella, más cálida o menos frágil, sino también de quienes anuncian su retorno, como si hubiese emigrado o hubiese quedado fatalmente olvidada. Precisamente por eso, a pesar de haber salido de la cantera althusseriana de lectores de El Capital de la década de 1960 y de haber dedicado una parte muy importante de su obra al estudio de los avatares históricos de la emancipación obrera y sus impactos en el orden de las ideas (La parole ouvrière, La Nuit des proletaires, Le philosophe et ses pauvres, etcétera), Rancière se resiste siempre que tiene la ocasión a ser calificado como un filósofo político. Y ello ante todo porque rechaza el doble dogma que sustenta esas posiciones intelectuales desde la antigüedad: a) que la política es algo necesario y consustancial a la humanidad social, y b) que la democracia es un régimen político entre otros (aunque sea el menos malo). Para Rancière la democracia es lo que define a la política, no al revés, pero la humanidad puede muy bien pasar sin ella y establecerse en un territorio prepolítico: de hecho, así ha sido durante grandes periodos de la historia y en grandes áreas de la geografía, y así es aún en la mayor parte del mundo. Y no es extraño, porque la política, pensada en estos términos radicales, puede "dar miedo" o suscitar odio frente a otras formas de sociedad que garantizan policialmente la coexistencia y generan mayor tranquilidad incluso en el más brutal de los desastres. Desde esta perspectiva, Rancière ha cultivado también en los últimos tiempos un análisis de las relaciones entre estética y política orientado a cuestionar el reparto de lo sensible entre el trabajo y el arte, así como el carácter de excepcionalidad que se aplica a este último y esta misma adhesión a la utopía igualitaria le ha enfrentado, en su muy debatido El maestro ignorante, a las perspectivas actuales de reforma tecnocrática del sistema educativo, defendiendo la controvertida noción de "igualdad de inteligencia" frente a quienes patrocinan a toda costa la identificación con la racionalidad del sistema económico. El único "olvido de la democracia" que padecemos puede reducirse a esto: no nos damos cuenta de hasta qué punto la democracia es y sigue siendo un escándalo.
EL ODIO A LA DEMOCRACIA
Jacques Ranciére
Traducción de Irene Agoff Amorrortu
Buenos Aires / Madrid
138 páginas. 9,50 euros
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